La vida oculta de la cacica María Josefa Roco

Por María Elena Izuel

¿Has escuchado antes este nombre? ¡Seguro que sí! Pero ¿quién fue la cacica María Josefa Roco?  Muchos saben que fue una mujer aborigen, que vivió hace muchos años en San Rafael y… hasta ahí, porque su vida ha estado oculta a la luz de la Historia por mucho tiempo.

Yo comencé a investigar sobre su pasado tras un pedido de la Asociación de Mujeres de Negocios y Profesionales (AMNIP) de San Rafael, que le pusieron su nombre a su Asociación, pero nadie sabía darles datos sobre su accionar.

Tanto leí sobre su vida, una vida tan rica y valiosa, que sin querer me enamoré del personaje, creo que eso le ocurre a muchos escritores cuando comienzan a investigar sobre alguien del pasado. Cuanto más los conocen, más los admiran. Y he aquí de lo que me enteré, que ahora se los comparto para que todos la admiren, como lo hago yo:

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Representación de la cacica María Josefa Roco hecha por la artista Belén Burzichelli a encargo de la profesora María Elena Izuel

Nació, tal vez, en 1766, en las tolderías del Campanario, donde vivían tribus pehuenches provenientes de Chile, que habían cruzado la Cordillera y se habían establecido al este de la misma, en la zona de Malargüe actual.

Sus padres eran caciques: él era el cacique Roco, muy valiente y capaz, y su madre la cacica Güentenao. Ambos habían tenido 3 niñas y un varón. Él, como era costumbre entre los caciques de la tribu, tenía varias esposas y muchos hijos. Estos eran los menores.

En cierto momento los pehuenches, comandados por el gran cacique Ancán Amun, atacaron  el fuerte de San Carlos, matando a su comandante y a los 13 hombres que tenía. Por tal motivo, el comandante Amigorena resolvió realizar una campaña de castigo hacia esta tribu, que no le temía a nada. Juntó 600 hombres y marchó hacia el Campanario. Con él iban varios oficiales, entre otros don Miguel Teles Menezes. Antes de arribar a las tolderías, se  enteraron de que no estaban ni Roco ni Ancán Amun, ya que habían partido hacia Buenos Aires en uno de sus saqueos. Amigorena atacó la toldería, tal como lo hacían los aborígenes, a las 2 de la mañana, cuando todos estaban entregados al sueño. En la tribu todo fue desorden y miedo, una niña salió corriendo y vio caer a su abuelo muerto por una bala que le dio en el corazón. Ella se aferraba tratando de volverlo a la vida con sus débiles fuerzas, pero no lo logró. Esta niña sería muchos años más tarde la cacica María Josefa Roco y su abuelo era el gran cacique Güentenao, al decir de Amigorena, “el más pillo y sabio de todos”, a quien hubiera deseado llevar vivo ante el Virrey para que le hablara sobre todo lo que sabía.

Después del ataque, encontraron las prendas del Comandante del Fuerte de San Carlos en una toldería. Tomaron prisioneros a las mujeres y niños e iniciaron el regreso a Mendoza. Esta niña, junto con su madre y sus hermanos, iban entre los prisioneros, y muy custodiados pues sabían de su importancia. Es a partir de este momento, año 1780, que comienza la historia de María Josefa. Lo anterior no está escrito, ni siquiera quedó un relato sobre su vida pasada.

Llegan a Mendoza en vísperas de Pascua y, por su importancia, fueron  alojados en la casa de Amigorena, donde imagino que participaron de la vida familiar, siempre “como rehenes y no esclavos”, tal como lo manifestó la cacica Güentenao en un documento. La niña era ya Cacica por disposición de su abuelo, seguramente porque vio en ella a un ser especial que se destacaría en el futuro. Sus hermanos no lo eran. Yo pienso que debe haber sido enviada a una escuela para aprender la lengua española, tal vez para escribir un poco, y a catequesis, ya que el 5 de noviembre de 1780 recibió las aguas del bautismo en la Iglesia Matriz de Mendoza. Fue el bautismo de una catecúmena, como designaban a los adultos; debía tener, según el acta de bautismo, alrededor de 16 años, y tomó por nombre María Josefa.

Su madre fue enviada a las tolderías para convencer al esposo de que firmara la paz, pero este tardó un poco en acceder, siempre pedía que le devolvieran a la Cacica, ya que su mano ya estaba en edad de casarse y estaba valuada en 100 pagas, lo que era muchísimo. Finalmente el Cacique accedió. Firmaron la paz y poco después también lo hizo el Cacique Gobernador Ancan Amún. Desde ese momento los pehuenches del Campanario fueron fieles amigos de los mendocinos.

