Por Msc. Miriam Macías
Especialista en terapias naturales
A partir del siglo XIX, el hombre comenzó a divorciarse de la naturaleza, con la concepción de que la misma existía solo para explotarla. Así, fue perdiendo contacto con la tierra, por considerarla algo sucio, que traía enfermedades. Esta situación se profundiza en el siglo XX, con el advenimiento de una terapéutica basada en productos químicos, circunstancia que hizo que la mayoría de las personas se sintieran liberadas de los vínculos con lo natural.
El cuerpo humano fue diseñado para estar en contacto con los elementos que conforman la naturaleza: sol, agua, aire, tierra. Durante toda su evolución, el hombre anduvo descalzo, sin embargo, desde que se creó el calzado, fue perdiendo contacto con la tierra. Esta desconexión, aunada a otros factores de la vida moderna, tales como el consumo de dietas altas en azúcar y alimentos procesados, radiaciones electromagnéticas y estrés, entre otras, fue incrementando la posibilidad de padecer diversos trastornos y enfermedades.
Desde finales de los años 90, diversas investigaciones científicas revelaron que la tierra afectaba positivamente la fisiología y la salud humana. En Estados Unidos, Clint Ober, autor del libro “Earting, the most important health discovery ever” y conocido como el pionero de esta corriente, fue consciente de la desconexión del hombre con la tierra, por lo que realizó numerosas investigaciones, con la ayuda del cardiólogo y psicoterapeuta Stephen Sinatra, que respaldan que el potencial negativo de la tierra puede crear un entorno bioeléctrico interno estable que contribuye con el funcionamiento normal de los sistemas del cuerpo.
De acuerdo con las investigaciones, cuando los pies tienen contacto directo con la tierra, se produce una descarga de energía electroestática que se acumula en el cuerpo, en donde se absorben los iones negativos, creándose un equilibrio de cargas eléctricas. Es decir, que la superficie de la Tierra tiene electrones (cargas negativas) que ingresan a nuestro cuerpo para neutralizar los radicales libres, produciendo un efecto antioxidante.
Caminar descalzo -ya sea sobre pasto, arena, tierra, piedras- contribuye a beneficiar nuestra salud: rejuvenece nuestro cuerpo y espíritu, alivia dolores crónicos, mejora el sueño y el sistema inmune, reduce el estrés y la ansiedad, disminuye la viscosidad en la sangre, volviéndola más fluida, siendo de gran utilidad en las enfermedades cardiovasculares y la hipertensión. Además, elimina la inflamación, principal causa de enfermedades crónicas como la artritis, diabetes, asma, Crohn, Alzheimer, lupus, esclerosis múltiple.
Hacer contacto directo con la superficie de la tierra nos carga inmediatamente de energía. Pasatiempos como la jardinería, la agricultura, la horticultura, la siembra y la pesca son saludables y proporcionan una amplia conexión a la tierra.