Por Marcos Martínez
Ilustración: Martín Rusca
La primer pregunta que nos deberíamos formular
para abordar este tema
es qué entendemos por pobreza
La Argentina. Geografía económica y humana,
Isidro y Ricardo Carlevari (2007)
–¿Escucharon?
–Un gato seguro.
–Un gato de dos patas…
–Vamos a ver –dice el Tato, luego hace un gesto con la cabeza y salimos con las linternas por el sendero oscuro, hacia los galpones.
–Esas chapas se las llevaron todas –dice, señalando el viejo comedor– pero eso fue antes, ahora no se meten. // En el barrio hay mucha necesidad, las casas se llueven o se caen a pedazos, pero ahora que estamos nosotros no se meten más. // A ellos sí les robaban, pero a nosotros no, es otra cosa. Y eso que hay gente que viene de afuera. // Viste que Albertina anda con el delantal para todos lados. Dice que se lo puso el día de la toma y de ahí cada vez que viene se lo pone, dice que siente que viene a trabajar. // Y sí. Sabés que le tengo más miedo a la jueza que a los ladrones, en cualquier momento nos mandan la Policía y se va todo al carajo. // Yo pensaba el otro día… nos dicen ladrones a nosotros y el Siamci ese, ese es peor que todos, va quebrando fábricas por ahí, dejando sin laburo a gente como nosotros, dicen que quebró como cinco fábricas, en San Juan, en La Rioja y acá. ¿Cómo no está preso ese tipo? // ¿Cómo hace esa gente que tiene muchas casas o autos? // Esos sí son ladrones, pero ladrones que no van nunca a la cárcel y nosotros perejiles que por robar gallinas marche preso y ellos que se roban el gallinero entero y están sueltos.
Creo que alcanzamos a reír antes de llegar al galpón más grande, empezamos a iluminar el techo, le dimos la vuelta al galpón, hasta que el Tato paró de repente, apagó la linterna y se sentó sobre una de las maquinas oxidadas y abandonadas en la oscuridad.
–Vamos a aprovechar –sacó del bolsillo de la camisa a cuadros un paquete de Neón casi lleno y me convidó, yo acepté por cortesía, porque hace tiempo que no fumaba y menos eso. Nos convertimos en sombras en medio de las sombras de las máquinas, encendiendo las brasas de nuestros cigarrillos y exhalando pequeñas nubes de humo que se arremolinaban. De fondo el rumor del canal y más allá las luces agonizantes de los pasillos de la villa.
–Es que las viejas son más chusmas, si me ven le van a decir a mi señora y a ella no le gusta, por el bebé.
Fumamos en silencio hasta terminar los cigarrillos y pudimos ver las luces de un auto llegando al portón.
–Parece que llegó visita… // Debe ser el marido de alguna. // De acá se ve mi casa, mirá. // Aquella de allá, pues. // Sos ciego, eh. // Hay algunos que están contentos con esto de la fábrica, pero hay otros que no quieren saber nada, ya se acostumbraron a tener la señora en la casa.. .// Capaz que sí, pero ahora nada que ver, si ahora en vez de ganar plata se la tienen que gastar en el pasaje, en la comida cuando estamos acá. Decí que está lo del té lotería y esas cosas… // El marido de la Albertina todo lo contrario, el otro día vino y se mandó un terrible asado el viejo, no quería que ni le tocáramos el fuego… // Es que no queríamos que hagás otro incendio // Se te pasó un poco la mano // Podrían invitar ustedes, si ustedes los que estudian son los que tienen plata… // Los asados que nos vamos a comer cuando esto sea nuestro. –Los dos hicimos silencio y sonreímos. Regresamos bajo la escolta luminosa de los coyuyos.
–¿Sabes lo que nos contó la Albertina? // Que cuando subió al bondi el chofer le preguntó si iba a trabajar, capaz que la estaba jodiendo, viste, todos saben que no trabaja desde que se fundió la fábrica y que con la edad que tiene nadie la va a tomar… Bueno, ella le dijo que sí, que iba a trabajar, así a los gritos, y eso que es más bien tranquila, pero se lo dijo a los gritos, para que todo el mundo se entere, y contó de la toma, de los cortes, de la ley de expropiación y todas esas cosas. ¿Sabes lo que hicieron? La empezaron a aplaudir y la felicitaban, y hasta el chofer le dijo medio en secreto que cada vez que viniera con el delantal no le iba a cobrar…
Cuando llegamos al fogón, el Bernardo y el Luchi cantaban una tonada para las señoras que escuchaban en silencio, y si es que esa noche hubo un ladrón en los techos, seguro que también se quedó escuchando, porque está prohibido robar mientras se toca una tonada.