Por Camilo F. Cacho
Foto portada: Luana Perrone
Mi tía Angustias y otros parientes me marcaron
como la oveja negra de la familia.
Me llamo Loana, tengo treinta años,
no tuve una pareja convencional
y quizás no sea madre.
Repudio el maltrato animal y no como carne.
Del más allá, solo creo en la energía de la naturaleza y que el arte nos salva.
No trabajo en una oficina, ni cumplo horarios, ni fui reina, ni modelo ni azafata.
Para ganarme la vida vendo comida saludable y escribo poesía para dejar una huella amorosa en un mundo cada vez más desalmado.
Lo de oveja negra retumba en mi cabeza como un presagio que me lleva de los pelos a un eterno rechazo.
Sin embargo, cada vez somos más las que compartimos las mismas rarezas
como las llama la Tía Angustias.
Hasta creamos el término sororidad para nombrar un entendimiento y una alianza entre nosotras.
Porque hay una historia que no queremos repetir,
una historia que fabricó durante siglos
mujeres seriadas,
sometidas,
silenciadas,
violentadas,
tristes…
Mis parientes se empeñaron por intentar que con mis rarezas deje de bambolear ese árbol genealógico que temen se quiebre.
Hoy he gritado en la cara a mí tía Angustias que no voy a dejar de lado la lucha.
Porque siento que me atreví a mover un árbol entero,
para sanar los deseos primigenios y no logrados de mis ancestras.
Aquellas que desde algún lugar del universo celebran la vida de esta oveja negra,
de esta rama que anhela por fin quebrarse y caer a tierra.
Para fecundar un nuevo árbol,
con nuevas raíces,
con nuevas ramas…
En memoria de todas las víctimas de femicidio, que ya no podrán contar su historia