Por Federico Mare
Historiador y ensayista
Tradicionalmente, se ha dicho que la edad contemporánea empieza a fines del siglo XVIII, allá por 1789, con la Revolución Francesa, hace más de 230 años. Esto no es incorrecto, pero habría que matizarlo. Porque el mundo contemporáneo también es el resultado de la Revolución Industrial, que comenzó un par de décadas antes, y que se prolongó cuando los ecos de La Marsellesa se desvanecían con la Restauración. Podemos decir, entonces, parafraseando al historiador Eric Hobsbawm, que la edad contemporánea es el producto de una doble revolución: la Revolución Francesa a nivel político y la Revolución Industrial a nivel económico-social.
Esto se aplica también a la Argentina, desde luego. La historia de nuestro país es incomprensible, impensable, si no se tiene en cuenta el contexto mundial de la doble revolución. Tanto la Revolución Industrial como la Revolución Francesa tuvieron un fuerte impacto en el Río de la Plata, directo y evidente unas veces, más indirecto y sutil en otras. Lo constataremos aquí, a su debido momento.
La Revolución Industrial y el desarrollo del capitalismo
Hablemos primero de la Revolución Industrial, cuyo comienzo es anterior al de la Revolución Francesa. La Revolución Industrial se inició en Inglaterra, hacia 1760-1780. ¿En qué consistió la Revolución Industrial? Dicho sintéticamente, en el nacimiento del capitalismo industrial.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, se empieza gradualmente a utilizar en la producción una tecnología muy novedosa e ingeniosa, basada en descubrimientos científicos: la máquina de vapor. La máquina de vapor permitía producir muchísimos más bienes o manufacturas (por ej., prendas de vestir), en bastante menos tiempo, y a muy menor costo. Hasta entonces, la producción era artesanal, totalmente manual. A partir de la Revolución Industrial, la producción se mecaniza. Y al mecanizarse, se vuelve más masiva, más rápida y más barata. Dos ejemplos típicos fueron la hiladora mecánica y el telar mecánico.
Así nacieron las fábricas, que eran talleres de producción donde se usaban máquinas, y donde trabajaban muchas personas a cambio de un salario: los obreros. Cada vez hubo menos artesanos independientes, y más obreros asalariados, más trabajadores industriales en relación de dependencia. La pequeña artesanía tradicional no podía competir, ni en volúmenes ni en precios, con la gran industria moderna, mecanizada. Por eso cayó en decadencia.
Como las máquinas de vapor necesitaban mucho carbón mineral (hulla) como combustible, eso provocó un desarrollo enorme de la minería. Gran Bretaña tenía mucho carbón mineral, y eso fue una ventaja importante para ella. Había yacimientos de hulla muy abundantes tanto en Inglaterra como en Gales y Escocia.
La principal industria fue la textil, o sea, la industria que produce indumentaria o ropa. La ciudad inglesa de Mánchester, con sus numerosas fábricas, se convirtió en la principal productora y exportadora, a nivel mundial, de pulóveres y otras prendas de algodón. Otra industria importante fue la metalúrgica, la cual producía herramientas, armas, vajilla, enseres y otros artículos de hierro. Los clubes ingleses de fútbol están muy relacionados con la Revolución Industrial. Por ej., tanto el Manchester United como el Manchester City nacieron como los dos grandes equipos de la clase obrera industrial de Mánchester.
Entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, Inglaterra se convirtió en la gran potencia industrial del planeta. Producía y exportaba al mundo un montón de manufacturas, de productos industriales. Eso hizo de Gran Bretaña el país más rico y poderoso, con la mayor marina mercante y la mayor armada. El Imperio Británico llegó así a tener una enorme cantidad de colonias en los cinco continentes: India, Canadá, Australia, Sudáfrica, Gibraltar, etc.
Con el paso del tiempo, la Revolución Industrial se fue expandiendo a otros países de Europa occidental, como Bélgica, Francia y Alemania. Después también llegó a Estados Unidos. Pero hasta fines del siglo XIX, Gran Bretaña fue la potencia industrial líder del mundo.