Pasaron varios años hasta que el Virrey dio la orden de ponerla en libertad, para que pudiera casarse. Muchos candidatos vinieron a buscarla, pero ella solo aceptó al cacique Neculgueno, hermano del famoso cacique poeta Currilipi. Se casaron en 1787 y vivieron felices algunos años, hasta que en un documento aparece que “pasó para hacer sus conchabos en Mendoza  la cacica María Josefa viuda”. Eso fue en el año 1796, por lo que pienso que el esposo debe haber fallecido poco antes. Los conchabos eran los trueques que hacían los indios, de lo que ellos producían, por granos, yerba, azúcar y telas y puntillas, sobre todo

En otro documento de 1804, vuelve a figurar como viuda, por lo que pienso que volvió a casarse, según un  documento, con Antepán Barbas, quien muere en 1802.

La muerte de su padre provocó una sangrienta lucha entre puelches y pehuenches, ya que existía la creencia de que la muerte era provocada por un mal que hacía alguien, quien era señalado por algún enemigo. Su hermano Panichine decía que el culpable era Bartolo Guelecal, de los puelches, y así comenzaron a desangrarse entre ellos. En 1804 la Cacica estaba en Mendoza haciendo sus conchabos, cuando llegó la noticia de que había sido designado Virrey el Marqués de Sobremonte, quien había sido Gobernador Intendente de Córdoba del Tucumán, de la cual dependía Mendoza, y en dos ocasiones había visitado la ciudad de Mendoza, conociendo a la Cacica. Es muy posible que ella fuera la que le preparó las hierbas medicinales que había en la región para que las enviara a Europa, para ser incorporadas a la farmacopea mundial.

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Cuando se enteró de la buena nueva, decidió ir a Buenos Aires a pedirle al Virrey que ordenara la fundación de un fuerte, más al sur, para detener la guerra –no entre mendocinos y pehuenches, eso lo había logrado el comandante Amigorena, y en 1799, había paz entre ellos–. Ella deseaba que los hermanos se unieran y trabajaran en paz, ese fue el gran motivo de su viaje. Se lanzó hacia la pampa sin pensar en los peligros, que eran muchos. La acompañaron su hermano Caripan, sus sobrinos María del Carmen y Juan Neculante, algunos conas y dos o tres soldados junto con don Santiago del Cerro y Zamudio, el que se decía descubridor del paso El Planchón. Todos iban montados en caballos, las mujeres pehuenches eran buenas jinetes. Los peligros eran innumerables: fieras como pumas, zorros, yaguaretés; tembladerales, tanto arenales como con agua, y había que transitar solo por las rastrilladas, sendas marcadas por los indios cuando pasaban con el ganado, solo esos eran terrenos firmes. Caían lluvias incesantes y finalmente tribus enemigas, los pampas, que nunca se habían llevado bien con los pehuenches. Pudieron sortear todos los peligros y tras más de un mes de viaje, llegaron a Buenos Aires en los primeros días de octubre de 1804.

El Virrey la hospedó en su casa con su sobrina y el día 3 de octubre concertó una entrevista con el secretario del Consulado en Buenos Aires, don Manuel Belgrano, con quien estuvieron hablando y concertando la construcción del fuerte. El Acta se conserva en el Archivo de Buenos Aires. Estuvo con su comitiva en Buenos Aires durante más de tres meses, hasta que en enero comenzaron el regreso, con una carreta para comprobar si el camino descubierto  servía para ese medio, pero lamentablemente la carreta se rompió y debieron dejarla en Tunuyán.

Mientras esta expedición viajaba, el Virrey le había enviado una carta a don Faustino Ansay, comandante de Mendoza, diciéndole que había decidido fundar un fuerte en las juntas del Diamante con el Atuel y que preparara una comisión, que debía poner bajo las órdenes de don Miguel Teles Menezes y como acompañante Fray Inalicán, que había sido pedido por los aborígenes.

En Mendoza se prepararon y esperaron a la expedición de Buenos Aires, pero como esta se retrasó, partieron hacia San Carlos, donde se les unieron gran cantidad de aborígenes amigos y luego de esperar infructuosamente a Esteban Hernández y sus blandengues, que venía al mando de la expedición, partieron hacia el Diamante. Al designar el número de soldados, el Virrey consultó con la Cacica si sería conveniente enviar una expedición de 100 o 200 hombres, pero esta le respondió que solo 10 o 20, por cuanto si era muy numerosa, los indios podrían responder con ataques, pues se sentirían amenazados. Así hizo el Virrey y solo envió una comisión de 20 hombres, que luego de fundar el fuerte seguirían hacia Chile, buscando el paso sin Cordillera que deseaba hallar Sobremonte.

