Por Miguel Pérez Mateos
Presencia inmaterial que atesora
los libros que he leído,
y grabaron en mí,
palabras que perduran
Hace ya muchos años, creo que a fines de la década del ’70 (si no me falla la memoria), durante la realización de un encuentro de poetas nos llevaron a la casa en la que nació Antonio Esteban Agüero. Algunos la conocían, otros no habíamos oído hablar del escritor, pero despertaba interés por los dichos y comentarios acerca de su poesía.
Arribamos a Merlo, en el norte de la provincia de San Luis, tras recorrer el trayecto desde donde se realizaba el mencionado encuentro y la casa del poeta. En ese lapso se multiplicaron los dichos, las anécdotas y algunos datos sobre el autor. En todo momento se ensalzaba la fuerza incontenible de su poesía.
Apenas descendimos del transporte, nos encontramos con un algarrobo inmenso, al que el poeta dedicara el poema “Al abuelo algarrobo”. Allí nos detuvimos, alguien dijo unas palabras de bienvenida, otro leyó estrofas de ese poema y muchos empezamos a degustar la poesía y comprobar la certeza de lo que habíamos escuchado durante el viaje. Cuando ingresamos a la casa (o lo que de ella quedaba), me impactaron los versos de “Yo presidente”, escritos en un cuadro colgado en la pared. Me detuve, leí y releí el poema. Si la “Cantata al abuelo algarrobo” me había conmovido, este otro generaba en mí una emoción más intensa, por cuanto sintetiza algunos de los desvelos y deseos que anidaban por ese entonces en nuestros jóvenes corazones, emparentados con el arribo y la instalación de un gobierno justo e igualitario para todos, que desterrara privilegios sostenidos por algunos, en desmedro de la gran mayoría.
Eran mis primeras incursiones en el ámbito de los encuentros y me mantuve en silencio pero expectante, anhelando encontrar con quien compartir la vibración interna que produjo el hecho.
Al cabo de los años volví una vez más a la Villa de Merlo y repetí la visita. Busqué y leí con avidez la biografía del poeta. Disfruté sus textos. Aquí, en San Rafael, quisimos, con otros escritores amigos, recordarlo en uno de los cafés literarios realizados… En fin, Antonio Esteban Agüero es un autor que guardamos y mantenemos en nuestra “Caja de versos” para celebrar su poesía, la fuerza y el coraje de su decir auténtico, el desafío que se impuso a sí mismo para leer y crecer.
Agradezco a Nicolás Ferreyra, amigo escritor que reside en Merlo, por la información que me ha hecho llegar. También debo decir que me han servido la biografía elaborada por la Biblioteca de la Universidad Nacional de San Luis y una nota aparecida en “El Diario de la República”, el 5 de febrero de 2017, dos días antes de conmemorarse el centenario del nacimiento del poeta.
“Capitán de pájaros” es el segundo verso del poema “Yo presidente”, y lo elijo como título para presentar al poeta merlino. Creo, a juzgar por la lectura de sus textos, que fue un escritor ávido de naturaleza y que, no obstante declararse alguna vez agnóstico, buscaba en ella la presencia de dios, esa luz que inventó cuando dijo: «Yo no soy yo, sino la luz que llevo», y ese ser al que cantó en “Canción del buscador de dios”.


Una vida dedicada a la palabra
Antonio Esteban Agüero nació el 7 de febrero de 1917 en Piedra Blanca y murió en la Ciudad de San Luis el 18 de junio de 1970. Desde temprana edad puso de manifiesto su vocación literaria. Los primeros relatos y poemas datan de los 15 años. Obtuvo distinciones por varios de sus trabajos. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura Regional. En 1958, la Dirección Nacional de Radiodifusión le otorgó la Medalla de Oro por la mejor conferencia de carácter histórico.
Desde 1938, Agüero colaboró en el suplemento dominical del diario «La Prensa» (Buenos Aires), y en numerosas revistas y periódicos argentinos y extranjeros. En 1960 el diario «Clarín» otorgó al poeta, por voto unánime de los tres integrantes del jurado, el premio del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo a su poema «Un hombre dice a su pequeño país».
Era Maestro Normal Nacional egresado de la escuela Juan Pascual Pringles de la Ciudad de San Luis y desempeñó importantes cargos públicos en su provincia. Fue presidente del Consejo Provincial de Educación (1955/56), director de Cultura (1957), ministro de previsión Social y Educación (1957), ministro de Gobierno (1958/59). Numerosos escritores y críticos argentinos y extranjeros se han ocupado de la obra poética del poeta puntano. Entre sus principales publicaciones se destacan: «Poemas lugareños» (1937), «Romancero Aldeano» (1938), «Pastorales» (1939), «Romancero de niños» (1946), «Cantatas del árbol» (1953), «Un hombre dice a su pequeño país» (1972), «Canciones para la voz humana» (1973) y «Poemas Inéditos» (1978). Estos tres últimas obras fueron publicadas de forma póstuma por su esposa. En 1970, Antonio Esteban Agüero recibió el título de Doctor Honoris Causa Post-Mortem de la Universidad Nacional de San Luis.