Otra novedad importante de la Revolución Industrial fue el desarrollo del ferrocarril, de los trenes. El ferrocarril fue la aplicación de la máquina de vapor al transporte terrestre. Los trenes permitían trasladar personas y productos en mayor cantidad, más rápido y más barato que las carretas o las mulas. También surgieron barcos a vapor, hechos en hierro, que permitían recorrer los ríos y los mares en menor tiempo y menor costo, con una capacidad de carga muy superior a los viejos barcos a vela de madera. Además, eran más seguros y regulares en su servicio. Los ferrocarriles y la navegación a vapor nacieron en Inglaterra, pero rápidamente se difundieron por todo el mundo, revolucionando el transporte, la economía y la vida cotidiana de la gente.
Junto a sus manufacturas, Inglaterra exportó también sus ferrocarriles, y con ellos, tiempo después, un deporte nuevo muy raro, que se jugaba con los pies en vez de con las manos: el fútbol. La expansión mundial del fútbol está muy ligada a la expansión de los ferrocarriles ingleses. En Argentina, muchos clubes tienen un origen ferroviario asociado a Gran Bretaña: Ferro, Rosario Central, Talleres de Córdoba, etc. El fútbol fue introducido en Argentina por los empleados y técnicos de las empresas británicas de trenes y tranvías.
A nivel social, surgieron dos clases. De un lado, la burguesía, los empresarios industriales, los dueños de las fábricas, una minoría inmensamente rica y poderosa. Del otro lado, el proletariado, la clase obrera o trabajadora, la mayoría de la sociedad, personas muy pobres que debían trabajar en las fábricas, bajo condiciones muy duras, a cambio de bajos salarios para poder vivir. Esta sociedad industrial dividida en dos grandes clases sociales es lo que se conoce como sociedad capitalista. Esta división social muchas veces se expresó en el fútbol. Por ejemplo, la rivalidad en Madrid, la capital de España, entre el Atlético y el Real. El Atlético Madrid nació como el equipo proletario, el equipo más popular y humilde, de la clase obrera. En cambio, el Real Madrid era un club más burgués, asociado a la clase alta.
Al principio, la única sociedad capitalista del mundo era la inglesa. Pero con el tiempo, a medida que la Revolución Industrial se iba expandiendo (eso ocurrió a lo largo del siglo XIX), otras sociedades europeas y del mundo se fueron volviendo capitalistas: Francia, Alemania, Estados Unidos, Japón, el norte de Italia, algunas zonas de Rusia… También Argentina. Eso se vio reflejado en el fútbol, hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX. Empezaron a surgir otras ligas nacionales poderosas, como la de Italia, Alemania, Brasil… Surgen la Juventus y el Milan, el Bayern Munich y el Borussia Dortmund, el Barcelona, el São Paulo y el Grêmio de Porto Alegre, Peñarol y Nacional de Montevideo, River y Boca… El fútbol se fue internacionalizando, al igual que el capitalismo industrial. Dejó de ser algo exclusivo de Inglaterra. Eso desembocó finalmente en la creación de la FIFA.
La sociedad capitalista, con su progreso industrial acelerado, trajo mucha riqueza para unos pocos, al mismo tiempo que mucha pobreza para la mayoría. Esta desigualdad, esta injusticia, ha generado siempre un alto nivel de conflictividad social: huelgas, protestas, rebeliones, revoluciones, etc.
En este siglo XXI, seguimos viviendo en una sociedad capitalista, en un mundo capitalista. Eso significa que vivimos en una economía basada en la propiedad privada, el mercado, la producción industrial, la tecnología científica, la acumulación de capitales y el trabajo asalariado. Casi todos los países del planeta son capitalistas, incluyendo los más poderosos: Estados Unidos (la mayor potencia mundial), China (que se le acerca cada vez más), Rusia, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Australia, Canadá, España, India, Brasil, Sudáfrica, México, etc.
Volviendo una vez más a la Revolución Industrial y los orígenes del fútbol en la Inglaterra victoriana, señalemos como digresión que existe una magnífica miniserie británica al respecto: The English Game, que en los países de habla castellana se ha popularizado bajo el nombre de Un juego de caballeros. Fue creada por Julian Fellowes, Tony Charles y Oliver Cotton, con dirección de Birgitte Stærmose y Tim Fywell. Consta de seis episodios. Muy buena trama, excelentes diálogos y actuaciones, gran belleza visual, fuerza dramática, rigurosa reconstrucción histórica… Con un reparto de lujo: Edward Holcroft, Kevin Guthrie, Charlotte Hope, Niamh Walsh, Craig Parkinson, James Harkness y Ben Batt. Altamente recomendable. Da cuenta con mucha perspicacia de cómo el fútbol británico fue, en su génesis, una potente caja de resonancia para las tensiones materiales e ideológicas de la sociedad industrial victoriana: amateurismo aristocrático vs. amateurismo proletario, mercantilización y esponsorización capitalistas, cultura de masas, viejo amateurismo vs. nuevo profesionalismo, etc.
