Por Naz
@lecturamalandra

Un día Leila Guerriero escribió una reseña de Clavícula que describía a su autora como «tierna y feroz, rabiosa, sublevada y esclava, pirómana de la compasión ajena, impúdica».
Por esas semanas me encontraba en México, con el trauma de la muerte después de los terremotos de septiembre y la ansiedad de la separación de RW, así que mi amiga Geo decidió invitarme a la Feria del Libro de Guadalajara.
Nos fuimos como Thelma y Louise desde Ciudad de México y cuando llegamos, vi que en el programa de ruedas de prensa estaba Marta Sanz. Interpreté el asunto como una señal y fui corriendo a comprar el libro. Lo leí esa misma noche.
Lloré, me reí, me alivié. En esas páginas, llenas de una angustia que no termina de conseguir un nombre, pude acodar por fin las ansias que me pesaban sobre los hombros.
Porque no solo es un libro sobre el dolor, las pastillas, el capital, la convivencia, la pareja, la entrada a la no-juventud, la indolencia de cierta mirada masculina. No. Es un libro sobre la búsqueda de porqués. Y por eso lo hice mío palabra por palabra.
Al día siguiente me fui corriendo a la conferencia de ella. La escuché y supe que había encontrado otra brújula personal. Pregunté alguna estupidez, ella fue generosa. Y después le pedí que firmara mi libro, ya ajado por mi lectura frenética.
Desde esa primera vez, la he «perseguido» en otros escenarios y ciudades. La ocasión más reciente fue gracias a Mónica, un gran amor de RW y la madre de su hijo.
Cuando Mónica (que es una gran escritora venezolana y una mujer increíble) y yo nos conocimos, lo primero que hice fue recomendarle Clavícula. Fue mi manera de quebrar el recelo inicial porque intuí que le iba a encantar. ¡Y funcionó!
Ahora ella y yo amamos a @msanzpastor7 y, en honor a ese afecto, escribo este post de agradecimiento. Es un increíble engranaje de mujeres que al cabo de casi tres años, se cierra en torno a un libro. Por eso y más, digo: ¡salud!