Por Bautista Franco
Un mes antes ya están encendidas las alarmas en el pueblo. Los jueves comienzan las actividades precarnavaleras que se acercan poco a poco a los días de desenterramientos, rituales sagrados inmemoriales, principalmente para quienes participan y festejan los carnavales desde siempre. El día del desenterramiento del diablito es un día de fiesta, de profunda algarabía donde se festeja seriamente hasta que no quedan energías en el cuerpo. Es el norte, en la zona de la quebrada de Humahuaca, el pueblo se llama Tilcara. Allí, en medio de los cactus que ornamentan los aguayos, al lado del río Huasamayo, una vez al año sucede una experiencia antiquísima que multiplica por 5, 10, mil veces el pueblo. Comienza el carnaval.
Una ceremonia sagrada que demostró ser imposible de detener. Antes del desentierro, ya hay cuatro semanas antecediendo a los jueves de ahijados, de padrinos, de compadres y comadres, marchas, fiestas, invitaciones y semanas de felicidad para pedirle a la tierra que sea generosa con mucho vino y talco perfumado. Las calles se llenan de cariños y borrachos, de gente bailando multicolor, de música y buenos deseos por todos lados.
Este año las cantidades fueron limitadas por la pandemia, de hecho, la gente no fue masivamente a los rituales, pero sí unos cuantos miles hicieron su llegada a los mojones, estructuras de piedra que tienen un hoyo al pie para alimentar a la Pachamama, y lo hacen, como sus padres, como sus abuelos. Esto le valió a los festejos salir en los medios nacionales por ser en contexto de pandemia.
Tilcara organiza estos rituales a través de sus comparsas que desde hace años impulsan los carnavales de manera autogestiva, aunque dado el éxito de los últimos años han pedido muchas veces intervención estatal por las enormes cantidades de personas que asisten. Así el pueblo, por unos días, se ve desbordado y el desentierro y posterior entierro se convierte en una cuestión de Estado que pone a más de un funcionario de los pelos. Este año no fue la excepción.
En medio de los cerros, al lado del río, se suceden rituales que mezclan sincretismo de las religiones occidentales con el paganismo propio de las comunidades, donde conviven el diablo con la cuaresma y la Pachamama es figurita superior al dios de los católicos.
Más allá de las consideraciones rituales, es el festejo, la felicidad sana, el sentimiento de compartir lo que está. Jóvenes de las comparsas se disfrazan de diablos y cumplen, en mayor o menor medida, con no sacarse la máscara y cambiar sus voces para impulsar de manera obligada y a golpes de cola la alegría y el baile.
Somos tierra y al final a la tierra vamos una semana después del desentierro, cuando el diablito se esconde nuevamente entre ofrendas y alegría hasta el año siguiente.
