«The English Game» se estrenó en Netflix el 20 de marzo de 2020
La Revolución Francesa y la Independencia de América
Veamos ahora el otro gran proceso histórico que creó el mundo contemporáneo, nuestro mundo: la Revolución Francesa. Empezó en 1789, con la toma de la Bastilla (una revuelta popular en París, la capital de Francia), y concluyó en 1799, cuando Napoleón Bonaparte dio un golpe de estado y se convirtió en dictador. El proceso duró 10 años, aunque para 1795 (Termidor) ya casi se había agotado.
La Revolución Francesa se inspiró en la Ilustración, en las Luces, en el iluminismo. Hablamos de la filosofía racionalista de Montesquieu, Voltaire, Rousseau y otros pensadores del siglo XVIII, mayormente franceses. Era una filosofía basada en la razón individual, no en la tradición comunitaria. Los filósofos ilustrados tenían ideas muy novedosas para su época, muy revolucionarias, que chocaban con lo que estaba vigente desde hacía mucho tiempo.
«La Libertado guiando al pueblo». Autor: Eugène Delacroix
¿Cuáles eran las nuevas ideas de la Ilustración? Libertad, igualdad, ciudadanía, soberanía popular, república (o monarquía parlamentaria), libre mercado, progreso científico-tecnológico… Incluso, algunos filósofos ilustrados llegaron a plantear la democracia, y la necesidad de que el Estado fuera laico, o sea, totalmente independiente de la Iglesia.
En esa época, lo que prevalecía en Europa y el resto del mundo era el absolutismo monárquico: países gobernados por reyes hereditarios que tenían un poder absoluto, donde no había libertad de expresión, donde el pueblo no era soberano, donde no existía la igualdad ante la ley, donde la nobleza y el clero (los sacerdotes) tenían un montón de privilegios, donde la gente común no tenía derechos civiles ni políticos… A esa sociedad tan opresiva o tiránica, tan desigual e injusta, se la llama Ancien Régime (Antiguo Régimen).
La Revolución Francesa fue como un terremoto, un tsunami que destruyó el Antiguo Régimen y que trató de poner en práctica las nuevas ideas de la Ilustración. El rey de Francia murió en la guillotina. Los nobles y sacerdotes se quedaron sin privilegios, y muchos debieron huir del país. Se proclamó la República, tras un breve paréntesis de monarquía constitucional. Se declaró la libertad e igualdad. El pueblo francés se hizo soberano. Ya no había súbditos, sino ciudadanos, personas libres e iguales, personas con derechos, que elegían a sus gobernantes. En la práctica, las cosas no fueron tan idílicas, desde luego. Por ejemplo, las mujeres francesas siguieron excluidas de la ciudadanía, la riqueza continuó concentrada en pocas manos y Francia se empeñó en conservar sus colonias de ultramar: Santo Domingo, Guadalupe, Martinica, Guayana Francesa, Senegal, Mauricio, Seychelles, etc. Así y todo, hubo avances importantes que no debieran ser subestimados con ligereza.
Hubo un país que se adelantó a toda esta catarata de cambios: Norteamérica, que en 1776 (trece años antes que la Revolución Francesa) se independizó del rey de Inglaterra y se convirtió en una república democrática: Estados Unidos, el primer país independiente de nuestro continente (aunque también allí subsistiría la esclavitud). Pero a nivel mundial, la independencia norteamericana no fue tan importante como la Revolución Francesa, y por eso tradicionalmente se ha considerado que la edad contemporánea nace en 1789, y no en 1776.
La Revolución Francesa tuvo un efecto dominó en gran parte del planeta. Muchos pueblos europeos y americanos trataron de imitar al pueblo francés, o sea, trataron de poner en práctica las nuevas ideas de la Ilustración. Napoleón, un gran general y gobernante que tuvo Francia, conquistó la mayoría de los países de Europa, destruyendo el Antiguo Régimen y propagando la Revolución. Aunque era muy autoritario, hizo muchas reformas positivas, que modernizaron a Francia y gran parte de Europa (por ej., prohibió la Inquisición y abolió la servidumbre).
