Grandes ocasos para el mundo ficcional mafioso

Por Gloria Kreiman

En julio de este año murieron Tony Sirico, el actor que interpretó a Paulie en «Los Soprano», y James Caan, Sonny Corleone en «El Padrino». Además terminó «Peaky Blinders», la exitosa serie sobre la familia de gánsteres ingleses.

Grandes ocasos para el mundo ficcional mafioso y una doble invitación: 

En primer lugar, a repasar a estos personajes y producciones. 

Tony Sirico fue un mafioso en la vida real. De hecho, tuvo 28 arrestos y después devino en actor. Resaltan sus actuaciones en la histórica «Buenos Muchachos», de Martin Scorsese; y en «Los Soprano», encarnando a uno de los personajes más icónicos, probablemente el único con un deliberada construcción humorística de esta serie grandiosa.

Como ya he dicho otras veces, «Los Soprano» es para mí una obra maestra de la televisión y una de las mejores series de todos los tiempos, con una innumerable lista de méritos entre los que destaco que se sostiene con calidad de principio a fin, sin apelar a la empatía hacia sus personajes, que son todos absolutamente despreciables. 

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Por su parte, James Caan brilló en un montón de películas, entre ellas «Misery» y, como decíamos, «El Padrino», de la que se ha hablado y podría hablarse horas porque es, sin dudas, la obra más emblemática del cine sobre mafia y una de las más emblemáticas del cine en general. 

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«Peaky Blinders», en cambio, está para mí muy por debajo de las anteriores. La serie es una especie de mala versión o mal homenaje de ellas. Tiene muchas virtudes de producción, algunas de guion y actuaciones, y su personaje principal -como el actor que lo interpreta- es indudablemente magnético. Pero falla en que se erige casi exclusivamente sobre el abuso reiterado y la glorificación exagerada y caprichosa de la violencia, lo que la vuelve narrativamente chata y políticamente peligrosa.

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En segundo lugar, todo esto nos dispara la pregunta sobre por qué gustan tanto las series o películas sobre mafiosos. ¿En qué fibra primitiva o cultural radica su épica?, la épica de la violencia desmesurada, el morbo y la perversión, la ilegalidad, el poder obtenido y defendido a mano propia. ¿Mirarlas es un «gustito permitido», una muestra gratis de lo que nos gustaría ser pero no podemos o no nos animamos? ¿Es como en las películas románticas pero al revés?

Excusas para pensar nuestra mirada sobre este tipo de producciones y, sobre todo, para recordar las maravillas realizadas en torno a este tipo de historias, independientemente de la génesis de nuestra percepción.

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