Carolina Elwart
Leandro Ubilla
José Luis Morales
El Primer Triunvirato de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1812 considera “de la mayor importancia, el que en todos los espectáculos públicos se entone (…) con la dignidad que corresponde la marcha de la patria”. Por tal motivo, encarga “mandar hacer una composición sencilla pero majestuosa e imponente” que sirva como bálsamo que cohesione a la naciente argentina.
El 11 de mayo de 1813 la Asamblea General Constituyente declara “única marcha nacional” la obra que Vicente López y Blas Parera componen a requerimiento del Triunvirato, hecho muy original -dice Esteban Buch, especialista en el tema- dado que, visto desde la distancia, es el primer himno nacional moderno. Por supuesto no el primer compuesto, dado que ese mote se lo podrían llevar «God save the queen» o «La Marsellesa», sino porque es la primera vez que un Gobierno encarga directamente dicha tarea para “inspirar el inestimable carácter nacional, y aquel heroísmo y ambición de gloria que ha inmortalizado a los hombres libres” y para que “ninguno viva entre nosotros sin estar resuelto a morir por la causa santa de la libertad”. El Himno Nacional, entonces, vincula el estilo musical y la letra con una identidad nacional en construcción que poseerá sus ribetes más claros hacia finales del siglo XIX.
Luego de ello, canción e identidad quedan fundidos en una relación estática y monolítica. Romper esa vinculación parecía una obligación, ya que la identidad y las formas de simbolización de lo patrio mutan, se transforman, son más bien algo dinámico que se corresponde con los tiempos, las nuevas generaciones, las transformaciones culturales, tecnológicas y artísticas que transita la sociedad argentina. Esto no se traduce en el abandono de la versión clásica del Himno y su representación, sino más bien en el enriquecimiento representativo de la canción a través de otros formatos y estilos.
El primero que se propuso y logró esta tarea fue Charly García en 1990, cuando compuso su majestuosa versión rock del Himno, dándole un carácter más cercano, terrenal y popular a la canción patria, en perjuicio quizás de la majestuosidad decimonónica, pero que encarna la identidad de una Argentina que volvió a nacer, muy particularmente luego del Terrorismo de Estado. Charly además propone musicalmente algo novedoso, le cambia el tono al Himno ya que el original está en Si bemol, que según el mismo Charly es el tono guerrero, de las bocinas y estridencias que suele usarse en canciones solemnes.
La letra original del Himno Nacional no es la que cantamos habitualmente. Por el 1900, Julio Argentino Roca, el mismo de la Campaña del Desierto, decidió que la letra original del Himno era muy agresiva para el pueblo español, con el que se quería comenzar un período de negocios nuevos. O sea, dijo algo como “pienso que aquellos patriotas se deben haber sentido muy mal al luchar contra España, mi querido Rey”. Entonces se tomaron las partes más suaves del Himno, porque tampoco podía cambiar la letra como ironiza Les Luthiers en un espectáculo.
«Los nuevos campeones» tienen bajo sus «plantas rendido a un león», ese animal símbolo de España, de sus estandartes, fiero y cruel, sediento de sangre. El cruel invasor avanza, destroza, mata, pero los argentinos no se quedan quietos y reaccionan porque en ellos revive el antiguo ardor de los Incas, ese pueblo autónomo que generó conocimiento y un Imperio antes de la llegada de los españoles, ese mismo ardor que trataron de revitalizar San Martín y Bolívar, y el mismo que infructuosamente buscó el Che en sus reiterados viajes por Latinoamérica.
Los pueblos del Sur logran desgarrar los brazos robustos del «ibérico y altivo León» y al fiero opresor de la Patria doblar su «orgullosa cerviz». Lamentablemente siempre habrá aquellos que rifen a bajo costo nuestra soberanía, para quedar bien o para ponernos a los pies del extranjero. Por eso leer cada tanto la letra original del Himno nos recuerde que «aquí el brazo argentino triunfó».