Por Federico Mare
¿Por sus frutos los conoceréis? Quizás no siempre, aunque esta vez sí. ¡Y vaya que sí!
Mendoza, igual que otros distritos electorales, tendrá boleta única. Se ha hablado y discutido mucho de esta reforma. Sus ventajas o beneficios –reales o presuntos– son de sobra conocidos: el gobierno radical y la prensa hegemónica se han ocupado de publicitarlos a los cuatro vientos (transparencia, equidad, etc.). Sus desventajas o problemas, en cambio, se conocen mucho menos.
Pero aquí deseo hablar de otro aspecto de la reforma electoral mendocina; un aspecto que, llamativamente, ha concitado poca o ninguna atención mediática: la eliminación del cuarto oscuro. Por un lado, autoridades de mesa y fiscales ya no estarán en los patios o pasillos de las escuelas, sino dentro mismo de las aulas, a puertas abiertas. Por otro lado, dos votantes ingresarán en simultáneo al recinto áulico para emitir su sufragio, en sendos boxes improvisados (al parecer con cartón).
Desde luego que el voto secreto –uno de los pilares democráticos de la señera Ley Sáenz Peña de 1912– seguirá vigente, al menos en la mayoría de los casos (no está claro, por ejemplo, si el secretismo estará suficientemente garantizado en aquellas situaciones donde sufraguen personas no videntes, o con otras discapacidades, que deberán ser guiadas oralmente). Pero, aun cuando no existiese ningún riesgo de voto cantado –al menos no mayor que el actual–, cabe preguntarse: ¿da lo mismo que haya o no haya cuarto oscuro?
Para la tecnocracia neoliberal del radicalismo mendocino, a la que solo le preocupa el ahorro de tiempo y dinero, cuestiones como la dimensión simbólica de la democracia, su imaginario cultural, sus tradiciones políticas, la liturgia republicana, la carga de significación histórica de la Ley Sáenz Peña, la emotividad o «psicología» del sufragio, las resonancias de sentido que subyacen al ejercicio de la ciudadanía, su estética inclusive, son «minucias» sensibleras o «antiguallas» románticas. En nombre del «progreso» y la «modernización», se aprestan sin titubeos a firmar el acta de defunción del cuarto oscuro. Lo reducen todo a dos ítems: «eficiencia electoral» y «austeridad fiscal». Son utilitaristas y economicistas. No pueden ni quieren comprender que el cuarto oscuro constituye algo más que una mera técnica de implementación del voto secreto. La suya es una racionalidad instrumental.
El contenido y la parquedad de la enmienda efectuada el año pasado –mediante la ley 9375– al art. 31, inc. 4, del Código Electoral de la Provincia (ley 2551) resultan reveladores: “habilitar hasta dos (2) recintos inmediatos a la mesa, que se encuentre a la vista de todos y en lugar de fácil acceso, para que los/as electores/as marquen sus preferencias en la Boleta Única en absoluto secreto. Este lugar debe garantizar debidamente que el/la elector/a pueda ejercer su derecho a voto con todas las garantías y en secreto, sea a través de tabiques y/u otro sistema del material y en la forma que la Junta Electoral establezca”. El artículo 24 de la ley 9375 finiquita la supresión express del cuarto oscuro con esta aclaración: “Cuando en el resto de la legislación electoral se mencione la palabra ‘sobre’, en relación al voto a introducir a la urna, se entiende que se refiere a boleta, y cuando se menciona al cuarto oscuro, se entiende que se refiere al lugar para que el/la elector/a ejerza su derecho de voto con la Boleta Única”. Cualquier lugar, da lo mismo.
La democracia representativa actual de baja intensidad, la democracia liberal –o iliberal– contemporánea, no es santa de mi devoción (sigo soñando con la utopía política de la democracia directa, de las comunas libres federadas en un marco económico-social comunista). Pero, así y todo, no menospreciaría con ligereza el cuarto oscuro. Había algo de solemne, de «sagrado», en ese procedimiento parsimonioso, solitario e intimista de elección. Era una metodología ritualizada que, bien o mal, servía para escenificar, vivenciar y realzar la importancia de votar. Además, la soledad e intimidad del cuarto oscuro daba cierta sensación de seguridad o tranquilidad a aquellas personas que no habían decidido aún su voto, que no sabían bien cómo se vota, o que tenían dificultades físicas para hacerlo. No sentirse expuestos o expuestas, observados u observadas, era un sutil mecanismo de resguardo emocional.
