Por Mariano Dubin
La violencia es la partera de la historia. Sí. Pero también es la patada en el piso a Fernando que lo mata. Aunque todos supiéramos que estaba muerto mucho antes. Ahí tenía sus orejas y sus pelotas para ser cortadas por algunos cazadores de indios, antes o después, en algún arrabal de nuestras vidas. Porque nos encantaría que esos tilingos fueran «los hijos del poder». Pero el poder no vive en un barrio de clase media alta de Zárate. Ahí no está el poder. Al poder hace tiempo que ni siquiera le conocemos la cara tan preocupados en nuestros narcisismos teóricos y en el debate de mercachifles de alguna moda lingüística. Lo que sí vemos todos los días es la partera de la historia, acá y allá, desguazando algún cuerpo que aparece tirado en las esquinas y en las zanjas. Mientras en Davos, o en alguna otra cloaca donde se hace la autopsia del mundo, se habla de inclusión, inclusión, inclusión. Hablar y hablar. Y cada tanto lo vemos, al muerto, cuando las moscas de nuestra abulia se dispersan, y nos permiten indignarnos. La ficción de la indignación, y se corre el telón y aplaudimos. Fuerte. Muy fuerte. Y seguimos vivos. Y ahí queda todo el odio acumulado en siglos de guerra de frontera. Una frontera móvil, confusa, pero donde siempre del otro lado queda el negro, el indio, el gaucho, el guacho. Hoy, Fernando, el paraguayito.
La violencia es la partera de la historia. Sí. Pero también es la patada en el piso a Fernando que lo mata. Y nos encantaría, eso engorda aún más la indignación que venden como pescado importado en el mercado, que fuera un ente abstracto, indestructible, como enemigo eterno, que mate a Fernando. Y que una palabra explique por siempre la muerte de Fernando, nuestra indignación, y la redención final de todos y todas. Pero ahí está la partera de la historia abriendo cabezas, gargantas, culos que se desangran en la imperturbable realidad de hambre, saqueo, humillación. No sé qué es peor. O qué me indigna más (ya que estamos en el mercado de las indignaciones fulminantes que duran lo que dura un hashtag). Y no importa que ya te rajen los tamangos, buscando este mango, que te haga morfar. Si hoy no estás en el hashtag, que tu hambre espere. Y esperará. Porque no hay nada que dure más que la mishadura en este mundo. ¿Hay, me pregunto, un afuera de esa violencia? ¿Hay un afuera de la historia? ¿Algo afuera de esa partera de la historia? ¿Hay una educación, pregunto, para que no hagamos de los muertos nuestras cifras en los diarios? ¿Hay educación para explicar las causas biológicas de que día por medio leamos que un niño wichi muere de hambre? ¿Y dónde están los titulares donde leamos cuánto se concentró y se extranjerizó ese mismo día la tierra? Y recuerdo al obrero de Brecht preguntándole al médico: “Dices que el dolor en el hombro / proviene de la humedad, de la que / también proviene la mancha que hay / en la pared de nuestra casa […] Probablemente dirás que eres inocente. / La mancha de humedad en la pared / de nuestra casa dice lo mismo”.
Número tras número. Y según el hashtag estaremos hablando de un muerto por día en la desregulación vial de La Plata o Quilmes. O estaremos hablando del muerto por día en la guerra desatada por el narcotráfico en Rosario. ¿Hay educación por afuera de esas violencias? Recuerdo, ahora, a Larralde: “¿Quién me enseñó a ser pobre si en la panza de mama no había ni escuela ni pizarrón? Y dicen que nací varón porque en el pique faltaba un peón”. Se nace pobre porque al mundo le falta un pico para sacarle carbón, petróleo o soja. ¿Dónde se aprende que matar a un negro sea deporte nacional? ¿Dónde desarmarse para que no te vuelen la cabeza por un arreglo de cuentas por pasar justo por la esquina equivocada? ¿En qué libro de texto te enseñan a no morir por no comer en Salta, la linda (y click, la foto quedó hermosa)? Y hay cosas que la educación no enseña. Y hay cosas que la educación no cambia.
La violencia es la partera de la historia. Sí. Pero también es la patada en el piso a Fernando que lo mata.
