Mauro Quintana y los bichitos que trabajan ocho horas en blanco, se cansan y se hacen preguntas

Por Mayrin Moreno Macías

“Qué trabajo de mierda”, dice Jorge cualquier día de la semana mientras avanza con una piedra del doble de su tamaño y de su peso. Ricardo contempla la existencia, se anima y emprende el vuelo hasta que consigue un trabajo en blanco. Martha quiere unas vacaciones, pero su situación económica no da para tanto. Ellos podrían ser vos, un amigo, tu vecino, tu papá, tu mamá, una hermana, tu tía, tu primo, pero no, son algunos de los bichitos que habitan la historieta “Un mundo pequeño”, que desde este 17 de enero será parte de Revista Kilómetro Cero.

Su creador, Mauro Quintana, es un devorador de historias. En su transitar por el mundo de las letras se acercó al dibujo cuando se fue a vivir a Perú hace dos años. Consiguió un trabajo como mozo y pasaba cinco de las ocho horas sin hacer nada porque no entraba gente al local. En ese “tiempo libre” leía, escribía, veía series y empezó a dibujar por diversión a sus amigos, animales y bichos. Su intención era mejorar el trazo y en la residencia que vivía se hizo amigo de un pintor, a quien le pedía consejos.

―¿Cómo ha sido esta exploración?, ¿cuáles son los temas que abordas?, ¿cuál es el criterio al dibujar?

―Leí y leo muchas historietas, tiras diarias, novelas gráficas, y este último tiempo ha sido de eso, de leer. Pero abordar la estética y los diálogos de “Un mundo pequeño” es una cosa de impulso, porque no me sale de otra manera. Salen las viñetas con una cosa media ácida pero tierna, quiero creer, pero que no las pienso mucho, solo se dan de estar en el trabajo, charlando con amigxs o de ver alguna boludez en la calle. Es cierta cotidianidad la que viven los personajes, todo lo de este mundo desde la perspectiva de los bichitos. Me gusta el chiste detrás del chiste, quitarle ese romanticismo a la “dignidad” del trabajo, a esa cosa de catálogo de autosuperación y creer que todo es bonito si uno se convence de que es así, cuando la vida a veces es medio complicada y creo que está bueno aceptar esas cosas que no son en realidad de nuestro agrado y, de paso, mirarlo con otro enfoque medio sátira.

El mundo que me acompaña

Mauro gestó “Un mundo pequeño” sin darse cuenta. No supo hacerlo de otra forma. Sin premeditación, sin estudiarlo tanto. Hoy es una construcción en gerundio. Lo acompaña el paisaje de la Patagonia, donde reside actualmente, entre el frío extremo del invierno y el calorcito del verano.

“Venía sacando fotos a bichitos, abejas, avispas, vaquitas de San Antonio u hormigas caminando en mi mano, en tablas de madera o donde aparecieran, porque no sé, encontré una pequeña belleza en las cosas caminando tan cerca y tan lejos de uno. Después las dibujaba para mí, para pasar el rato, así como también animales más grandes o personas. Pero los bichitos tienen esa cosa que cuando los dibujás, por más que a muchos les da impresión en persona, pierden ese ‘asco’”.  La cuestión es que rayando le puse diálogo a las hormigas, y ese diálogo me gustó, y le puse otro, y otro, y después  a las abejas, y después nombres como Roberto, Carlos, Marta, y los puse a trabajar 8 horas en blanco, cansados o preguntándose qué onda la vida. Ese mundo que se ve enorme desde sus perspectivas y tan pequeño desde el nuestro es muchas veces el mundo que me acompaña y que lo veo desde ese otro lado”.

―¿Desechas la complejidad del dibujo?

―Eso de la complejidad del dibujo se fue dando. Si quiero, puedo buscar que tengan una cosa, por así decirlo, “realista”, pero para “Un mundo pequeño” siento que no hacía falta. Capaz más adelante le encuentre la vuelta. Va a ser cosa de esperar a ver para dónde va.

―¿De qué otros elementos te vales para desarrollar los personajes?

―Jodo con la idea de hacerlos bosta a los personajes, que la vida los atropelle y que quieras reírte de eso, y también que vivan cosas cotidianas no tan graves, pero que tenga su ironía. Una tragicomedia constante, que si no lo tomás con humor, definitivamente no va a ser gracioso nunca.

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