Nuri Ribotta agradece a quienes no soltaron su mano

Por Mayrin Moreno Macías

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Después del 31 de octubre de 2003, Nuri Ribotta caminaba como si pisara algodón, a paso inseguro. Igual así iba a Tribunales. Ida y vuelta. Su voz interna le repetía una y otra vez que no aflojara. Han sido 17 años, para ella toda una vida, que ha llevado con empuje y resistencia. Agradece a sus hijos y a todas las personas que no soltaron su mano. “La gente siempre me pregunta de dónde saco tanta fuerza. ‘De mi hija’, les digo. Ella era tan solidaria, ayudaba con lo que sea, no se dejaba abatir, decía: ‘qué importa, vamos que la lluvia es buena’, y se iba caminando a todos lados,  a veces a la escuela, porque no tenía plata para el colectivo. Después de la muerte de mi marido, quedé sin nada, luego en 2003 a mi nuera le dio un ACV y falleció. Tuve que viajar a Buenos Aires enferma, con la artritis, recién operada de un riñón por un quiste renal, y después a los días matan a Paula… Todo fue muy trágico”.

Por estos días Nuri resuelve el tiempo tejiendo, quitando un poco el polvo que entra a la casa, su hijo la ayuda, la visitan sus nietas, habla con sus plantas, sus animales, lee mucho… Sin embargo, le es inevitable no hablar de su hija.

Seguir peleando

El 12 de febrero de 2021 terminó el tercer juicio por el femicidio de Paula Toledo. El único condenado por este aberrante crimen, Marcos Graín, pasará 11 años en la cárcel, tras el fallo del tribunal compuesto por los jueces Néstor Murcia, Alejandro Celeste y Esteban Vázquez Soaje. “Yo no quedé conforme. Se lo dije al tribunal, porque una chica que tenía toda la vida por delante: proyectos, familia, ¡cómo adoraba a sus sobrinas! Mira esa foto que está con la nenita, en esa de abajo está mi otro hijo, que lamentablemente falleció -señala Nuri-. Yo espero seguir con la ayuda de mis abogados, Guillermo Rubio y Celeste Marchetti. Sé que 11 años es algo, creo que le descuentan dos, además no está en la cárcel que todos conocemos sino en la nueva… Me pregunto: ¿tan poco vale la vida de mi hija? Pero bueno, así se dan las cosas y vamos a seguir peleando”.

Nuri es sanrafaelina y se crio en Buenos Aires. Cada año venía con su familia a San Rafael de visita. Cuando iba a cumplir 16, perdió a sus padres. Tiempo después contrajo matrimonio. “No es porque haya sido mi marido, pero qué buen relojero era. Trabajaba en la casa Rolex, se especializaba en los de submarino. Más tarde falleció su mamá y tuvimos que vender todo para regresar a San Rafael y acompañar a mi suegro. Él fue un padre para mí, la vida fue más llevadera a su lado. Mi marido tuvo que cambiar el traje y la corbata y tuvo que empezar con los hierros. Trabajó como armador de hierro en la construcción del hospital Schestakow. Falleció en el año 2000 de un ACV. Para Paula fue terrible. Ella amaba a su papá. Él le decía ‘negrita’ y que tenía unos dedos como palitos de brochette”.

Hoy, a sus 73 años de edad, Nuri debe lidiar con la artritis, el lupus, los dolores de las várices, el asma y la insuficiencia renal. Sin embargo, ha aprendido a ser resiliente. “Hay que ser positiva. Yo soy católica. Si pienso que Dios me dio esto, lo tengo que aceptar y llevarlo de la mejor manera, si no, no vale. Muchas veces me pregunté dónde estaba Dios, por qué permitió que le hicieran tanta maldad… Pero acá estoy, pidiéndole que la tenga a su lado, porque sufrió tanto y nadie la defendió. Todo ese lugar, donde está el CIC ahora, está regado con la sangre de mi hija. Mientras viva voy a hacer todo lo que pueda, yo no puedo perdonar eso”.

Antes de que anocheciera, Nuri seguía conversando. “Hablo hasta por los codos”, y sonríe. Su mensaje fue contundente: “Hay que ser solidarios, luchar y denunciar. No puede ser, cuántas mujeres han muerto en lo que va de año, es una barbaridad. Les pido que denuncien, que sean unidas y colaboren cuando haya una causa justa, así como lo hicieron conmigo, que me acompañaron, vale mucho. Eso me dio valor. Decís ‘la gente se molestó en venir’, cómo no voy a poder ir yo. Vamos a seguir… vamos con todo”.

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