Uno de los países invadidos por Napoleón fue España, cuyo rey, Fernando VII, fue capturado y encerrado en prisión. España tenía en ese entonces un montón de colonias en América: México, Cuba, Venezuela, Perú, Chile… También controlaba el Virreinato del Río de la Plata, que abarcaba los territorios de lo que hoy son Argentina, Uruguay, Bolivia, Paraguay, norte de Chile y parte del sur de Brasil. Cuando el rey de España cayó prisionero, las colonias americanas se negaron a obedecer al gobernante «títere» de Napoleón, su hermano José. ¿Qué hicieron entonces? Empezaron a crear gobiernos propios, autónomos. Se suponía que eran gobiernos provisorios, transitorios, que durarían hasta que Fernando VII recuperara el trono de España. Esos gobiernos «suplentes» se llamaban juntas. Surgió una junta en Caracas, otra en Santiago de Chile, otra en Guayaquil, etc.
En el Río de la Plata también se dio todo este aluvión político: la Revolución de Mayo, de 1810. El virrey español fue destituido, y la población criolla eligió un gobierno propio, autónomo: la famosa Primera Junta, con Mariano Moreno, Manuel Belgrano, etc. Teóricamente, la Junta gobernaría hasta que el rey de España recobrara su libertad. En la práctica, sin embargo, el panorama no era tan claro, tan simple… El nuevo gobierno empezó a hacer muchas reformas y cambios revolucionarios, inspirándose en la Revolución Francesa y la Independencia norteamericana: libertad de expresión, igualdad ante la ley, fin del monopolio español, libertad de vientres, etc.
Como podrán imaginarse, a los españoles europeos no les hizo ninguna gracia todo eso. De golpe, perdieron su poder y sus privilegios. ¿Qué hicieron? Se opusieron encarnizadamente a los cambios, tanto en el Río de la Plata como en el resto de Hispanoamérica. Eso dio origen a una guerra larga y sangrienta, que fue más una guerra civil que una guerra exterior.
El conflicto empeoró hacia 1814, cuando España logró expulsar a los invasores franceses y Fernando VII volvió al trono. Porque las colonias americanas no quisieron renunciar a los derechos y las libertades que habían conseguido desde 1810. Quisieron mantener su autonomía, a la que se habían acostumbrado y apreciaban mucho. El rey de España, furioso, ordenó castigar a los criollos rebeldes y envió más tropas a América para derrotarlos. Ante esa situación, los países hispanoamericanos fueron poco a poco declarando formalmente, de manera oficial, su independencia total de España. El Río de la Plata lo hizo el 9 de julio de 1816, en el famoso Congreso de Tucumán.
Más allá de sus logros a corto plazo, el intento español de reconquistar sus colonias americanas fracasó totalmente. Los países criollos supieron crear ejércitos propios muy poderosos. San Martín desde el sur (Río de la Plata) y Bolívar desde el norte (Venezuela) fueron gradualmente venciendo y desalojando a los realistas, en un movimiento de tenazas que convergió en Perú, el último gran reducto godo en Sudamérica. En 1824, se libran dos batallas decisivas en los Andes centrales: Junín, el 6 de agosto; y Ayacucho, el 9 de diciembre. Esta doble victoria de Bolívar y Sucre en la sierra asegura la independencia del Bajo Perú y abre las puertas del Alto Perú, que muy pronto también es liberado.
Batalla de Ayacucho. Autora: Teófila Aguirre
Hacia 1825, toda la América del Sur española era independiente, con excepción de dos minúsculos enclaves en el Pacífico: el puerto de El Callao en Perú, cerca de Lima, y el archipiélago de Chiloé en la Patagonia trasandina.
Casi todos los países criollos dejaron de ser colonias del rey de España y se convirtieron –de inmediato o a poco andar– en repúblicas: México, Colombia, Chile, Bolivia, etc. Así nació también Argentina, aunque durante varios años no se llamó así, sino Provincias Unidas del Río de la Plata. También Brasil se independizó, aunque no de España sino de Portugal, adoptando de forma bastante duradera (67 años, 1822-1889) el régimen monárquico. Las únicas posesiones de ultramar que el Imperio Español retuvo en nuestro continente después de que, a comienzos de 1826, se rindieran los últimos bastiones realistas sudamericanos de El Callao y Chiloé, fueron las islas caribeñas de Cuba, Puerto Rico y –con grandes intermitencias– la mitad oriental de La Española, es decir, Santo Domingo (hoy República Dominicana).