Por Bautista Franco
Le decían el Robin Hood de las pampas, casi un santo tierra adentro. En San Pedro del Atuel, Juan Bautista Bairoletto se pegó un tiro antes de que lo matara la Policía. Era 14 de septiembre.
Ahí, donde estaba su casa, una Federación Gaucha reconstruyó el rancho con lo que había en la memoria, a metros del río Atuel, donde descansan los sauces llorones. Era un predio grande que tenía una casita con dos habitaciones y una cocina. Cerca estaba un depósito que luego fue un almacén de carpetas de chicos que terminaban la escuela y las dejaban ahí en señal de agradecimiento.
En septiembre los pobladores de Mendoza y La Pampa tomaban el rancho, un gran festival en su honor con torneos de taba, milongas camperas, ofrendas al bandido, muletas, sombreros, un látigo, joyería, una faja, unas botas, unas flores de tela que hacía mucho que estaban, el barro de las paredes, el ruido de la fiesta que estaba por todas partes… Luego un abogado se apropió de los terrenos y el juicio se perdió en el tiempo y la burocracia.
A Bairoletto lo cercó la Policía de La Pampa, la de Mendoza se abstuvo de actuar. Juan Bautista era reconocido en vida y sus últimos años los dedicó, escondido, a su finca, a unos 13 kilómetros del centro de Alvear. Lo querían matar porque había escapado impune de sus fechorías, había humillado a los milicos y había salido impoluto, retirado, criando hijos y plantando zapallos. Durante años fue una sombra, una leyenda urbana, un muerto vivo, un personaje de ficción que andaba por los caminos deshaciendo entuertos y luchando contra la autoridad, hasta que lo encontraron, con 47 años, a un lado del Atuel.
Era real ese bandido rural de León Gieco, pero sus razones responden al avance del Estado en el territorio argentino, un rechazo que se manifestó en las pampas y en los montes con bandidos rebeldes, que robaban y repartían y viajaban sin más destino que el horizonte, sin alambrados, contra la Policía, contra los documentos, contra aquello que no podían nombrar y elegían el camino del bandidaje y la aventura. Dicen que cuando era chico sabía de memoria el «Martín Fierro».
La Policía de La Pampa publicó un informe en el que dice que fue abatido en un gran tiroteo a menos de 10 metros. Pero se contradice con informes que buscaban enarbolar a la fuerza.
Telma, su compañera, sin deberle a nadie, verbaliza en una revista local, y muchos años después, la versión más parecida a la verdad.
Mi marido estaba acostado en calzoncillos largos. Él ha sentido ruidos y se ha levantado. Yo cuando me despierto, él estaba en la puerta tirando. Tiro un solo tiro, fue el que le pegó a Paetta en el abdomen y no tiró más porque si no matan a los empleados que tenía allí y entonces él, cuando ha visto que todo estaba rodeado, no hace más que volver la mano y pegarse un tiro aquí (se señala la mejilla izquierda). Él se suicidó (…) Eso lo he visto yo con mis propios ojos, yo lo he visto con la pistola, con el arma de él se suicidó. Entonces él, medio de espaldas se ha ido cayendo, cayendo por la muralla de una cocinita como de tres metros.
Pasaron 81 años de ese último balazo, otro escupitajo contra la autoridad.