Carolina Elwart
Leandro Ubilla
José Luis Morales
El año 2001 fue un parteaguas, un antes y un después, una bisagra histórica que le daba fin a una etapa y abría otra que, paralelamente, se iniciaba con el nuevo siglo. El atentado a las Torres Gemelas quizás haya sido el centro neurálgico del cambio que moldeó un nuevo mundo, uno en el que se construyó un nuevo eje del mal por medio de la lente del norteamericano medio.
Los antiguos aliados pasaron a ser enemigos pasibles de ser invadidos, saqueados y, lógicamente, también muertos. La Argentina, por suerte, tenía relaciones carnales con el amigo del Norte. Famosa herencia patilluda que hacía las veces de escudo ante la devoradora vocación de destrucción del imperio.
Sin embargo, en 19 años de joven democracia, la sociedad no había podido generar los anticuerpos necesarios para imposibilitar la llegada al poder de personajes oscuros y corruptos. Aquellos que ayudaron a vaciar al Estado, imposibilitando que los que menos tienen, o los que no tienen nada, los despojados y los desclasados, no encuentren refugio o satisfacción a necesidades mínimas garantizadas por la Constitución. Aquellos que se dispusieron a vaciar la Salud y la Educación, disminuyendo las partidas presupuestarias a amargas y raquíticas cifras, cargaron así el arma de Favaloro. Aquellos que se entregaron gozosamente a las lógicas del mercado pensando en encontrar en la libre oferta y demanda algo de la responsabilidad social perdida. En definitiva, aquellos que en 2001 debieron huir en helicóptero por efecto del clamor popular.
El título de la canción refiere a las películas más conocidas de Hollywood, a las claramente más ficcionales y espectaculares. También hace referencia a las películas en las que se mata impunemente, donde la vida no vale nada. “¿Qué esperás, producción descomunal? / Hollywood no existe más / Sudamérica es así / Esto es pura realidad”. Acá la realidad supera la fantasía, es más increíble la realidad argentina que la ficción yankee.
“¿Qué esperás? Solución en el final? / Superman nunca viene por acá / ¿Qué esperás? Nuestro héroe es de verdad / Nacional, bien anónimo y mortal”. No vendrán los superhéroes de la ficción a salvarnos, nuestro héroe es de barro, sin nombre, porque en la canción no se lo menciona, y muere al final, porque es un héroe nuestro, argentino, falible.
“Es la historia de cada día / Siempre el mismo guión / Trabas y burocracia, que frustración! / Lo de siempre, lo normal, todo gris / Sin final feliz, en este film”. La burocracia, ese mal bien argento que en los ’90 se hizo carne en los mediocres y se extiende pareciera que indefinidamente. Las trabas que no ayudan a la gente que lo necesita pero le abren las puertas a los corruptos que la levantan en pala, se la llevan. Y sí, es inexorable: “Los buenos mueren”.
“Observa, no te pierdas el final! / Qué fatal, paradoja singular! / Nunca más nuestro héroe volverá / Se marchó, por la puerta de atrás”. Como los héroes posmodernos, en declive, perdidos, angustiados por la existencia que no se acomoda a los deseos, este héroe se irá con vergüenza, pero no porque lo que haya hecho esté mal, sino porque los corruptos le cierran el camino de su salvación. Los buenos, los inteligentes, los valientes entre cobardes y corruptos que mandan, tienen el destino de perder.
“Decidió evitar la corrupción / Decidió y ahí nomás se suicidó / Y pensar que fue maestro del bypass / Y murió, de un disparo al corazón”. Esta es la mayor ironía que pudo hacer: demostrar todo su conocimiento, todo lo que había estudiado, todo lo que aún podía aportar a la medicina y ciencia argentina y mundial en el tiro del final. Es Favaloro, a quien la canción no menciona, porque no hace falta, porque su muerte es la comprobación de que nos burlamos de quienes saben y pueden mejorar la vida de las personas, y en cambio enaltecemos a quienes le roban la oportunidad de vivir mejor a una población entera.
