Por David Cepero (*)
En homenaje a Daniel Alberto Racero, María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini,
Francisco “Panchito” López Muntaner, Claudio De Acha y Horacio Ungaro
Hoy transitamos el Día Nacional de la Juventud en conmemoración de la denominada “Noche de los Lápices”. La ley nacional 27.002, del año 2014, pretende sostener la memoria sobre aquel (otro) trágico suceso de la última dictadura militar y, a la vez, poner en valor el compromiso y la participación de los y las jóvenes en diversas causas colectivas solidarias a lo largo de la historia.
En “La Noche de los Lápices”, que comenzó el 16 de septiembre de 1976, la dictadura secuestró a diez (10) estudiantes de la Escuela Normal N° 3 de La Plata, quienes como muchos en aquella época, participaban en organizaciones sectoriales y venían de protagonizar la lucha por el “boleto estudiantil secundario” en la provincia de Buenos Aires. Seis (6) de esos jóvenes no volvieron.
No es capricho que se haya elegido aquella tragedia para conmemorar el Día Nacional de la Juventud. Tal definición toma partido dentro de las nociones de juventud que circulan en cualquier comunidad: la noción que se reivindica es aquella que indica que juventud es “esperanza” de que todo puede estar mejor. El todo es el todo común, la comunidad, en donde habitamos y transitamos en un momento determinado, y en ese todo se quiere y se promueve que los y las jóvenes sean protagonistas, como aquellas juventudes que a lo largo de la historia refundaron constantemente mejores mundos.
Pensemos en la Reforma Universitaria argentina del 18, en el Mayo Francés del 68 o en los diversos movimientos de resistencias a los autoritarismos y a las injusticias en todo el mundo. Ahí nacieron nuevos mundos. Especialmente pensemos en los incontables actos de solidaridad que nuestros y nuestras jóvenes construyen todo el tiempo, la mayoría poco visibles, pero que ahí están, sosteniendo esperanzas, como cuando llega el agua y riega la tierra: comedores, merenderos, festejos del día de los niños y niñas, clases de apoyo, artistas solidarios, organización de centros de estudiantes, campañas por el cuidado del medio ambiente… Juventud, claramente, ha sido y es renovar las esperanzas de un mundo mejor.
Con lo ocurrido aquella noche de septiembre en La Plata, la dictadura pretendía frenar esa potencia de justicia y de solidaridad que encarnan los y las jóvenes. Y así como dijimos que juventud es sinónimo de esperanza, de construir un mundo mejor, la dictadura vino a proponer todo lo contrario: el mundo será peor cada día, y así fue. Fue, en nuestra historia, el triste pasaje “de utopía a distopía”. En 1983 recuperamos la democracia, en lo formal, y en el momento de asumir, con todos los dolores y pérdidas de aquellos años, la democracia primero y ante todo le agradeció a la juventud que resistió el autoritarismo y que no dejó morir la esperanza.
A 46 años de La Noche de los Lápices, la juventud sigue en marcha, está ahí, en todos los lugares que se sostienen con solidaridad, en todas las formas de querer y desear un mundo nuevo, más justo, mejor. La potencia de la juventud se despliega como el agua y se nota mucho cuando el mundo adulto le pone mirada sin estigma, cuando mira con amor, como lo hacen muchos y muchas docentes, y habilitan a soñar y a desplegar los sueños de sus estudiantes.
Hoy, en este mundo tan desigual, donde muchas personas están pasándola muy mal, la juventud es clave. Juventud, dijimos, es esperanza, es decir, lápices para escribir en la historia una nueva utopía, y como sabemos, la utopía nos sirve para reconstruirnos como comunidad y caminar hacia nuevos horizontes en donde el amor sea la fuerza fundamental.
(*) Lic. en Ciencia Política y Administración Pública
Prof. UNCuyo
Coord. de Bienestar Estudiantil IES del Atuel