Por Miguel Pérez Mateos
Presencia inmaterial que atesora
los libros que he leído,
y grabaron en mí,
palabras que perduran
Más conocido como Juanele, fue un poeta argentino nacido el 11 de junio de 1896 en Gualeguay, Entre Ríos, y fallecido el 2 de septiembre de 1978 en Paraná. Considerado una de las figuras fundamentales de la poesía, en el mismo plano en el que se ubica la influencia de Macedonio Fernández u Oliverio Girondo, este poeta permanece casi invisible para el gran público.
A su fallecimiento, Sergio Delgado se dio a la tarea de reunir y estudiar su obra, que finalmente fue publicada en pdf por la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, en 1996. En él, expresa Delgado: “Ortiz escribió a lo largo de toda su vida un único libro: En el aura del sauce. Tal evidencia formal y temporal de una obra y de una vida adquirió sin embargo, para el medio cultural donde le tocó manifestarse, una increíble invisibilidad. Con esta invisibilidad colaboraron la ausencia misma del texto: agotado, destruido, nunca reeditado, salvo en unas pocas antologías que, lejos de entregarnos ese «ramillete» que nos promete la etimología, en este caso nos dejan más bien la sensación de una poda (un texto como En el aura del sauce sufre una antología de la misma manera silenciosa que un árbol sufre una poda), y cierto mito constituido alrededor de la figura del poeta, cuya sola presencia, sus rasgos, sus modos, sus gatos, sus boquillas, sus mates de guampa, sus largas y morosas conversaciones, hacían parecer innecesaria la poesía misma”.
“Esta monumental edición -monumental por su tamaño no menos que por su calidad- no sólo recogía la obra editada en libro por el propio Juanele, que dividida en tres tomos se había llamado «En el Aura del Sauce» (y que comprende trece poemarios, casi la totalidad de su producción), sino que además incluía un conjunto de poemas dejados de lado en la elaboración de «En el Aura…», a los que se llamó «Protosauce», además de poesías inéditas y de prosas, tanto literarias como ocasionales; a su vez completa el conjunto unas abundantes notas con las variantes y los aspectos referenciales y editoriales de los poemas, así como varios prólogos de distintas personalidades ligadas a la obra del poeta. De este magnífico conjunto se hicieron presumiblemente unos pocos miles de ejemplares (en realidad, cosa curiosa, la edición no indica la cantidad de ejemplares impresos), que desaparecieron de los escaparates nomás exhibidos, ya que hacía más de dos décadas que los seguidores del poeta debían conformarse con ediciones apócrifas, fotocopias dudosas, antologías, etc., panorama que se repite en la actualidad. Es de desear que vuelva a imprimirse tan valiosa obra, o que se edite digitalmente por quien tenga los derechos para hacerlo”.
Afortunadamente, esta aspiración de Delgado se ha cumplido en parte, ya que se han realizado publicaciones en papel, a cargo de instituciones oficiales y otras editoriales.
Compartimos algunos poemas del autor:
LABIOS LIBRES Al cabo de las tierras y los días de horarios y partidas y llegadas y aeropuertos comidos por la niebla enfermo de países y kilómetros y rápidos hoteles compartidos Luego de esperas prisas y rostros y paisajes diferentes y seres encandilados por el olvido o abiertamente besados por la vida Después de aquella amada y esa otra apenas entrevista mujeres cogidas por mi soledad y ahogadas por las bellas catástrofes Luego de la violencia y el deseo de comenzarlo todo nuevamente y los errores y los malentendidos cotidianos y los hábitos torrenciales del trópico y noches acariciadas por el alcohol y tabaco fumado con tanta incertidumbre Al cabo de un nombre que no me atrevo a decir y de alguien que yo llamaba Irene de cierta voz cierta manera de clavar los ojos al cabo de mi fe en el entendimiento de los hombres y en el corazón de ciudades y pueblos que nunca sabrán de mí Luego de tanta tentativa de huirme o enfrentarme y comprender que estoy solo pero no estoy solo al cabo de amores corroídos y límites violados y de la certidumbre de que toda la vida no es más que los escombros de otra que debió haber sido Al cabo del hachazo irreparable del tiempo sólo puedo blandir estas palabras esta obstinación de años y distancias que se llama poesía LA LOCA DEL RUBÍ 1 Esa mujer no estaba en sus caníbales Amaba con presentimientos feroces Regalaba somníferos en prueba de amistad No insistir No molestarla Que la melancolía ya tiene con sus abejas 2 ¿Dónde están las mujeres de Babilonia Con ombligos de 21 rubíes? Venus está ahora en la casa de los viajes largos Yo resisto aquí, lejos, en otra parte 3 Endemientras conspiras con insomnios y miedos Con silencios y jaguares Eres un blanco fácil en el fondo del desfiladero Despertamos al sueño para escuchar su ruido 4 La loca del rubí aúlla de rabia o gime de placer No es de dolor su alarido Sos vos el único que emite espantos 5 Apagamos la luz para lamer nuestra soledad Tomados de la nueva edición crítica de la Obra completa de Juan L. Ortiz (Eduner/ Ediciones UNL), del volumen En el aura del