Por Gloria Kreiman
El tercer largometraje de Ali Abbasi, director iraní radicado en Dinamarca, está basado en hechos reales de 2001 y 2002, cuando un asesino serial mató a 16 prostitutas en Irán con el fin de «limpiar la ciudad», según su perspectiva, en nombre de dios y la pureza moral.
En la película, una periodista que investiga el caso será la figura central, y su curiosidad, perspectiva, incomodidad y necesidad de justicia el hilo conductor de la historia.
En su primera mitad, «Holy Spider» se configura desde el suspenso, con imágenes muy crudas y explícitas sobre el modus operandi del asesino y su vida paralela de buen señor.
En la segunda mitad, se transforma en un conflicto jurídico y social que muestra lo peligroso del fanatismo religioso y moral (que rara vez van separados), de los lugares que ocupan la mujer y el hombre en la cultura musulmana y en la capacidad de contagio que puede tener la psicopatía.
En el final, la película maximiza el pesimismo y el desánimo que ya se masticaban desde el principio con un recurso que, si se tratara de un tanque hollywoodense, podría dejar abierta la puerta para una parte dos, y que da ganas de llorar o romper todo porque no hay salida y el mundo siempre será un lugar horrible.
En términos generales, todo esto ocurre en el filme de modos muy subrayados, descarnados, escabrosos. Eso no me gustó tanto, pero sin dudas hay una fuerte decisión de dirección de ir hacia ese lado y crear una atmósfera sin sutilezas y con un formato bastante clásico. Lo que sí me gustó es que se sostiene narrativamente casi todo el tiempo y que se convierte en una buena herramienta de denuncia en un momento en el que resulta particularmente importante tener en mente cuestiones de género, policía moral, fanatismo e idolatría. No importa cuándo ni desde dónde leas esto.