Recién a fines de marzo se encontraron las dos expediciones a orillas del río Diamante. Con la comisión de Buenos Aires venía un geógrafo designado por el Virrey para que ayudara a encontrar las mejores tierras para la fundación: era el geógrafo Jose Sourriere de Sovillac. Mientras esperaba, Teles Menezes recorrió toda la costa del río buscando las tierras más apropiadas, asesorado por los indígenas. Vio que la zona de las Juntas de los ríos Diamante y Atuel (antes se juntaban en la zona de Las Aguaditas) no era apta para la fundación, ya que era baja, inundable, y en la época de crecidas el fuerte quedaría aislado. Al llegar el geógrafo, aprobó lo dispuesto por Teles Menezes y encontró el lugar más apto “en la barranca norte del río, un tantito retirado del río para que este en crecida no se lo pudiera llevar”.

El 1 de abril Teles Menezes  realizó, tal como le había ordenado el Virrey, un parlamento con los aborígenes. Había más de 200, entre ellos 21 caciques y 11 capitanejos, para quienes había preparado unos ramadones. Durante el parlamento, Teles les aseguró que no querían quitarles sus tierras, solo les pedían permiso para instalar un fuerte y pasar por los pasos hacia Chile, a lo que estos accedieron y pidieron una iglesia cercana al Fuerte, y que se los evangelizara. Tuvo ocasión la cacica Roco de tomar de un brazo a su hermano Panichine y a Bartolo Guelecal, su gran enemigo, y pedirles que sellaran la paz con un abrazo. Concluido el parlamento, los caciques pidieron a Fray Inalicán que firmara por ellos y se los invitó a comer para el día siguiente.

El 2 de abril de 1804, mientras los aborígenes tenían un festín con yegua asada y vino, Teles y sus capitanes, acompañados del geógrafo, se dirigieron hacia la margen del río y ahí plantó su grafómetro, dejando de esa sencilla forma fundado el fuerte.

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Croquis del Fuerte San Rafael del Diamante

Las frecuentes visitas de caciques amigos al fuerte no permitieron comenzar las obras rápidamente y les faltaba algo fundamental en ese momento: tener paja de trigo para incorporarla a la masa de barro y hacer los adobones más resistentes, ya que iban a construir un fuerte de mayor firmeza con adobones crudos, no un fortín de palos con mangrullo, como los de la pampa. De todos modos, como era abril y hasta enero no se tendría la cosecha de trigo, decidieron construir  un fuerte de palo a pique para mayor protección, ya que solo contaban con las simples tiendas de campaña, que al menor viento se  rompían, y en esa época los vientos eran muy fuertes.

La Cacica, después de la fundación y mientras se construía el fuerte, regresó al Campanario y a Los Molles, donde tenía sus caballos. En el mes de mayo llegó al fuerte el artillero Tomás González, originario  de Cádiz, pero procedente de Buenos Aires, donde había conocido a la sobrina de la Cacica y venía para casarse con ella.

Una vez que se construyeron casitas fuera del fuerte, la Cacica con su sobrina vinieron a instalarse en forma definitiva. Viajó en varias oportunidades a sus conchabos a Mendoza y también a ver a sus caballos a Los Molles.

Participó en varios parlamentos, pero siempre en aquellos donde se buscaba la paz, nunca en los que se trataban asuntos de guerra. El último parlamento del cual hay noticias fue en 1829 en Mendoza, donde firmó una vergonzosa paz con los Pincheira, se le reconoció el título de Coronel a José Antonio y se acordó que se les daría subvención para que defendieran Mendoza. Se sabe que al regreso de este Parlamento se indispuso y luego nada más.

¿Cuándo y cómo murió? No lo sé, es un misterio, pero por un dato geográfico que existe, yo he deducido que puede haber muerto junto a un pequeño arroyo que vuelca sus aguas en el Diamante, al sur de San Carlos, ya que este arroyo lleva su nombre.

Esto es lo que he podido averiguar. ¿Tuvo hijos? Creo que no. Si tuvo, murieron pequeños, porque en ningún documento hablan de hijos de la Cacica. Sobrinos sí, pero no hijos.

Esta mujer, fuerte, de gran temple, en una época en que la mujer era dejada a un costado y más si era mujer aborigen, tuvo importante gravitación en la historia mendocina y sanrafaelina en especial, ya que ella fue la gestora  del fuerte. Gracias a ella hubo paz durante muchos años, logró que se pacificaran  las tribus y dejaran de desangrarse.

Conoció al general Belgrano y fue amiga del general San Martín, a quien le hizo un gran favor, cuando este le pidió, al visitarla en Mendoza, que fuera a ver a su hermano Panichine al Campanario para pedirle que ayudara a la revolución, y este así lo hizo, permaneciendo fiel al Ejército Libertador.

¿Verdad que hice bien en recuperar su historia? ¿En sacarla del anonimato y del olvido? ¿En hacérselas conocer? ¡ES UNA BELLA HISTORIA!

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