Huyendo de Estocolmo

Por María Emilia Durán
Narración: Diana Borja

 

 

“¿Qué mares han de bañarte?
¿Y qué sol te abrazará?
¿Qué clase de libertad
van a darte?
Yo me quedo con todas esas cosas
Pequeñas, silenciosas,
Con esas yo me quedo”

 

Hoy murió Pablo Milanés, y a mí me encanta esa canción. Siempre pensé que se trataba de una despedida por un corazón roto, pero hoy esa canción tiene otro significado: es una despedida a mí misma, a la que migró de sus recuerdos y se cosió unos nuevos a 2.850 metros de altura sobre el nivel del mar, aquel mar que alguna vez fue mío.

De vez en cuando me angustio, no hay futuro, ya no hay futuro, sólo este sobreequipaje de historias pa’ contar. ¿A quién? Buena pregunta.

Mira desde la ventana un volcán. ¿A dónde fue el mar que ocupaba ese lugar? Mira desde la ventana a una mujer con 10 años menos llegar a esta ciudad andina vestida de olas y caracoles.  Mira desde la ventana a una mujer con 10 años más y un corazón dividido entre el volcán y el mar. Ella sabe a mar y sabe a tierra húmeda, habla cantando,  dice «chama» y «ñaña» indistintamente, cruzó en el lomo de una ballena el Pacífico y asegura que ya no sabe de dónde es, pues todo se le mezcló desde hace 10 años.

“Esta casa en que vivo se asemeja en todo a la mía… También las horas y los minutos del tiempo que pasa son semejantes a las horas y a los minutos de mi vida”. Cada cuanto, en momentos de nostalgia, recuerdo esas frases, no el poema completo, pero esas frases. Como un típico encuadre de melancolía miro el cielo y busco alguna similitud, pero todo esto ya soy, mis pasos, mis acentos mezclados, mis gustos por el calor-frío y el sol-lluvia que viven en mí. Eran tiempos de líderes patriarcales y pueblos flameando banderas rojas y verdes, de oratorias socialistas y soberbias de un lado y otro. Eran tiempos de abrazos patrióticos e inversiones chinas para reajustes de deudas, de movilizaciones sociales y un anuncio de enfermedad. La lluvia fue definitiva para sellar un beso de despedida, a los pocos días tomaría un avión rumbo a la mitad del mundo. Era yo la que lo tomaba, una caraqueña de 28 años, con una incierta y lejana certeza del tamaño de la decisión que había tomado. ¿Qué tiene que ver esa ciudad con Caracas? Nada, pero yo quería vivir entre volcanes. Ahora esos mismos volcanes me asfixian. Es como si me apretaran las costillas y me sacaran el aire, un aire helado. No logro ver nada más allá de las montañas, me siento encerrada, apretada y triste.

Ella piensa que no sabe, o quizás sí sabe, pero se extravía entre tantas emociones.  Ahí va a esconderse de la lluvia, detesta la sensación de los pies fríos: frente a ella un gran pájaro de acero, brillante y bullicioso se despliega con sus enormes alas para llevarla a un lugar nuevo y desconocido: una nueva aventura está por empezar.

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