Por Mayrin Moreno Macías
En la escuela jamás pegó un recorte. Marcelo Andrade todo lo dibujaba. Entre sus pertenencias había unos libros de fauna. Le apasionaba dibujarlos. Ese fue el inicio de su fastuoso mundo. Aún conserva el certificado de estudio de su primer año de primaria en el que la maestra detalló: “Niño con aptitudes para el arte”. Esa intuición dio sus frutos. Hoy adondequiera que va Marcelo lleva un pincel.
Su estilo es realista. Le gusta trabajar con modelos y en proyectos que corran el velo de sus facultades pictóricas y pedagógicas. También se nutre de imágenes propias y de otras que consigue en redes o plataformas. Se considera “bastante trabajólico”, porque puede pintar varias obras de manera simultánea y a su vez compartir con la gente, a través de las redes, la aventura desde el primer trazo.
Marcelo es chileno de nacimiento y mendocino por decisión. De sus idas y vueltas a casa, siempre se quedaba con ganas de volver a Argentina. Allá se sentía limitado. En 2018 cerró la academia y renunció a su contrato como profesor. Actualmente vive en Maipú. Desarrolla un proyecto académico y otros culturales y patrimoniales. La semana pasada viajó 300 kilómetros hasta la ciudad de General Alvear. Realiza un mural en la plaza Malvinas en honor a los veteranos y caídos en 1982. Para él ha sido un desafío.
―Los artistas tenemos un rol social importante y qué mejor que dejar una obra para las futuras generaciones ―dice.
―¿Qué representa poder tomar un lápiz, un pincel y crear?
―En la actualidad soy más de pinceles, incluso los dibujos iniciales de las obras los hago directo con el pincel, da más libertad, te permite encajar, encuadrar y luego jugar con las formas desde las primeras capas, es una soltura maravillosa, voy creando el movimiento, la expresión… Los fondos puedo modificarlos y estudiar cómo se presenta el desafío. Si bien trabajo desde la imagen como apunte, fotografía o desde el natural, siempre está el poder modificar algo que se pueda realzar o difuminar, cambiar colores, saturaciones u otros aspectos de la misma.
―¿Consideras que el arte es una exageración en algún sentido?
―El arte es uno de los pilares fundamentales de las culturas. Más que una exageración, creo que es una forma creativa de expresión que requiere una disciplina, rigor y respeto por el oficio. Es fácil pintar, pero qué difícil es vivir el arte, la pintura, que es lo que me convoca, y mi estilo realista necesita de estudio, de comprender y entender varios aspectos de la imagen, natural o digital. Siempre me quedo con unas frases del artista realista Claudio Bravo a los jóvenes: que se lo tomen muy en serio, porque esto es muy difícil (la pintura)… que no es un capricho frívolo de jovencito/a, que es una cosa para toda la vida y que cada vez se aprende algo nuevo. La pintura no se hace en 24 horas, la pintura es larga, dificilísima. Si tiene el coraje suficiente, que se dedique a esto, pero que no se crea que es fácil.
Pandemia
Al inicio de la pandemia, el proceso creativo de Marcelo fue complejo e intenso. Tuvo que darle un giro a todo lo planificado: cerró la academia y se quedó en un punto muerto para analizar el nuevo escenario que se avecinaba. Con el correr de los días se abrió a otras posibilidades que ofrecía el mercado del arte desde la virtualidad, cómo se realizaban los cursos y también el uso de las redes sociales. “No estaba muy a la vanguardia en eso. Comencé con una exposición virtual y desde ahí esperar y ver el impacto que causaba. Tuve un gran éxito con eso y luego utilicé mucho el Instagram (ni siquiera lo tenía bien conformado). Hice muchos enlaces y videos que cada vez fueron más preparados y específicos en mostrar procesos, uso técnico y análisis de obras. Lo demás fue recibir gran cantidad de encargos y ventas en Argentina y el extranjero”, dice.
Chile
Marcelo evoca aquel 11 de marzo de 1990 en su querida Chile. Vivió con entusiasmo el saber que se podía derrotar la dictadura con el plebiscito. Aunque no tenía la edad para votar, participó activamente en las campañas. El triunfo del NO llegó el 5 de octubre del 89 y al año siguiente, en su cumple 16, la vuelta de la democracia.
―Un día inolvidable. Recuerdo que salí con mi bandera a celebrar a la calle, era la alegría. La alegría de saber que otro Chile era posible. Se ponía fin a un período oscuro: la dictadura.
―Naciste en una época oscura para Chile. ¿Qué recuerdos tienes de los finales de los 80?
―Fui siempre un niño y un joven inquieto y muy relacionado en lo social. La dictadura fue algo nefasto, en mí ya estaba la veta del arte y veía cómo se destruía patrimonio y se dañaba la creación en todos los sentidos, ni hablar de la censura. Por otra parte, lo viví con mucho fervor, saber que se podía derrotar la dictadura desde un plebiscito (Sí o No) era lo máximo.
―¿Cómo se organizaban?
―A finales de los 80 cursaba ya la secundaria, participaba de algunos movimientos juveniles y era dirigente estudiantil, había una gran expectativa de esos nuevos tiempos que se aproximaban, muchas reuniones juveniles, música, canto y arte, todo se movía con gran inquietud.
―¿Escuchabas a Los Prisioneros?
―Claro, eran parte importante del movimiento social, la irreverencia, esa invitación a ser parte de esta nueva década de los 90, además de otra música contestaria. También estaba el movimiento del rock latino: Soda Stereo, Enanitos Verdes, G.I.T. eran obligados en las fiestas de la época.
La actualidad chilena hoy la mira desde lejos. Sigue los noticieros, está al día, conversa con amigos y vigila el camino de las nuevas políticas. Tiene presente que antes de transformarse en el artista de hoy, fue dirigente estudiantil y sindical.
―Chile es un país convulsionado, con un movimiento social importante, siempre veo el desarrollo político y social, a portas del inicio de una nueva Constitución y también con elecciones en todas las áreas: municipales, parlamentarias, presidenciales. Sigo atentamente lo que acontece y espero cosas mejores por el bien y el futuro de Chile.