“Dime quién me lo robó”

Carolina Elwart
Leandro Ubilla
José Luis Morales

Revolución Argentina fue el nombre que se grabó a fuego en la memoria de los jóvenes de fines de la década de los ’60. Una revolución que, contrariamente a su nombre, no venía a cambiar nada, sino más bien a prohibir. Comenzó con la democracia, como todo golpe de Estado, siguió con la educación “por el exceso de pensamiento”, dirán años después, y continuó con la cotidianeidad.

Una de las primeras cosas que se prohibieron, en ese afán incesante de prohibir, fue la noche, porque los amos de la censura, además, eran amos del orden. Y la noche estaba desordenada, no solo por acciones de las “organizaciones armadas” sino por jóvenes de pelo largo que viajaban de bar en bar, con guitarras, libros y creatividad. Desordenada, porque el imperio moral de la adultez decía que esos jóvenes debían estar durmiendo; desordenada, porque esos jóvenes ya no querían obedecer al mundo adulto, y porque la simiente de algo nuevo ya había sido sembrada y nacía en acordes musicales desde 1967. Algunos de esos jóvenes que tomaron la posta fueron Charly García y Nito Mestre. Juntos enriquecieron esas noches prohibidas, esos andares por bares furtivos, dieron motivos para transgredir la barrera de la censura y la prohibición.

suigeneris

“Dime quién me lo robó” pertenece al primer disco de Sui Generis, “Vida”, aquel donde aparecen las canciones más emblemáticas del dúo, como “Canción para mi muerte” o “Necesito”.

Hay un robo y no se sabe de quién. Eso anuncia el título.

“Sabía yo creer el cuento sin razón, / al hada, la bruja y a vos, / sabía correr, podía reír, / y creo también que era feliz”. La fe en la sinrazón, creer el cuento, la narración, el mito sin dudarlo, sin ponerlo en juicio. Como dicen, la ignorancia da felicidad.

En los siguientes versos pinta visualmente la escuela tradicional, el conductismo que exige las lecciones, el profesor que siempre tiene la razón y no deja lugar a la duda, al debate, al cuestionamiento. Como aquel docente de Pink Floyd, represor de sus estudiantes.

El yo lírico nos dice que está creciendo y busca el amor. No sabe cómo porque de eso tampoco se habla. Hay un crecimiento. Pero ese crecimiento le trae nostalgias, y recuerda y mira hacia ese pasado “y todo lo que yo amaba ya no es mío y se escapó”. Todo pasa tan rápido que no tuvo tiempo de retenerlo y se nos fue.

Y ahora confundido entre el humo, se pregunta por el sol y por Dios, los ha perdido. Une la claridad del sol con la niñez pasada y la creencia en Dios, esos cuentos que creía sin dudar. “Dime quién me lo robó”. Quién robó esa inocencia perdida.

Y vuelve a caminar y a recordar “mi casa, mi padre y Jesús”; ya es innegable la referencia a la fe ausente. El yo lírico quiere creer, quiere su fe pero ya no la tiene. La infancia, la inocencia y la fe se han ido y no sabe adónde. Las quiere recuperar pero sabe que es imposible. El Dios de la niñez ya se le ha escapado, porque ya duda, no puede volver atrás, se le ha caído ese velo de sus ojos, se lo han robado. Ver el mundo desnudo nos duele.

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