La poesía disruptiva de Camila Gallardi

Por Bautista Franco

 

Quédese a leer. Es de una chica que escribe en Mendoza, que es joven, atenta e incisiva. 

Su departamento, como todos los otros, es blanco y pulcro, y un olor a nuevo está todo el tiempo acechando, aunque al final las cosas no sean tan nuevas y los olores sean más bien producto de las primeras impresiones.

Tras la puerta hay un recibidor con un sillón blanco y peludo y una mesita blanca, adorable. Arriba del sillón hay dos gatos blancos y gordos que son tan mañosos que ganan toda la casa. Aquel que alcance a entrar seguro estará siendo franeleado por los bichos. 

–Esta es Venus y aquel gordo es Eros –dice mientras prepara un café en una de esas teteras de fierro de la abuela.  

Camila Gallardi es una mina dialéctica: dura cuando empieza a hablar de ella, hay que enganchar las palabras de a poco, pero también cálida y amable, como si danzara, todo al mismo tiempo. A veces es rara en eso. Su piel es clara como su casa y su corte de pelo parece como ella, un destiempo de calidad, un tajo de su ser, como la poesía. Corta un poco con el delineador que avisa que es joven y todavía puede meterle negro y quedar bien. 

 

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Siempre tuvo un montón de libretitas donde anotaba sus cosas y escondía sus textos como secretos sagrados en cuadernos, en papelitos. Hoy tiene 22 años. Su adolescencia más temprana la vivió a punta de birome, después la poesía tomó forma de red social. Como tantas personas, se comparte y se encuentra por ahí, la leen y la miran vivir en las pantallas, y su verbo tiene un like y un evento la invita, y otro,  y otro más.

La escuché leer por primera vez en una clase en la facultad un texto aburridísimo, luego la vi más divertida y nerviosa en un bar que se llama El Botellón, con un poema que me pareció larguísimo.

Empezó a publicarse con cosas relacionadas al feminismo y la política. «El 24 de marzo es un fecha que me hace mierda, me hace llorar sí o sí». Me dice que también llora con los femicidios, que la impotencia la gana, y medio se le quiebra la voz. «Yo solo puedo seguir diciéndolo«.

Ahora no escribe tanto sobre reivindicaciones directas, su poesía tomó otro peso. «En esas cosas que escribo hoy hay algo más, mucho más grande, que engloba todo, que es la raíz del problema: el capitalismo. También hablo mucho del lenguaje, son mis temas, son las dos cosas que condicionan todo».

En la pared blanca, frente al sillón, hay unas fotos antiguas y unos collages surrealistas, 18 en total. En el medio como una orden o como un mantra:

 

Debemos usar la poesía como un arma

 

«No es que hable de violencia, de romper todo», me advierte por las dudas que me alarme. Se hace un silencio breve y toma un sorbo de café: «Está bien destruir algunas cosas».

A veces dice que sale por las calles y raya las paredes con aerosol, y yo le creo, porque vi sus poemas por ahí rayados a pulso cerca de la casa, en los edificios públicos, en los canteros… Yo le creo solo porque puede decirlo y decir la poesía, con la gravedad que se merece, hoy en día es mucho.

 

Al fin el fin 

sucia cívica 
ciudadana de capitales
consumidora de cada
cara cada
partícula tentadora
viciosa esclava 
del deseo que no es 
lo mismo - ojalá lo fuera - que subordinada del placer 

que esperás para tomar la carne - la carencia - la palabra
despreciarás ahora esta vorágine que tanto acosaste?
vestir una piel resina de reflejos que esconda a plena vista los atavíos del bufon embalsamado, el dios tiempo

no es acaso este caos, tu tierna violencia, su dulce rabia, el subyugado poder del papel lo que perseguís desde que aprendiste a arrastrarte? 

perdiste tenés
el decir acostumbrado los ojos de un necio 


entre jugar y burlarse escondieron el rol del bufón  

entre piel y disfraz - en la posibilidad infinita - una existencia 

un hacerarte decirse artista 
pararse a proclamar que el lenguaje vive porque sangra
que es quizá lo único humano

recitar 
como invocar como vender gomitas 
como fundar una verdad
como contar un secreto 

es decir mentir
o sea casi matar

recitar como correr desnuda entre ciegos: 
chiquita 

llora a los gritos e invoca al absurdo como quien dice dios te ama 
como quien acaricia las cuerdas
entre el tajo y el salto 
solo importa llevar a tiempo este plato gourmet
su gomosa fonética la rima caricia 

asesinar la estética  
invocar la belleza
que no entiende ni explica

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