Por Gretel Freidemberg
Arquitecta
Vivimos en la arquitectura, así es que, hacerla complicada es un defecto de los académicos
Arq. Juan Molina y Vedia
47 al fondo, olor a mandarina en el aire. El cielo se tiñe de lila, mientras que algunas flores caen por el suelo y van formando una cubierta sutilmente delgada pero uniforme. Las flores rosas contrastan con el verde del follaje y los troncos de los palos borrachos que se encuentran unos pasos más allá. Finalmente, el olor a humedad intenso. Intenso como mis últimos días, al mismo tiempo que me conecta con mis raíces. Dice la frase que uno siempre vuelve a los lugares donde fue feliz. Hoy voy camino a La Plata, ciudad de las diagonales.
La Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) se encuentra ubicada en la calle 47 de la ciudad, cuyo acceso se sitúa al final de la misma: de ahí la expresión “47 al fondo”. Recuerdo el primer camino de tantos que hice por esa calle, embargada de deseos, esperanzas y también algunos miedos; sola, acompañada de amigos, con rollos de papel inmensos, la mochila llena, algunas maquetas, el mate siempre. Y si llovía o había llovido, seguro te mojaba una baldosa floja que al pisarla te dejaba su huella. Paraguas nunca tuve.
Las galerías de chapa que conectan las aulas, el “espiral de la memoria”, los perros que entran y salen de las clases, los talleres llenos de sueños y proyectos, largas charlas, debates sin horas, el mate y, en el verano, alguna cerveza. Mesones largos de madera, banquetas metálicas sobre piso de hormigón y el ruido de la lluvia sobre la chapa y, siempre, el olor a tierra mojada, que hace parecer posible lo imposible. Esa casa de estudios fue parte, y aún lo sigue siendo, de mi persona. No puedo recordar en qué momento decidí estudiar Arquitectura, siempre supe que lo haría.
Juan Molina y Vedia, arquitecto, investigador y docente titular de la cátedra de Arquitectura, una de las doce opciones que en ese momento contaba la carrera, entraba al aula magna con su habitual sonrisa y nos contaba anécdotas, vivencias, proyectos y dificultades que algunas veces se presentaban. Recuerdo sus clases, no eran convencionales en lo más mínimo, nos narraba historias como si estuviéramos compartiendo una reunión de amigos, con esa intimidad. Respiraba arquitectura.
Luego la práctica profesional, y entre ella y la formación académica, una brecha. Mi experiencia de construcción de conocimientos y aprendizaje constante, a partir de la facultad donde me formé, me dio una visión crítica de la realidad y herramientas para continuar mi práctica.
Desde que Martín, colega querido con quien hemos compartido largas horas de charlas, abrió una puerta, me encuentro en la búsqueda y estudio de los cambios que en nuestra sociedad se vienen manifestando para alcanzar una comunidad más equitativa en la que la mujer pueda tener igualdad de posibilidades -deconstruyendo el patriarcado como sistema- y sostenible en sus prácticas. Y nacen interrogantes: ¿Qué papel tiene la Arquitectura en todo este contexto? ¿Cuál es la perspectiva con la que debemos abordar desde nuestra disciplina este cambio de paradigma? ¿Cómo se puede salvar la distancia entre formación académica y práctica en la arquitectura? ¿Cómo podemos contribuir a lograr un mundo sostenible desde el diseño a la materialización?
Al respecto, observo que se viene construyendo una mirada que tiene por objetivo visibilizar a las mujeres arquitectas en diversas redes y grupos. Se debate sobre territorios inclusivos, sostenibles. Se ahonda en realizar prácticas profesionales que se enfoquen en las personas como partícipes activos de los proyectos. Se exploran y multiplican las experiencias del diseño participativo. Tales son los casos de las organizaciones comunitarias Ando Habitando, Red de Mujer y Hábitat de América Latina y Caribe, Un Día Una Arquitecta (equipo de redacción que visibiliza la labor de arquitectas a lo largo de la historia), Red Mujeres por la Ciudad, entre otras.
