Por María Elena Izuel
Este precursor de la actual ciudad de San Rafael nació en El Havre, Francia, el 12 de enero de 1856. Era de ascendencia noble y sus padres poseían gran fortuna. En su juventud abrazó la carrera de las armas y participó en la conquista de Argelia, por lo que mereció grados militares. También triunfó en lides hípicas y como recuerdo de esa época tenía una pierna rota.
Por consejo paterno decidió viajar a América e invitado por los esposos Balloffet, visitó San Rafael. Viendo el porvenir de la región, compró una porción de tierra que se extendía del canal Pavez a Las Paredes, pagando a razón de $1 la hectárea.
Marcó del Pont cuenta la siguiente anécdota sobre Iselín: “Antes de radicarse en San Rafael, ya tenía pensado comprar unas tierras en Luján de Cuyo, pero invitado por Balloffet a su finca de San Rafael, en cierta oportunidad salen a caballo y por un corcoveo del animal, Iselín fue despedido de la montura. Como el accidente no tuviera consecuencias, le dice Balloffett a su amigo: ‘Aquí cuando uno se cae del caballo, la tradición obliga a comprar el terreno donde se ha caído, por eso se llama «comprar terreno» caerse del caballo, así que Sr. Iselín, Ud. obligadamente tiene que comprar tierras en este San Rafael’. Y así fue nomás”.
En San Rafael estaba todo por hacer, era un semidesierto perteneciente a la formación del monte donde predominaban los arbustos, pero también existían árboles de gran tamaño. Primero debieron arrancar las especies más grandes de árboles, como algarrobos y chañares, y sacar las raíces, trabajo que se realizaba con rastrones (especie de azada de madera) tirados por una yunta de bueyes. El desmonte se hacía con hacha, pico y pala, después había que nivelar los campos, lo que se hacía con agua, para recién entonces trazar los surcos de riego; abrir los canales y derivar el agua del río.
Después de adquirir tierras en San Rafael, Iselín hizo construir su casa. La concluyó en septiembre de 1884 y su familia se instaló en ella en febrero de 1885. La casa que se conserva en la actualidad –se encuentra en la finca La Abeja, de la familia Ripa– tiene una torre de considerable altura, desde donde observaba, como un señor feudal, el trabajo de sus obreros en los viñedos. Está formada por doce habitaciones que al principio compartieron Iselín y su socio Morand, en la entrada un pequeño corredor da acceso a las habitaciones de uso común y la parte posterior tiene la forma de una gran T. El estado de conservación es bastante bueno.
Iselín estaba casado con una prima, doña Matilde Winslow, francesa de nacimiento, pero de origen inglés, poseedora de una gran fortuna. Tuvieron tres hijos: Juana, Guillermo y Roberto. Juana había nacido en Bélgica, Europa, fue el ángel de la familia, a la que mantuvo unida mientras vivió, pero a su muerte, producida por fiebre tifoidea y acaecida en plena juventud, esta se desmembró. Roberto participó en la Primera Guerra Mundial y perdió su vida en defensa de Francia y Guillermo se quedó en San Rafael, donde falleció en 1948.
La esposa y la hija participaron en muchas obras de beneficencia, visitaban los hogares humildes y llevaban ayuda material y espiritual, y realizaban una importante acción educativa.
En un primer momento Iselín se dedicó a la cría de ganado, que era la ocupación principal de todos los habitantes. Esta actividad nunca la abandonó, pero poco a poco fue transformando el terreno para cultivos agrícolas, en especial vid y frutales.
Iselín impulsó la llegada de otros franceses, algunos eran sus amigos de la infancia y a otros los convencía en el hotel donde se alojaba en Buenos Aires, como ocurrió con don Pablo Matile. Fueron llegando Jorge Morand, Gastón de Thuisy, Carlos Crocquefer, Rafael Violet, Gustavo Vitrá, René Grivel, León Reculard, Juan Bautista Cornú, Luis Claraz, Francisco Guyot, Juan Pi, Enrique Arnoult y muchos más, quienes adquirieron tierras para dar origen a Colonia Francesa. También lo hicieron italianos como Federico Loasses, españoles como Daniel Julián, Ignacio Sueta y los hermanos Barrutti, y criollos como Alberto Herrero, José Quiroga y Ramón Arias.