sauce, un libro único que Ortiz escribió a lo largo de toda su vida, publicado ahora autónomamente en un solo volumen por primera vez. TARDE El mundo es un pensamiento realizado de la luz. Un pensamiento dichoso. De la beatitud, el mundo ha brotado. Ha salido del éxtasis, de la dicha, llenos de sí, esta tarde, infinita, infinita, con árboles y con pájaros de infancia ¿de qué infancia? ¿de qué sueño de infancia? Entre Ríos Es tan clara tu luz como una inocencia toda temblorosa y azul. Tu cielo está limpio de humo de chimeneas curvado en una alta paz de agua suspensa. Y tus ciudades blancas, modestas, casi tímidas, ríen su aseo rutilante entre las arboledas. No hay en tu tierra gracias sorprendentes de líneas —apenas si una suave melodía de curvas—, pero tiene ella un encanto de mujer, de sencilla, de agreste belleza, vestida de un silencio verde y feliz de campo, toda húmeda de una alegría de arroyos, con una cabellera densa de árboles libres. LLUVIA Todo el día mi alma hoy estará suspensa de la voz del agua, como en un sueño mojado. La voz del agua dulcemente cierra el mundo! ¡La voz del agua! Todo el día seré un niño que se está durmiendo. La vida será sólo una voz querida. Tomados de la Revista “Zenda”. Deja las letras y deja la ciudad Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire… Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas en la azucena del azul… Yo quiero ser, amigo, uno, el más mínimo, de sus sentimientos de cristal… o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume… No estás tú también un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad? Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas… Ay, la ternura de Octubre, a las nueve, ya hace, por aquí, flotar a la pesadilla en celeste de agua… Pero derivemos rápido, del lado de los caminos del rocío, invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz… Sentémonos, mi amigo, entre estas niñas rubias que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardín, apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas… El sol ha bebido sus propias perlas y hay apenas de ellas una memoria por secarse… No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas… Viste alguna vez la melodía de los brillos? La viste ondular, todavía de gasa, desde tus pies al cielo, sobre el río? Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una música blanca con unos silencios amatistas… Y ahora, ahora, torna la vista alrededor… Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel, capaces, sin embargo, de atraer hacia sí a las abejas todas del día y de volver de margaritas a la melancolía más flotante… No las sientes curvarse bajo un amor transparente en un hálito de alas? O es sólo la cortesía más misteriosa entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos, ante algo que al parecer es la respiración de un dios? Saluda, también, a sus vecinas menos subidas y más pálidas: qué delicadísimo sueño de amapolillas más pálidas, sobre un rastreo de tases, serpentino? Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas: pétalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos… Y a las apenas níveas, por bordadas, del país de Liliput, pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla… Y ah, a las más sin nombre que se van con los alambres libres en una fuga preciosa de piedritas… Y al trébol de allí, loco de verde, y miniado de sol, increíblemente miniado de sol en primores casi íntimos pero que extenúan a la brisa… Y a las verbenillas, por cierto, de aquí: oh, la más dulce sangre labrada por los misterios para los misterios de las hierbas.. . Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire… Y a esos recuerdos de la luna, aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo que se busca, a su vez, en su infinito todavía… Pero no olvidemos, mi amigo, a las esbeltas criaturas que arden el azul, allá, delante no se sabe qué sacramento etéreo: no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos… Ni olvidemos a aquéllas que ya parecen abisales con su «pasión» de cielo sobre el susurro trepador: rêveries de qué abismo hacia otro abismo las de mburucuyá? Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. .. Cómo abrazar, mi amigo, a estas miríadas del beso que van estrellando, se diría, todos los minutos con todos los pétalos y todos los fuegos del suspiro? Y si nos corriéramos hasta el arroyito del otro lado de la loma? Allí, lo veo, las redes hondas sin bautizo con su penumbra colgada y su casi vía láctea de jazmines sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna, con las navecillas de cita. .. Y los laberintos de los taludes, aún con su sin fin de pequeñísimas miradas en los iris más inéditos, dando no sé qué números de no sé qué otra noche o qué mareo de gemas entre unos miedos de crepúsculo… Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo? Qué ave de diamante, di, sobre la línea del sueño, se deshace dulcemente? O qué llamado para el sacrificio, di de campanillas de humo? Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar es el mismo amor que no teme perderse como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de corolas… Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor más allá de las lianas que tejiera para vencer su abismo, asumiendo justamente la muerte con los modos de un espíritu? Sí, en los amantes invisibles está asimismo la otra flor o el otro lado de esa flor, llama, serena llama, que viviría de su sombra… Dónde, entonces, aquí, nuestras debilidades hechas dioses? Aquí, lo que llamamos «horror», o lo que llamamos «amenaza», sonriendo desde la semilla, se diría, o equilibrando a las mariposas, si quieres, con un frío que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre… Pero aquí también enfrentando a lo innombrable, algo como los honores de un ángel… Mas es en nosotros, mi amigo, que la agonía es dividida, terriblemente dividida, y expedida a la ventura… Y aquella música blanca con unos silencios de jacarandaes? Allí y aquí, a la vez, la condena «de la rueda», desde las madres del río y desde las madres de las zanjas… Y aquí, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar.. Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer? Hay que perder a veces «la ciudad» y hay que perder a veces «las letras» para reencontrarlas sobre el vértigo, más puras en las relaciones de los orígenes… O más ligeras, si prefieres, como en ese domingo y en esa fantasía que serán… Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad para que el poema, deseablemente anónimo, siga a la florecilla que no firma, no, su perfección en la armonía que la excede… O para ser el arpa de Lungmen eligiendo ella sola los temas de su música, lejos de los tañedores que se cantan a sí mismos o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas ni lo que dice el viento… ni menos ven lo que el viento, por ahí, pone de pie. .. Y aquí, además, las rimas entre los escalofríos de las briznas, con los hilos temblando, siempre más allá de nuestra luz.. Y el rostro de Ella no escrito, oh, recién nacido, con unos signos por hallar y que serán, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia como las mismas, las mismas letras de tu alma… Pero la viste a Ella, amaneciendo aquí, Ella, de la espuma de las matas, Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardín, virgen profunda ésta toda aún de cabellos? Sí, mi amiga Sí, mi amiga, estamos bien, pero tiemblo a pesar de esas llamas dulces contra junio… Estamos bien… sí… Miro una danzarina en su martirio, es cierto, con los locos brazos, ay, negando la ceniza y el crepúsculo íntimo… Estamos bien… Cummings que se va, muy pálido, al país que nunca ha recorrido, mientras Debussy enciende el suyo, submarino… Estamos bien… Pero tiemblo, mi amiga, de la lluvia que trae más agudamente aún la noche para las preguntas que se han tendido como ramas a lo largo de la pesadilla de la luz, con la vara que sabes y la arpillera que sabes, en las puertas mismas, quizás, de la poesía y de la música… Estamos bien, sí mi amiga, pero tiemblo de un crimen… Cuándo, cuándo, mi amiga, junto a las mismas bailarinas del fuego, cuándo, cuándo, el amor no tendrá frío? FUI AL RÍO Fui al río, y lo sentía cerca de mí, enfrente de mí. Las ramas tenían voces que no llegaban hasta mí. La corriente decía cosas que no entendía. Me angustiaba casi. Quería comprenderlo, sentir qué decía el cielo vago y pálido en él con sus primeras sílabas alargadas, pero no podía. Regresaba -¿Era yo el que regresaba?- en la angustia vaga de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas. De pronto sentí el río en mí, corría en mí con sus orillas trémulas de señas, con sus hondos reflejos apenas estrellados. Corría el río en mí con sus ramajes. Era yo un río en el anochecer, y suspiraban en mí los árboles, y el sendero y las hierbas se apagaban en mí. Me atravesaba un río, me atravesaba un río! PARA QUE LOS HOMBRES Para que los hombres no tengan vergüenza de la belleza de las flores, para que las cosas sean ellas mismas: formas sensibles o profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo por penetrar el mundo, con el semblante emocionado y pasajero de nuestros sueños, o la armonía de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento, para que podamos mirar y tocar sin pudor las flores, sí, todas las flores y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada, para que las cosas no sean mercancías, y se abra como una flor toda la nobleza del hombre: iremos todos hasta nuestro extremo límite, nos perderemos en la hora del don con la sonrisa anónima y segura de una simiente en la noche de la tierra. Todos aquí Todos aquí para mirar arder y consumirse ese fuego. Fuego sólo? No es un corazón apasionado que se ilumina en los cielos? La pasión de la luz antigua abriéndose en flores encendidas para mirarse en el espejo humano. El corazón dice: criaturas terrestres, la vida es gloriosa, alzaos hasta el fuego armonioso como hasta la sangre del éxtasis para que todos seáis como simientes ardiendo para las cosechas sucesivas de la luz común que encenderá hasta la sombra y la estrellará como un jardín.