La llegada de los italianos

Por María Elena Izuel
Foto portada: Juan Pi

La historia de la Colonia Italiana ha sido investigada y publicada por don Fernando Abbona Tremolada, hijo y nieto de aquellos inmigrantes que tanto colaboraron al engrandecimiento de nuestro terruño. De su libro La colonia italiana he extraído los siguientes datos:

Las familias italianas que trajo el cura Marco provenían todas de Lombardía, región del norte de Italia, donde “sobraban brazos y faltaba tierra”. Otros les habían precedido en su viaje a América, afincándose en Brasil y la Argentina, donde no sólo habían hallado tierras productivas, sin labrar y de posible obtención, sino también un clima similar al de Italia.

El grupo estaba formado por parientes y amigos, que durante tres años trabajaron con empeño, haciendo sacrificios y sufriendo privaciones para poder ahorrar y realizar el viaje. Habían decidido viajar con las familias completas para radicarse definitivamente donde obtuvieran tierras. Como pudieron, compraron rústicos baúles y los llenaron de ropa, calzado, herramientas y todo lo que consideraron imprescindible. En el fondo de los baúles guardaron unas pocas monedas de oro, como reserva, para casos de extrema necesidad o para volver a la patria, si las cosas fueran muy mal.

Llegaron en diciembre de 1883, en el vapor Centro América, al puerto de Buenos Aires y los alojaron en el Hotel de Inmigrantes. Allí los encontró el padre Marco y los convenció para venir a estas tierras. El trato se hizo de palabra y consistió en trabajar para él en sus tierras, las que podrían ir comprando de a poco, con su trabajo, corriendo los gastos de traslado y manutención por cuenta de Marco. Tuvieron mucha confianza en él ya que era sacerdote e italiano.

Viajaron en tren hasta San Luis, luego en carretas a Mendoza; allí se quedaron algunos días para después continuar en carretas hasta San Rafael, debiendo cargar el agua, ya que no se encontraba en la travesía. Este último viaje duró seis días, durante los cuales sólo vieron campos despoblados, tan enormes que les parecía irreal, los asustaba, acostumbrados a Italia, donde no existía un solo espacio libre.

Les llamó poderosamente la atención la presencia de los carreros, que usaban chiripá y botas de cuero de potro, que comían asado y tomaban mate y quisieron imitarlos, pero, en su inexperiencia, al hacer el asado quemaron la carne y se quemaron la boca al tomar los mates, que con sonrisa socarrona les ofrecieron los carreros.

Ya en Las Paredes, se alojaron en chozas y en un galpón de adobe y comenzaron a trabajar: desmontaron, nivelaron, hicieron las acequias, los surcos, sembraron cereales y hortalizas, criaron aves y conejos para subsistir, y cuando ya verdeaban las plantas, llegaron los vientos, el terrible zonda, que en ese momento no encontraba obstáculos, como lo son ahora las trincheras de álamos, y los cultivos se quemaron. Lo poco que quedó tampoco llegó a la cosecha, pues cayó una violenta granizada que acabó con todo.

Contaban sólo con sus brazos y como su empleador no tenía más fondos para mantenerlos, decidieron, con mucha pena, viajar a Mendoza, donde sabían que encontrarían trabajo.

Cuando tenían, prácticamente, todo listo para la partida, apareció don Rodolfo Iselín con una oferta tentadora: tierras en venta a pagar con trabajo, y trabajo seguro y remunerado para que pudieran subsistir. Además les otorgaba crédito en su proveeduría y carnicería, para que adquirieran carne, mercaderías y herramientas. Sólo tres familias no aceptaron y partieron a Mendoza.

Iselín les vendió 170 hectáreas en la zona comprendida entre avenida Mitre y el Cementerio, cortada al medio por la actual calle Italia. Así nació Colonia Italiana, donde aún viven los descendientes de aquellas familias, cuyos jefes fueron: Ambrosio Bonfanti, Juan y Ángel Melzi, Juan Bielli, Teresa Parravisini viuda de Bielli, César Tornaghi, Luis Sangalli, Luis Andreoni, Alejandro Andreoni, Pablo Andreoni, Luis Bonfanti, Antonio Tremolada, Bartolomé Maggioni, David Bielli, Vicente Bielli, Carlos Sala, Fernando Pogliani y Ángel Bonfanti.

colonia italianaPlano de la Colonia Italiana
Distribución de las 
parcelas y sus propietarios
Fuente: F. Abbona Tremolada

Duros, muy duros, fueron los primeros tiempos, los hombres trabajaban las tierras de Iselín, mientras las mujeres y los niños desmontaban y sembraban sus tierras, criaban aves y conejos y vendían lo que les sobraba al Regimiento de Cuadro Nacional. Al regreso, por la noche, los hombres hacían los trabajos más pesados.

Para Iselín plantaron barbechos y estacas de vid, traídos de Mendoza; en poco tiempo terminaron el trabajo, pero esto no fue problema, pues ya se habían hecho fama de hombres correctos y trabajadores, lo que les permitió conseguir otros trabajos similares, ya que los restantes propietarios de Colonia Francesa se habían entusiasmado con la actividad agrícola.

En sólo tres años pudieron pagar sus tierras, abonando por cada 5 hectáreas $ 500, suma bastante elevada, ya que un obrero cobraba por día $ 0,30 equivalente en ese momento, al precio de cinco litros de vino o tres kg de carne. Si hacemos números nos daremos cuenta en qué forma economizaron para poder ahorrar tanto dinero.

Formaron una comunidad muy unida, trabajaban todos juntos y se ayudaban mutuamente, entre todos construyeron sus casas, fabricaban los adobes, y también las pequeñas bodegas, donde elaboraban el vino patero. Las tareas del cuidado de la vid y de la elaboración del vino, la aprendieron de los franceses.

Con el tiempo, a medida que sus tierras comenzaron a producir, sólo trabajaron en ellas y en las bodeguitas.

Fueron famosas las fiestas del 20 de septiembre, que festejaban todos los años y a las cuales concurría toda la Colonia Francesa, atraída por la hospitalidad y alegría de los italianos.

Les preocupó mucho la educación de sus hijos, y que aprendieran el idioma, lo que era un verdadero problema. Como no había escuelas en la zona, contrataron maestros para que enseñaran a los niños y apoyaron la fundación de la primera escuela en Colonia Francesa, actual escuela 25 de Mayo, a la que asistieron todos sus hijos, aún aquellos que ya sabían leer y escribir. En la lista de la primera promoción de la escuela se encuentran los apellidos de los fundadores de Colonia Italiana.

Eran todos católicos y la única iglesia estaba en la villa, adonde debían ir a pie, en un principio o en carros tirados por caballos, cuando podían. Nació entonces la idea de contar con una capilla más cercana y pusieron manos a la obra. Don Ambrosio Bonfanti donó el terreno, entre todos hicieron los ladrillos, trajeron las piedras desde El Cerrito en los carros de Iselín; parte de la madera la donó don Domingo Bombal y el resto la tuvieron que comprar. Trabajaron hombres, mujeres y niños, en dos años estuvo terminada. Su primer sacerdote fue el presbítero Ricci y la colocaron bajo la advocación de San Ambrosio, hoy es la Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes.

La colonia siguió creciendo, pues la mayoría de los italianos que llegaron en años posteriores se radicaban en esa zona, con sus paisanos.

Anuncio publicitario