Por Gloria Kreiman
Actor de stand up, escritor, dramaturgo, músico y director de más de 50 películas. Denunciado y cancelado por abuso sexual. Y hace poco anunció que se retira del cine. Estoy hablando, obviamente, de Woody Allen quien, con todo esto, nos lleva a tres cuestiones.
En primer lugar, a su filmografía que además de ser prolífica tiene muchas obras excelentes, inteligentes, graciosas, ácidas, con escenas memorables y grandes actores y actrices. Destaco las que son, para mí, las mejores, aunque seguramente me quedan afuera varias: «Annie Hall», «Manhattan», «Zelig», «La rosa púrpura de El Cairo», «Crímenes y pecados», «Dulce y melancólico», «Match Point» y «Whatever works».
En segundo lugar, a la discusión sobre la cultura de la cancelación. Difìcil acercarse a conclusiones en poco tiempo por eso más bien dejo preguntas: ¿Qué hacemos con las personas canceladas? ¿Siempre cancelamos en base a hechos chequeados? ¿Está bien separar al artista de la obra? ¿Quiénes se benefician con los «escraches» masivos? ¿Quiénes resisten impolutamente el archivo? ¿Se puede ser punitivista y progresista?
Y en tercer lugar, a las formas actuales de proyección de cine. Woody Allen manifestó que su retiro, después de filmar una última película, tiene que ver justamente con la falta de motivación que le representan las nuevas lógicas de exhibición en la que las salas pierden funciones y las plataformas de streaming son las que terminan adueñándose en varios sentidos de las películas. De nuevo, más que una resolución, la invitación al debate: ¿Cómo afecta esto a la producción, distribución y exhibición de cine? ¿A los públicos efectivos y potenciales? ¿A las salas? ¿Nos rendimos a ver películas en televisores o militamos el cine en el cine?
Woody Allen despierta polémicas, directa o indirectamente. Invitados con esta excusa, entonces, a repasar sus películas y a discutir sobre cancelación y exhibición de cine.