Estas familias francesas, algunas procedentes de Suiza, tenían fortuna y varias pertenecían a la nobleza europea. Poseían una gran cultura y, en busca de nuevos horizontes, dejaron las comodidades de Europa y arribaron a estas tierras, tan distintas a lo que conocían. Había entre ellos concertistas que trajeron sus instrumentos musicales, como piano y violoncelo, y gustaban de reunirse para escuchar música, sobre todo los domingos en la tarde.
Colonia Francesa
Iselín era de elevada estatura, corpulento, arrogante, de fuerte carácter, pero cariñoso y afectivo, lo que le permitió ganarse la simpatía de sus vecinos y juntarse en animadas reuniones sociales con las otras familias acaudaladas del viejo San Rafael. Profesaba la religión protestante, asistiendo a los oficios que se celebraban en la casa de don Pablo Matile, frente a la suya, quien oficiaba de pastor, pero siempre prestó ayuda a los católicos, en las empresas que organizaran.
Para cubrir la educación de sus hijos y de los hijos de algunos pocos empleados franceses, hizo venir institutrices europeas, que impartían enseñanza en su propia casa.
Contrató técnicos que organizaron un campo de experimentaciones agrícolas y de aclimatación de frutales y árboles, fue el iniciador del cultivo racional en la zona; de este campo salieron vides, frutales y especies arbóreas que hicieron de San Rafael la zona frutícola que es hoy.
Disponía de capital y, aprovechando la mano de obra de las familias italianas traídas por el cura Marco, inició los cultivos de vid, plantando vides de origen francés, sobre todo Malbec. En el verano de 1888 Iselín obtuvo la primera cosecha de uva, con la que elaboró vino en su pequeña bodega, que con el tiempo se convirtió no solo en la primera de San Rafael, sino también en la más moderna, por la maquinaria que adquirió.
En espera del ferrocarril, Iselín trazó un pequeño pueblo, que estaba comprendido entre las quince manzanas ubicadas en el siguiente sector: avenida Mitre por el sur, avenida San Martín por el Este, avenida Rivadavia por el Norte y calle Bombal por el Oeste. Las primeras calles eran arenales sin acequias, casi huellas, a excepción del Carril Nacional o huella Donoso, hoy Av. Mitre-Yrigoyen.
Se reservó las manzanas para efectuar un loteo y donó el terreno para las calles, media manzana para la Municipalidad, sitio para la iglesia, la plaza –que entregó arbolada–, la Policía, la escuela que hoy lleva su nombre y también el terreno para la escuela 25 de Mayo y el hospital.
Al haberse desplazado hacia el Este el polo de interés, en el Sur mendocino surgió la competencia entre Cuadro Salas y Colonia Francesa, en puja por obtener la terminal del ferrocarril y la Municipalidad. Esta lucha la ganó Iselín por su sentido visionario de los negocios, su conocimiento de los hombres y sus vinculaciones políticas.
Todos los terrenos que ocupó la empresa ferroviaria fueron donados también por Iselín. Tenía su propia proveeduría y carnicería y los empleados adquirían allí toda la mercadería que necesitaban, pagaban, al principio, con fichas que solo podían cambiar en el negocio, pero luego se les abonó con dinero, para que compraran en donde más les conviniese. Para proveer al abasto carneaban un animal de propiedad de Iselín cada dos días.
A su iniciativa también se debe el arribo del primer médico que se estableció en la zona: el doctor Teodoro Schestakow. Junto con Salas y otros pioneros fundó la Unión Agrícola, Comercial e Industrial, precursora de la actual Cámara de Comercio, Industria y Agropecuaria.
Se desempeñó como concejal en varias oportunidades y, en 1906, se aprobó en la comuna colocar su nombre a la calle de la estación en su homenaje. Poco después de su partida, por un lamentable hecho del que se culpó a su hijo, se la denominó avenida San Martín. Actualmente una escuela, una calle, una plaza y una estación del ferrocarril llevan su nombre.
El 15 de mayo de 1910, luego de la muerte de su hija y de la separación de su esposa, vendió las propiedades que aún le quedaban a don Benjamín Dupont en $2.000.000, quien luego al lotearlas cobró $160.000 la hectárea.
Regresó a Francia, pensando en no volver jamás, pero tres años después viajó a San Rafael con una nueva esposa, con quien tuvo dos hijos, que lamentablemente eran enfermos. Al ver de nuevo a San Rafael, quedó sorprendido por el progreso y desarrollo.
Se fue a Francia y ya no retornó. Vivió solo en París, cultivando y vendiendo flores, hasta que su corazón no resistió más, el 14 de mayo de 1930, cuando tenía 74 años.
