Por Bautista Franco
Mendoza tiene una belleza particular. Sus atractivos de invierno ahora están estallados de personas. Las mañanas de helada pueden ser crueles y silenciosas, pero los mediodías son siempre cariñosos y el calor es parecido al de un abrazo. No hay, sin embargo, ningún calor ni ningún frío que puedan describir con justicia los atardeceres que ven repetidamente los habitantes de sus plazas, que parecen a veces personajes teatrales tan antiguos como las ropas que llevan.
Hace poquísimo tiempo el teatro principal de la provincia estaba cerrado y sus artistas estaban fuera, en las plazas, en las casas, en la oscuridad. Los silencios eran el espacio del arte. Pero ya pasó demasiado tiempo y es necesario habitar aquello que estaba abandonado.
En el teatro Independencia ahora hay algunos, en una plaza armada arriba del escenario, paradójicamente expuestos, no afuera sino adentro. Hay un banco, un asiento, un suelo. El fondo es oscuro, porque es imposible dibujar el atardecer de la provincia.
Así, en la oscuridad aparente, cuatro de estos personajes se apresuran para presentar con humor, con amor, con música, con un teatro más parecido a la verdad que a la mentira, un nuevo mundo de infancias lejanas. El objetivo es que, desde la butaca, el espectador, también protagonista, vea esa plaza y sus personajes, se vea a sí mismo y haga de esa Mendoza un lugar para estar siempre.
Al menos eso es lo que pretenden hacer los amigos de Limbo Jazz en funciones diarias a las 16 hasta este domingo 25 de julio.