Por Federico Mare
Historiador y ensayista
Ilustración: Andrés Casciani
Ha muerto Horacio González. Qué tristeza… La Argentina posdictadura ha perdido a uno de sus más notables intelectuales y ensayistas. Su erudición e inteligencia eran prodigiosas; su pluma, exquisita. Lo he leído, respetado y admirado durante más de veinte años, aunque muchas veces tuviera discrepancias político-ideológicas con lo que escribía y militaba, pues él lo hacía desde una trinchera (el peronismo) que nunca ha sido la mía (la izquierda).
Un mérito que siempre valoré en él fue su compromiso social, su vocación constante de hacer intervenciones públicas de parresía urgente sobre las cuestiones candentes de cada coyuntura política. Eso es algo que se echa de menos en la inmensa mayoría de lxs intelectuales de nuestro país, totalmente encerradxs en la torre de la marfil de la academia (la endogamia esotérica de los papers publicados en revistas indexadas que solo leen colegas).
Debo confesar que mi gran interés por la escritura de Horacio González tuvo más que ver con lo literario, con lo retórico, que con sus tesis –que no siempre acepté– y sus argumentaciones –que no siempre eran claras o fáciles de comprender–. Fue un estilista de la ensayística sin parangón en la Argentina de las últimas décadas. Desde mis tiempos de juventud, cuando era estudiante, leer sus textos me ha producido un goce estético único. He aprendido mucho de ellos, además.
Mi modo de concebir y cultivar la ensayística es distinto al suyo, en varios aspectos. Él era un intelectual y literato fuertemente influido por la sensibilidad posmoderna: centralidad del discurso, juegos de lenguaje, desapego por los datos, ambigüedades conceptuales, reflexiones sociológicas o filosóficas muy alejadas de lo empírico, intuiciones sintéticas ambiciosas, hermetismo expresivo, etc. La tradición ilustrada (racionalismo, uso de datos, rigor lógico, exhaustividad analítica, claridad expositiva) no era su mundo, como tampoco lo era la ciencia materialista. Su mundo era la intertextualidad de las disquisiciones hermenéuticas y el pensamiento radicalmente especulativo.
Pero faltaría a la verdad si no reconociera mi deuda literaria con Horacio González. La belleza excepcional de su prosa ha sido una fuente recurrente de inspiración. Quisiera dedicarle, in memoriam, este texto que escribí hace varios años, sobre ese género y ese arte que él tanto dominó: «Acerca del ensayo y la ensayística». Contiene un pasaje donde reflexiono acerca de su obra.