El día que conocí a Ramón Ábalo

Por Federico Mare
Historiador y ensayista

Si la memoria no me falla, conocí personalmente a Ramón Ábalo allá por 2009, en la Biblioteca San Martín de la ciudad de Mendoza, con motivo del ciclo de cine-debate Proletarixs, que había organizado junto a mis camaradas de La Hidra de Mil Cabezas. Durante tres meses, de septiembre a noviembre, cada miércoles desde las 19:30, proyectamos y discutimos trece películas nacionales e internacionales referidas a huelgas, reales o ficticias. Lo hicimos siguiendo un orden cronológico, tratando de reconstruir la historia de la clase obrera –sus orígenes, sus condiciones de vida, su explotación laboral en las fábricas, su sociabilidad y cultura, sus luchas sindicales y políticas– desde los tiempos de la Revolución Industrial hasta la época fordista, pasando por el socialismo –en sus distintas expresiones– y la Revolución Rusa. En cada proyección nos acompañaba alguien como disertante: la historiadora Gabriela Scodeller, el escritor Luis Villalba, la socióloga Patricia Collado, el sacerdote Vicente Reale, etc.

El cuarto film de nuestro maratónico cronograma –que exhibimos el 23/9– fue Odio en las entrañas (1970), de Martin Ritt, el recordado director de Norma Rae (1979) que fuera víctima de la caza de brujas macartista durante la década del 50, a causa de su simpatía por el comunismo. Odio en las entrañas, sí, como el Germinal de Émile Zola… Con dos grandes actores de Hollywood, de brillante desempeño: Richard Harris y Sean Connery. Y también con un estupendo guion de Walter Bernstein, basado en el libro Lament for the Molly Maguires (1964), del historiador Arthur H. Lewis. Ambientado en Schuylkill, Pensilvania, en el último cuarto del siglo XIX, el largometraje recrea las tribulaciones y rebeldías de los trabajadores inmigrantes irlandeses, y de su combativa sociedad secreta de los Molly Maguires (heredera de la tradición ludita de los sabotajes), en las minas de carbón de la Costa Este, contra el telón de fondo de la industrialización capitalista yanqui de la posguerra civil.

Fue Ramón Ábalo quien disertó en aquella jornada primaveral, cuando terminamos de ver la película de Ritt. Una compañera de La Hidra había sugerido su nombre, con buen tino: la poeta y maestra Nora Bruccoleri, activista del PTS y SUTE. Nora era amiga de Ramón desde hacía muchos años. Fue ella quien me habló por primera vez de su vasta trayectoria periodística, literaria y militante en Mendoza, de su compromiso con las luchas populares y los derechos humanos (yo era un joven porteño radicado en la provincia desde hacía algunos años).

Todavía recuerdo la cordialidad con que Ramón me atendió por teléfono, aquella tarde de agosto en que lo llamé. Todavía recuerdo el interés con que me escuchó hablar del ciclo Proletarixs en general, y del film Odio en las entrañas en particular. Todavía recuerdo el entusiasmo con que aceptó la invitación a participar como expositor.

Cuando el 23 de septiembre la proyección de Odio en las entrañas llegó a su término, y encendimos las luces del salón Gildo D’Accurzio, todo era silencio y emoción. Habíamos hecho catarsis, en estricto sentido aristotélico. Entonces Ramón tomó la palabra, sin estridencias retóricas pero con convicción. Fue claro y lúcido. Analizó la película desde su sapiencia teórica y práctica. La puso en contexto histórico. Reflexionó sobre su sentido y valor políticos, desde una perspectiva de izquierda (Ramón militaba en el PC). Y por último, la trajo al presente, vinculándola a la experiencia concreta de la lucha de clases en el siglo XXI, desmintiendo la tesis fukuyamiana del «fin de la historia».

Tres años después, en 2012, Ramón me invitó a participar de La Quinta Pata, donde ya había salido a la luz algún que otro texto mío, aunque muy esporádicamente. Comprometido con la causa de las libertades democráticas y los derechos humanos (Ramón era integrante de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre), le interesaban mis escritos laicistas, que él había leído en distintos cuadernillos de La Hidra. Me propuso darles difusión desde su semanario, faro del periodismo alternativo y crítico en una Mendoza oscurecida por la prensa hegemónica y venal. Siempre recordaré con cariño su convite, la confianza que depositó en mí… Fue así como pude hacer mis primeras armas como columnista. Con el tiempo, tras muchos artículos laicistas publicados, empecé a incursionar en otras temáticas de actualidad política, tanto a nivel local y nacional como internacional. Y también me fui animando a explorar otros tópicos menos urgentes, no tan coyunturales, como la divulgación histórica. Mi colaboración con La Quinta Pata se ha mantenido hasta hoy, continuidad que me complace y enorgullece.

Así recuerdo a mi amigo Ramón Ábalo, personaje entrañable de la cultura mendocina, a dos años de su irreparable deceso. Sirva este pequeño anecdotario a modo de homenaje. Homenaje que es, asimismo, un agradecimiento. Agradecimiento que quisiera hacer extensivo a Eve Torre, quien editó con paciencia y esmero mis textos durante muchos años; y también a Jorge Ábalo, el hijo de Ramón, quien ha asumido el laborioso rol de editor de La Quinta Pata en este último tiempo.

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