Los invito a disfrutar de estos poemas del autor
Digo la mazamorra La Mazamorra, ¿sabes?, es el pan de los pobres, la leche de las madres con los senos vacíos, - yo le beso las manos al Inca Viracocha porque inventó el Maíz y enseñó su cultivo -. Sobre una artesa viene para unir la familia, saludada por viejos, festejada por niños, allá donde las cabras remontan el silencio y el hambre es una nube con las alas de trigo. Todo es hermoso en ella: la mazorca madura, que desgranan en noches de viento campesino, el mortero y la moza con trenzas sobre el hombro que entre los granos mezcla rubores y suspiros. Si la prefieres perfecta busca un cuenco de barro, y espésala con leves ademanes prolijos del mecedor cortado de ramas de la higuera que en el patio da sombra, benteveos, e higos. Y agrégale una pizca de Ceniza de jume, la planta que resume los desiertos salinos, y deja que la llama le transmita su fuerza hasta que asuma un tinte levemente ambarino. Cuando la comes sientes que el Pueblo te acompaña a lo largo de valles, por recodos de ríos, entre las grandes rocas, debajo de cardones que arañan con espinas el cristal del estío. El Pueblo te acompaña cada vez que la comes, llega a tu lado, ¿sabes?, se te pone al oído y te murmura voces que suben a tu sangre para romper la niebla del mortal egoísmo. Porque eres uno y todos, comiendo el alimento de todos, en la fiesta del almuerzo tranquilo; la Mazamorra dulce que es el pan de los pobres, y leche de las madres con los senos vacíos. Cuando la comes sientes que la tierra es tu madre, más que la anciana triste que espera en el camino tu regreso del campo, la madre de tu madre, - su cara es una piedra trabajada por siglos -. Las ciudades ignoran su gusto americano, y muchos ya no saben su sabor argentino, pero ella será siempre lo que fue por el Inca: nodriza de los pueblos en el páramo andino. La noche en que fusilen canciones y poetas por haber traicionado, por haber corrompido la música y el polen, los pájaros y el fuego, quizás a mí me salven estos versos que digo...Cantata al Abuelo Algarrobo (Fragmento) I Padre y Señor del Bosque, Abuelo de barbas vegetales, Yo quisiera mi canto como torre para poder alzarla en tu homenaje; no el canto pequeño de la flauta dulce, delgado, suave, la de cantar la rosa y la muchacha, sino el canto del mar; un canto grave, con olores de vida y con el pulso musical y viviente de la sangre. Algarrobo natal. Abuelo mío. Hace mil años la paloma trajo tu menuda simiente por el aire y la sembró donde Tú estás ahora sosteniendo la Luz en tu ramaje y la Sombra también cuando la noche en larga lluvia de luceros cae. Así naciste. Cuando tú crecías la región era bosque impenetrable, con oscuros guerreros que danzaban junto a los juegos al caer la tarde, y con nombres diaguitas en los ríos, sobre todas las bestias y las aves, en cada hierba, sobre cada cerro, una tierra sin mapas ni ciudades, donde dioses sedientos presidían el cortejo y el rito de la sangre que vertían pintados hechiceros para aplacar las cóleras solares. En tiempo aquel la arena numerosa que festonea las playas litorales ignoraba las máscaras de proa, las amarras y el ancla de las naves, sólo sabía de los pies desnudos y de la huella digital del ave; era cuando los ríos conducían lentas piraguas sobre remos suaves mas no la ambición del maderero que asesina al futuro en el obraje y convierte en silencio de moneda la rumorosa fiesta de los árboles; por ese entonces, mientras Tú crecías, algarrobo natal, Señor y Padre, la tierra nuestra en libertad vivía hacia todos los rumbos cardinales, desde el país del Ona y la Ballena hasta el infierno vegetal del Cáncer, desde el prado que el Ceibo ruboriza a la región que señoreaba el Huarpe, sin conocer ejidos ni parcelas, ni muro torpe o codicioso alambre, donde el hombre y la bestia convivían estrechados por lazos fraternales, y la Luna era Quilla y el Sol Inti, el día joven y la noche grande. Así creciste, un día y otro día, hacia abajo y arriba, penetrante, con las raíces cada vez más hondas y la copa más alta y dominante, en crecimiento que fue dura guerra sostenida y ganada a cada instante contra el viento del Sur y la sorpresa del rayo azul y su puñal tajante, contra el cierzo de julio que traía los rebaños de nieve trashumantes, contra la sed en el ardor de enero, cuando gentes y plantas implorantes alzan ojos y hojas a las nubes por si las nubes sus entrañas abren y la lluvia se vierte generosa en licor de celestes manantiales. Pero ya Tú eres lo que ahora miro ¡Algarrobo natal, Señor y Padre! con estos ojos que el amor habita y los otros secretos de la sangre: un árbol rey, un árbol sólo, el Árbol sin edad en