Invitación a descubrir o eliminar prejuicios sobre los musicales

Por Gloria Kreiman

El estreno de «Elvis», de Baz Luhrmann, me dio ganas de hablar sobre los musicales, género bastante ignorado y con muchos detractores, pero que a mí —aunque no sea mi favorito— me encanta por varios motivos:

Primero porque, al declararse de entrada como una exacerbación de la ficción, no promete más que eso: irrealidad, fantasía, sensaciones digitadas. Entonces se plantean mundos con una lógica, un código y una estética a los que otro tipo de películas —por los límites de sus propias reglas— no podrían llegar. La no naturalidad decretada abre posibilidades infinitas: cualquier cosa puede pasar en un musical.

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También porque es un género en el que pueden desplegarse mucho y muy bien todas las disciplinas y talentos artísticos: música, canto, danza, artes plásticas, vestuario, dirección de arte.

Y finalmente porque hay muchas grandes películas de este género, viejas y nuevas. Por ejemplo: «Cabaret», «All that jazz», «Los paraguas de Cherburgo», «Mary Poppins», «The Rocky Horror Picture Show», «Chicago», «Romeo y Julieta», «Moulin Rouge», «Bailarina en la oscuridad», «Sweeney Todd» y «La la land»; entre tantas otras que demuestran que no todos los músicales son tontos, triviales y aburridos y que, desde su lenguaje, pueden ser políticos, disruptivos y estar a la altura de películas de cualquier otro tipo.

Invitados así a descubrir, desprejuiciarse o reconciliarse con o repasar al musical; género de magia, desbordes y destrezas.

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