Por Msc. Miriam Macías
Especialista en terapias naturales
Hasta hace poco no se comprendía cómo factores psicológicos y mentales podían tener impacto en el
organismo, en el cuerpo, en la salud y por ende en la enfermedad. En la actualidad sigue habiendo
científicos que ponen en duda la existencia de este tipo de relación, entre ellos psiquiatras y oncólogos. Para
algunos la idea de que la psique pueda influir en la salud es una fantasía, incluso una creencia mística.
Aprender a tomar conciencia de los pensamientos, cómo surgen y cómo emplearlos efectivamente, es una
habilidad esencial para la vida, pues nos guía a la felicidad.
Hace un siglo, William James planteaba una hipótesis realmente sorprendente sobre la naturaleza del pensamiento y sentimiento. Su intuición sobre el alma humana quedó plasmada en estas palabras “Para mí es imposible pensar que tipo de miedo sentía, si no estuvieran presentes mis pensamientos y la sensación de latidos acelerados, respiración entrecortada, sensación de labios temblorosos, cólicos abdominales o piernas debilitadas. ¿Puede alguien imaginar la rabia sin sentir que el pecho le estalla, la cara se ruboriza, los orificios nasales se dilatan, los dientes se aprietan y
el impulso hacia la acción vigorosa se desencadena? ¿Puede sentirse la ira con los músculos relajados, la
respiración calmada y una cara placida?”.
Con estas palabras, James creó un mecanismo esencial para comprender la relación entre las emociones y
la mente. En términos sencillos, el cerebro humano se asemeja a un edificio de tres pisos, en el primero, está
el tallo cerebral o cerebro reptil cumpliendo las funciones más primitivas o instintivas: comer, dormir,
respirar; en el segundo, está el sistema límbico o cerebro emocional y en el tercero, esta la corteza cerebral
con el pensamiento mas evolucionado, el lógico y el creativo.
Los pensamientos y las emociones están ineludiblemente conectados al cuerpo. La mente prepara
trampas para las emociones, como la represión o exageración de las mismas, y el cuerpo las somatiza,
convirtiéndolas en enfermedades. De hecho, las emociones van siempre acompañadas de reacciones
somáticas o fisiológicas que involucran cambios en el sistema respiratorio, alteraciones en el sistema
cardiovascular, aumento de secreciones glandulares.
Efectivamente, los seres humanos podemos expresar y controlar las emociones con la finalidad de
mantener la salud. El miedo expresado va a permitir que el organismo se ponga en estado de alerta ante una
amenaza, pero cuando se reprime, aparece el temor y la inseguridad que se refleja en enfermedades en los
riñones y vías urinarias. La rabia, es una emoción poderosa cuando está bien canalizada, porque nos permite
tomar decisiones, en cambio cuando se transforma en rencor, resentimiento, odio, agrede el hígado y la
vesícula biliar, produciendo cefaleas, lumbalgias, calambres, astenia, cansancio. Expresar la tristeza a través
del llanto o la expresión verbal o escrita, permite el desahogo de un dolor por la pérdida de un ser querido;
caso contrario, si se reprime, puede enfermar de asma, se dice que “el pulmón llora lo que los ojos no
pudieron hacer en el momento adecuado”. La alegría es la emoción propia del corazón, cuando esta no se
hace presente, se genera la angustia, produciendo estancamiento en los vasos sanguíneos, insomnio, mala
memoria y delirio. Cuando la reflexión es trascendente está ligada a la energía del bazo- páncreas y al
estómago, si se transforma en obsesión aparecen lipotimia, articulaciones inflamadas, edemas, dolor en las
encías y dientes, tendencia a la obesidad.
Mientras más comunicación exista entre la mente y el cuerpo, mejor será el resultado en el proceso de
sanación. En consecuencia las moléculas de las emociones representan una luz al intercambiar información
con la mente, sistemas, órganos y células. Primero nos enfermamos de la emociones y después del cuerpo.