Harari, Musk, Bezos y el proyecto para el siglo XXI

Por Mariano Dubin

 

Terminé de leer «Sapiens», de Yuval Noah Harari. Fue publicado en hebreo en el año 2011 y luego fue traducido al inglés (y ampliado) en el año 2014 para convertirse en el actual best-seller.

Hace tiempo que no leía un libro que sintetice tan bien los proyectos ideológicos de las burguesías para las próximas décadas. Este libro ha vendido millones y millones de copias en decenas de idiomas. Logra, sin duda, captar las ideas liberales dominantes y darles otro volumen teórico y conceptual.

Harari no es concesivo con su liberalismo: da vuelta una y otra vez sobre sus límites. No por nada es un libro central para los grandes empresarios de uno de los lugares donde se “cocina” el futuro de la humanidad: Silicon Valley. También Obama y Merkel lo han nombrado reiteradamente. Las causas son evidentes: el imperialismo tiene una lógica ciega en su modo de acumulación. Mucho más en este nivel contemporáneo de fragmentación y alienación (donde la misma clase burguesa está fragmentada y alienada). En este sentido, Harari le otorga a un sector de la burguesía imperialista un sentido de mundo.

 

sapiens

 

En «Sapiens» se logra una articulación de arqueología, biología, historia y sociología muy originales. Hubo algunos historiadores profesionales que le criticaron algunas contradicciones, pero no creo que ese preciosismo metodológico sea una búsqueda del autor, sino una explicación de mundo y explicación de subjetividad a su clase social (es verdad que, en una lectura poco atenta como la que yo hice, se descubren a veces hipótesis “biologicistas” superpuestas a otras “culturalistas” dependiendo de su lógica argumental; por otro lado, siempre deja sus hipótesis abiertas lejos de toda retórica concluyente).

Pero, sobre todo, el libro es audaz en los cruces de épocas y temas; en sus observaciones singulares e irónicas; en las apelaciones constantes al lector; en las inflexiones narrativas que logran pasar siglos y conceptos a ritmo literario; en el uso de una bibliografía amplia y especializada aunque, claro, del mundo europeo y norteamericano.

Creo que Harari es superior no solo a otros intelectuales orgánicos de su clase, sino a la intelectualidad y a otras yerbas (me incluyo en otras yerbas) que criticamos al sistema de producción actualmente dominante. Harari presenta un cuadro integral y completo de la historia de la humanidad. Claro: una historia liberal de un sujeto liberal. Pero, como ya dije, Harari no tiene concesiones con su propia ideología liberal y la pone en discusión todo el tiempo: le muestra sus vacíos, sus límites, sus arbitrariedades y violencias. En todo caso, logra presentar una visión completa de mundo, un proyecto político y una épica secular: ¿quién o qué está planteando de modo tan integral otro proyecto distinto?

No por nada vende millones y no por nada es leído por parte importante de quienes integran las burguesías globalistas. En este sentido, es el prototipo de enemigo perfecto para otro sector de las élites imperialistas de corte conservador y nacionalista: Harari es ateo, vegano, homosexual, judío, sin hijos. Escribe en inglés con formas que podrían asemejarse a lo que acá se llama “lenguaje inclusivo”. Esperen que aún falta más para enojar a algún ruso con barba raspustinesca: practica dos horas de yoga por día, realiza todos los años un mes de retiro espiritual y no usa celular.

Sin embargo, Harari ―en este sentido, no en otros― es más incisivo que estos conservadores y en varios momentos lo dice, al pasar, como “avivando giles”: hoy todo sistema de producción está basado en la acumulación de capital. Por eso ni siquiera tiene que poner en juego ninguno de sus “consumos identitarios” para fortalecer sus posiciones ideológicas: deja ese juego menor a los izquierdismos pequeños burgueses y a los atavismos nacionalistas. Él habla desde el poder y sobre las opciones del futuro capitalista.