el tiempo y en el aire, a cuya sombra hace doscientos años a favor de un designio inescrutable se fundó mi casona solariega sobre honrada simiente de linaje. Capitán de pájaros Yo, Antonio Esteban Agüero, capitán de pájaros, general de livianas mariposas, estoy en Buenos Aires, la capital del Plata, para ser presidente y organizar la Patria. Detrás he dejado los pueblos que me siguen, ejército de alondras, la división blindada de los cóndores, las águilas que saben del sabor de la piedra, calandrias, chalchaleros, chiriguas mañaneras, los secretos lechuzos que me pasan la información del día y de la noche. Tengo un millón de caballos ¿Escucháis su relincho? Que rodean la urbe por sus cuatro costados, sus jinetes son muertos de Facundo, son muertos de Ramírez, montoneros del Chacho sableadores de Pringles, domadores, remeseros, rastreadores, guitarreros, espectrales jinetes que cabalgan mi millón de caballos. Les ruego que se rindan que depongan las armas, que guarden los tanques, y encierren los cañones, porque mañana a mediodía quiero estar en la Plaza de Mayo sobre viejos balcones del Cabildo para ser presidente y prestar juramento: por los ríos de sangre derramada, por los indios y los blancos muertos por el sol y la luna, por la tierra y el cielo, por el padre Aconcagua, y por el Mar oceánico, y por todas las hierbas y los bosques, y por todas las flores y los pájaros, y por el hambre de los niños pobres, y la tristeza de los niños ricos, y el dolor de las jóvenes paridas, y la agonía de los viejos ... Juro Yo juro. Hacer de este país la Patria. Ordeno que se rindan porque mañana a mediodía entraré en Buenos Aires. Tengo un millón de caballos ¿Escucháis su relincho? Nadie podrá atajarme Canción del buscador de Dios Siempre buscando; desde niño buscándolo; buscando. A través de la sombra y la neblina; sumergido en la zona de penumbra que separa los días de las noches, y al cristiano también del no cristiano, por laberintos de la sangre oscura. Siempre buscando; desde niño buscándolo; buscando. Golpeando viejas puertas clausuradas de bronce martillado; gastando los ojos en las hojas de antiguos libros muertos; vigilando la savia cuando sube por racimos y flores del verano; escuchando palomas y cigarras; mirándome en espejos esta pálida frente, estas frágiles manos, esta boca que guarda la palabra, oyendo la música que llueve desde el silencio de los astros. Buscando; desde niño buscándolo; preguntando por las calles donde está la gente, por caminos del campo. Por veces mendigando la respuesta total a la total pregunta. Yo quería encontrarlo (yo solo descubrirlo} donde quiera que fuese para darle mi agradecimiento humano, por la cósmica lumbre que me habita, por la gota de vida que me nutre, por este débil corazón desnudo que siento pulsar en mi costado. Darle las gracias, sí, por haberme construido como soy: de sueño, de madera, de cóleras y miedos, de bondad y ternura, de soledad y de razón pensante, de claridad, de sombras, de música y pecado. Descendí por El a catacumbas, anduve por túneles cerrados, batallé con demonios, conocí a la serpiente y el abrazo de su lívido cuerpo de aceros anillados; me frecuentaron dragones y brujas increíbles; y alguna vez solté, como a villanos, las locas miradas por el cielo, lejos de mí, de mundo, desprendidas del ser y de los ojos el infinito sólo navegando. y yo buscando; desde niño buscándolo; buscando... Lo imaginaba ajeno, misterioso, terrible, lejano. Después de muchos viajes, (ya en la curva más alta de los años) de tormentosos viajes, con las velas y los mástiles rotos, circundando por el horror del mar donde las olas eran de fría soledad de nada, recorde una capilla entre los cerros, los claros cerros de cristal morado, y una joven pareja que venía con un niño en los brazos; rememoré la pila con el agua, las gotas de luz sobre la frente, los maderos en cruz, y la figura solitaria y herida por los clavos. Me recordé pequeño, (el sabor de la sal sobre los labios) volví a verme pequeño, y recordé que el nombre que llevaba era el nombre del niño que sentía bajar sobre su frente la santa cruz de agua... Yo dije: Dios. Oh Dios. Oh Dios. Aquello fue tremendo, un cósmico relámpago, como si el mismo sol me detonara, granada solar, entre las manos, como la luz aquella de la bomba que aniquiló la tarde en Hiroshima… Y dije: Oh Dios… -y dejé de buscarlo- campanas sonaban por mi sangre -y dejé de buscarlo- cantaba un millón de ruiseñores -y dejé de buscarlo-. Nota: algunos de los poemas de Agüero fueron musicalizados por grandes compositores, siendo incorporados a su repertorio por músicos de la talla de Mercedes Sosa y otros. Pueden hallarlos en la Youtube.