En Neuquén, ya se aplicó el nuevo sistema. Allí, la boleta única y la supresión del cuarto oscuro van de la mano con el voto electrónico. Gente amiga que vive en Norpatagonia y participó de los comicios del 16 de abril, y que leyó un borrador de esta columna de opinión, me manifestó sentirse identificada con mi valoración crítica. No solo eso: estas personas, al transmitirme sus experiencias y observaciones de primera mano, me permitieron confirmar mis presunciones. No solo confirmarlas, sino, incluso, reforzarlas: por ejemplo, me comentaron que en Neuquén había filas de votantes que llegaban hasta dentro de las aulas, con lo cual, las dos personas que estaban emitiendo su sufragio eran vistas no solo por las autoridades de mesa y quienes hacían de fiscales, sino también por aquellos ciudadanos y ciudadanas que estaban a punto de votar. También me refirieron el caso de una votación en el SUM de una escuela: un espacio mucho más vasto que las aulas, con dos máquinas, donde la cantidad de gente haciendo cola era mucho mayor (decenas de votantes).
Una multitud ansiosa y apurada, o cuanto menos expectante. Sentir que te están escrutando tus pares y las autoridades, no es el mejor contexto para votar, especialmente en el caso de personas ancianas o con discapacidad, jóvenes debutantes, gente tímida o insegura, etc. El cuarto oscuro era un paraguas protector, y se ha perdido. La posibilidad de recibir ayuda o asistencia sigue estando, por supuesto, pero ese auxilio ha quedado expuesto. Ya no habrá reserva, discreción. Que muchas personas en situación de espera maten el tiempo viendo cómo recibís ayuda o asesoramiento para poder votar, debe ser incómodo, estresante, y acaso un poco humillante. Antes, con el cuarto oscuro, la cosa era distinta. El auxilio se concretaba en un marco de cierta intimidad relativa. Evidentemente, las luminarias tecnocráticas de Argentina no se detuvieron a reflexionar en estos «detalles»…
Decía que en Neuquén también se aplicó el sistema de voto electrónico. Mis amistades neuquinas me comentaron lo problemático que era visualizar con claridad tantas opciones electorales en una pantalla pequeña: múltiples candidaturas por partido o coalición, amén de listas colectoras (recuérdese que estamos en la etapa electoral preliminar de las PASO). Imaginemos esa dificultad en el caso de personas ancianas o con discapacidad que no tienen una relación fluida con las nuevas tecnologías digitales. En Mendoza, todavía no tenemos voto electrónico, es cierto. Pero sospecho que lo tendremos pronto. Dicho «solucionismo tecnológico» se inscribe en la misma lógica, en la misma tendencia tecnocrática y virtualizadora de estos tiempos (que la crisis pandémica ha acelerado). El voto optativo, como en EE.UU., suele ser otra de las metas a largo plazo –o fantasías futuristas– de la reforma electoral del neoliberalismo, aunque, por lo general, esa meta se la deja en sordina.
Pero volvamos a nuestro asunto: el réquiem al cuarto oscuro. Claro que se podría relativizar o minimizar esto, si no se comulga con el credo de la democracia representativa burguesa, pero eso es harina de otro costal. Porque aquí, ahora, el réquiem al cuarto oscuro no lo canta la izquierda revolucionaria, sino la derecha neoliberal.
¿Se acuerdan de la parábola bíblica del árbol y sus frutos, atribuida a Jesús de Nazaret? Figura en el Nuevo Testamento, en los evangelios de Mateo y Lucas, dentro del pasaje conocido como Sermón de la Montaña. La versión de Mateo (cap. VII) dice así: “Guardaos bien de los falsos profetas, que se os acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces. Por sus frutos los conoceréis: ¿es que se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas?”. No está mal pensar el neoliberalismo, su racionalidad instrumental y su solucionismo tecnológico/técnico como una variante moderna y secularizada de «falso profetismo». Puede ser una metáfora útil, fecunda.
No es mi intención romantizar o idealizar el cuarto oscuro, porque sigo creyendo que la democracia indirecta es espuria. Solo quiero subrayar lo siguiente: hay una motivación tecnocrática –subrepticia o no tanto– en la decisión de eliminar de un plumazo la materialidad tradicional del voto secreto (la soledad solemne del recinto áulico en los comicios). Es una motivación que debe ser denunciada, cuestionada. Lo que se viene es un habitáculo comicial lleno de gente y murmullo, exhibicionista y desasosegado, rutinario y gris, donde la estética y la psicología del sufragio perderán todo «misterio» y toda «magia», pues se asemejará a una sucursal bancaria o una estafeta de Correo Argentino.