La primera institución educativa en recibir abiertamente a las mujeres fue la Bauhaus en Alemania (1919), después de la Primer Guerra Mundial, bajo el liderazgo del arquitecto de ese país Walter Gropius. A pesar de que se realizara la declaración de que habría «igualdad absoluta» entre los estudiantes masculinos y femeninos, lo que desató una gran polémica en esa fecha, se sabe que las mujeres no obtuvieron las mismas oportunidades y su reconocimiento no llegaría hasta la actualidad.
La Bauhaus impactó en el diseño y la arquitectura a nivel internacional al combinar diseño con industria, universalizando los productos de diseño para la mayoría de la población. Las dificultades políticas, económicas y sociales que se desarrollarían posteriormente en Alemania durante el régimen nazi llevarían al cierre de la escuela en el año 1933. Sin embargo, lejos de ser el fin del movimiento, este hecho potenció su expansión en el mundo y sus diseños no solo son vigentes, sino fuente de inspiración y estudio hasta nuestros días. Parte de su trascendencia se debió a la revolución que se llevó a cabo en la conceptualización de la educación al impartir un acercamiento integral al diseño, donde la forma sigue a la función, principio básico del Movimiento Moderno en Arquitectura.
La arquitectura contemporánea influenciada globalmente y potenciada por la velocidad de las imágenes parece volverse, en muchos casos, uniforme, alejándose conceptualmente de los preceptos del Movimiento Moderno, tan singularmente marcados por la necesidad de reconstrucción de un mundo posterior a las guerras mundiales. Sin embargo, se puede apreciar el surgimiento de arquitecturas cuyo valor radica en destacar el vínculo del diseño arquitectónico con el contexto y al lugar. El denominado regionalismo crítico, que en la década de los 80 se definió como un nuevo enfoque en la arquitectura, se encuentra vigente en el diseño contemporáneo y genera un marco para su desarrollo, en el que se puede apreciar el esfuerzo para lograr una arquitectura más sostenible. Uno de sus máximos referentes, Kenneth Frampton, arquitecto e historiador crítico de arquitectura posmoderna, pone foco en una arquitectura sensible a la tectónica, a la materialidad y a las particularidades de cada lugar.
En este contexto, podemos analizar el desarrollo de nuevas arquitecturas que se suman al diseño bioclimático contemporáneo, el uso de materiales locales, proponiendo la arquitectura como un proceso social participativo, abierto y en constante evolución, donde los habitantes son sujetos de acción y no objetos de intervención.
Mariana Montag Ferreira, arquitecta brasileña, es un incipiente ejemplo de este abordaje integrador de la disciplina, de una arquitectura social con perspectiva de género. El proyecto y posterior construcción participativa de «A Casa de Jajja» posee una visión en la que convergen las temáticas que actualmente nos interpelan y sobre las que intento indagar: perspectiva de género y autoconstrucción como proceso de empoderamiento, al mismo tiempo que la obra posee un compromiso con el ambiente. «A Casa de Jajja» es un proyecto de viviendas autoconstruidas para mujeres rurales en Uganda, África. Los elementos correspondientes al sistema constructivo utilizado fueron diseñados para poder ser construidos principalmente por mujeres. Se elaboraron talleres de capacitación en construcción destinados a las mujeres locales como herramienta de empoderamiento hacia la autonomía. Se utilizaron para su construcción materiales locales, promoviendo una arquitectura que desde su inicio fuese sostenible. El proyecto fue concebido por Montag Ferreira como parte del programa de prácticas universitarias, por tanto, tiende un puente entre el mundo académico y la comunidad real.
Finalmente, la arquitectura es capaz de materializar en una obra todas las demandas y necesidades de una sociedad que viene alzando las voces para ser más equitativa y sostenible.