Mi encuentro con «Adán García»

Por María Emilia Durán

 

En la mañana de hoy tuve un encuentro frente a frente con unos de esos miles de «Adán García» latinoamericanos.

Se me acercó con el ritual tradicional que prepara el asalto: primero me pidió 25 centavos como entrada protocolar para el siguiente acto. Luego tomó mi brazo y, de su pantalón, sacó un cuchillo casero. En ese momento solo alcancé a ver el mango marrón e inmediatamente recordé las veces que había usado un cuchillo similar en mis fallidos intentos culinarios. Aunque pareciera un pensamiento aparentemente ajeno, hubiera preferido llorar mientras picaba una cebolla y no en esa vereda en plena avenida Colón de Quito, a las 6 de la mañana, rumbo al gimnasio.

Me habló con determinación, mirándome a la cara, y me pidió el celular. Aquí fue donde la suerte, que no es azarosa, nos sorprendió a ambos: yo no tenía el celular y él, en cambio, tenía a una mujer nerviosa y llorosa frente a sí ofreciéndole un dólar, que era mi único objeto con algún valor de cambio en ese momento.

Mi rostro, reflejo de mi miedo, conmovió en algo a este Adán, que inmediatamente guardó el filoso y amenazante cuchillo para sorprenderme con un abrazo consolador. En ese minuto, que para mí fue una eternidad, me pidió perdón y me dijo que por favor me fuera tranquila y no llorara más. Yo correspondí a su abrazo pidiéndole perdón también por vivir en un sistema tan injusto, donde las oportunidades y la plata no sobran.

Le ofrecí el dólar que tenía, como si eso pudiera resolver en algo su angustia por la plata, la comida, la familia o lo que fuera, pero no lo aceptó.

En ese abrazo también nos abrazamos las penas y el dolor, las suyas y las mías, las de vivir en una ciudad que no es nuestra: él, costeño ecuatoriano, y yo, venezolana migrante. En ese abrazo nos identificamos como personas y no como meros estereotipos criminalizados.

En mi memoria se cruzan el asa marrón del cuchillo, el abrazo y mis lágrimas. Ojalá que el miedo al otro y al diferente no nos gane la humanidad que somos, aunque no nos guste y no la aceptemos.

 

 

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