Lo que discute Harari es aterrador, salvaje y genial. Es decir, el futuro de la humanidad que él resume en las tres opciones de transhumanismo moderno (lo que Harari llama la segunda revolución cognitiva: la primera fue la aparición del homo sapiens). Asume que en las próximas décadas ―o a lo sumo en unos pocos siglos― el homo sapiens va a desaparecer. No descarta que desaparezca por la extinción a causa de una guerra atómica o de una catástrofe natural. Pero privilegia una segunda posibilidad instrumentalizada en tres opciones: el reemplazo del ser humano por un ser divino. Esto es: la desaparición de la evolución por selección natural a la evolución determinada por el designio humano (o post-humano). Esto puede darse, según él, por tres medios: la transformación biológica del ser humano en un ser a-mortal, por su conversión en cyborg o, simplemente, en el reemplazo del ser humano por las inteligencias artificiales y la vida robótica. En todo caso, serían ya otras formas de inteligencias que prescindirían del ser humano tal como hoy lo conocemos. Esto, aclaremos, no es una imaginería de Harari: es lo que están discutiendo los que tienen el poder real en el mundo.

Harari asume un futuro despiadado (porque lo que nunca pone en discusión es lo deseable de la acumulación capitalista y la secularización ideológica). Así, por ejemplo, la clase gobernante se transformará en una clase con un nivel de asimetría biológica y tecnológica que reestablecerá un sistema de castas; la pobreza y el caos en las periferias globales será inmenso. Señala, también, que la distopía de “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, no es tan mala porque ahí, finalmente, todos son “felices”. Olvida extrañamente, sin embargo, que además de un sistema de castas, en “Un mundo feliz” hay comunidades “fuera del sistema”: “los indios”, a los que se los llama “los retrógados” o “los salvajes” ―interesante este olvido que hace el sistema con otros olvidos del autor: Harari nunca refiere a Palestina, ese otro real no existe nunca― .

Hay, sin duda, hiatos muy evidentes en su escritura. En esos momentos el libro parece escrito en aeropuertos, en foros, en hoteles cinco estrellas: el mundo real, desde la ventana que los mira, queda vago e impreciso. En correspondencia, su mejor lector es uno como él: un lector universal y liberal que cada tanto recuerda que su progreso deja muertos. A ese lector le organiza un sentido de época y una experiencia ideológica nada despreciable como objetivo de un intelectual orgánico de las burguesías globalistas.

Por último, leería esta obra salvaje y genial ―un liberal, sin duda, no descubriría en el libro nada brutal porque ese es su grado cero para enunciar el mundo sin reconocer los muertos que deja su violencia― con otro personaje de los más salvajes y geniales del mundo contemporáneo: Elon Musk (otro lector de Harari, pero no su lector prototípico). Musk es fascinante: mezcla de modo perfecto la imaginería técnica al estilo futurismo italiano con conclusiones sociales brutales en base a la supremacía secular como única ética posible (lo otro es “lo loser”).

Tanto en Harari y en Musk como en quienes gobiernan y piensan el mundo se ha decidido que habrá mayorías absolutas que vivirán en un estado de precariedad y pobreza crecientes.

 

 

No me sorprende, sin embargo, que en un momento de crisis y transformación del capitalismo nazcan monstruos como Musk o síntesis ideológicas brutales como las de Harari. Me sorprende, y con cierto terror, que de nuestro lado (aquellas periferias que dieron guerra y épica contra el imperialismo) estén ahora tan agotadas políticamente. Esa misma sensación se desprende de la lectura de los libros de Harari (o en las bravucadas de Musk o Bezos para su tribuna libertaria): no tienen miedo. En todo caso, hay una confrontación entre ellos mismos: la implacable lucha entre imperialismos y proyectos globales. Pero a las clases populares, a las naciones periféricas, a los pobres, a los trabajadores, no les temen nada. Absolutamente nada. Las sienten derrotadas y humilladas. Por eso Harari ni siquiera habla del comunismo o de los movimientos anticoloniales del siglo XX (los nombra, al pasar, con la repugnancia de una farsa plebeya que produjo hambre y caos, pero no tiene siquiera necesidad de discutir con ellos).

Entre ellos mismos discuten, entonces, cuál será el proyecto ideológico dominante para el siglo XXI y cómo destruir, de un modo más o menos ordenado o más o menos salvaje, el mundo. Discuten si se mudarán a Marte, si esclavizarán a los sapiens o si ya se puede experimentar genéticamente con humanos a gran escala.

Me reconozco, otra vez, un hombre del siglo XX. Es decir, tengo nostalgia de un mundo donde los ricos, al menos a veces, tenían miedo.