Por Msc. Miriam Macías
Especialista en terapias naturales
El organismo humano posee dos envolturas: una externa llamada piel y una interna denominada mucosa, que recubre las cavidades. Para que exista salud, ambas envolturas deben tener una temperatura de 37 grados centígrados. Cuando este calor se altera, se produce la enfermedad, que se caracteriza por el aumento de la temperatura interna, producto del congestionamiento de las entrañas y el enfriamiento de la piel.
Al respecto, expresó Lezaeta Acharán que «el hombre es el único ser de la creación que vive enfermo, desequilibrando sus temperaturas con la cocina, que afiebra sus entrañas y con ropas que enfrían su piel».
De esta manera, los alimentos de origen animal, como la carne, los huevos, los mariscos y la leche, una vez consumidos, originan putrefacciones que impurifican la sangre, cargándola de sustancias ácidas, corrosivas e irritantes. Además, obligan a los órganos encargados de hacer circular el fluido vital a un constante y forzado trabajo, que congestiona, debilita y destruye los tejidos del corazón, hígado, riñones, bazo, venas y arterias. En general, todas las enfermedades y afecciones nerviosas, tienen su origen en los desarreglos digestivos.
Siendo la congestión digestiva el punto de partida y apoyo de toda dolencia, todo tratamiento sanador debe dirigirse a normalizar la digestión del enfermo, para lo cual hay que combatir la fiebre interna.
Esto se logrará refrescando sus entrañas, mediante el consumo de alimentos naturales como manzanas, peras, dátiles, nísperos, limones, ciruelas, papaya, frutilla, lechuga, zanahoria, nabo, apio españa, remolacha, cebolla. Estos alimentos favorecen la digestión y la eliminación. Además, se recomiendan las aplicaciones de agua fría: frotaciones, baños, envolturas húmedas, baños de asiento.
Normalizando la digestión del enfermo, se formará sangre pura, se activarán las eliminaciones y se restablecerá la purificación orgánica, contribuyendo a la salud integral.