Por Humberto Márquez
La primera vez que escuché, ¿quién sabe cuándo?, esa suerte de arrebato existencialista “La vida es una herida absurda”, y de remate: “Y es todo, todo tan fugaz que es una curda, nada más, mi confesión”; fragmento de “La última curda”, ese tango compuesto en 1956 por Cátulo Castillo con música de Aníbal Troilo, yo me dije “a este Cátulo hay que investigarlo”.
Pero ya en estos días de cuarentena, recordando “La Peste” de Albert Camus, entiendo que un carajo que estuvo a punto de llamarse “Descanso Dominical González Castillo”, se salvó porque el empleado del Registro Civil se opuso y terminó llamándose “Ovidio Cátulo”.
Con ese pedigrí de clásicos latinos, asestado al nacer por su padre literato y anarquista, José González Castillo, tenía que salir uno de los grandes poetas del tango, Cátulo Castillo.
Y no podía ser en vano que en su niñez conociera al gran poeta modernista nicaragüense, el príncipe de las letras castellanas, pero que lo cuente él mismo: “Un día llego a casa y me lo encuentro a Rubén Darío. Mi padre lo invitó a comer (en uno de sus viajes a Buenos Aires). Lo vi como una especie de gigante, con su larga melena algo rizada y siempre despeinada”.
Pero además de su vinculación con el poeta Evaristo Carriego y la influencia de García Lorca, a todos esos cuentos contados por Nicolás Sosa Baccarelli le faltaba el más insólito: ¡que el bardo tiraba coñazos! Cátulo alcanzó el título de campeón argentino de peso pluma, llegando a las puertas de los juegos olímpicos.
El otro verso que me mata, será por mi afición a la flor de la caña, a esa melaza que ríe, es : “Tu lágrima de ron me lleva”, de pana que se pasó, pero redondearla con la girondina libertaria: “Hacia el hondo bajo fondo/ Donde el barro se subleva”.
La historia universal del tango ebrio
No por casualidad, y sin querer queriendo, he venido “jurungando” ese romance, digamos maridaje, mejor, entre el tango y el alcohol. Con la sola palabra, “curda”, da para hacer la historia universal del tango ebrio: “Anoche estaba curda”, “De puro curda”, “El curda”, “Tango en curda”, “Viejo curda”, “Duelo curda”, “Entre curdas”, “Testamento de un curda”, incluido “La última curda”, cuyas grabaciones más importantes fueron de Edmundo Rivero, en 1957, y Goyeneche, en 1963, ambas con Troilo.
Resultaría imposible describir y enumerar todos los temas, tangos o milongas que tratan sobre el alcohol y sus correlatos, como dice Ricardo García Blaya en “El alcohol un tango triste”. Sobre nuestro tango curdo de ocasión agrega: “Los versos de Cátulo Castillo tienen un sentido distinto y muy profundo, con un planteo de raíz existencialista cuando dice: “La vida es una herida absurda, y es todo tan fugaz, que es una curda ¡nada más!, mi confesión”. El personaje bebe reconociendo su fracaso en la vida, descubre la náusea (¿Sartre?) y se lo confiesa, posiblemente, a una mujer cualquiera. La letra es compleja y llena de metáforas, algunas memorables, como cuando dice: “Cerrame el ventanal que quema el sol su lento caracol de sueño, ¿no ves que vengo de un país que está de olvido, siempre gris, tras el alcohol?”.
Contó Edmundo Rivero que Cátulo preparó la letra sobre una música de Troilo una noche calurosa de 1956 en el departamento del músico, ubicado en un 2° piso de la calle Paraná. Enfrente del cabaré Chantecler estaban Troilo, Rivero y el periodista Miguel Bavio Esquiú, con sus esposas… Empezaron a trabajar, ensayando y ajustando, primero con tarareos y luego con bandoneón. Pasaron así varias horas y en algún momento salieron al balcón cuya ventana estaba abierta y vieron una multitud en la acera de enfrente interrumpiendo el tránsito. Entonces, allí mismo, Troilo y Rivero ejecutaron el tango por primera vez en público.
¿Tango ebrio o despedida amorosa?
Si alguien escribiera una antología de poemas de despedidas amorosas, no podría prescindir de la calidad poética de Cátulo Castillo, hecha tango o costura de jirones de un corazón despedazado por una desilusión sentimental: «¡Yo sé que me hace daño/ llorarte mi sermón de vino!/ Pero es el viejo amor/ que tiembla, bandoneón, buscando en un licor que aturda, la curda que al final/ termine la función/ corriéndole un telón al corazón”.
Como se dijera en algún momento –medio en broma medio en serio–, “La última curda” es un poema que podría haberlo firmado Jean-Paul Sartre. ¿Tango existencialista?, pregunta Manuel Adet. En ese mismo texto sobre “La última curda”, alude a la última embriaguez antes de la muerte del amor, o de la muerte misma: “Después, está la riqueza del lenguaje, la destreza para construir imágenes definitivas, imágenes que se parecen a conceptos, a definiciones que no se pueden expresar de otra manera. Imágenes que sólo un poeta es capaz de construir con las palabras. ‘La ronca maldición maleva’ del fueye es de una precisión maravillosa”.
Amo este tango. ¡Joder!.
De cómo el alcohol aparece en el tango, un tris de Mina
Carlos Mina propone tres formas en las que el alcohol aparece en el tango.
En “Los mareados” (1932) de Enrique Cadícamo –“el alcohol nos ha embriagado” –, la curda es el modo de ocultar la verdadera razón de la separación sobre la que conversan; esto es que él la abandona.
En “Una canción” (1953) de Cátulo Castillo –“vos y yo los dos en curda” – el alcohol está presente desde la primera frase y su repetida cita a lo largo del tango parece indicar la intención del narrador de que el tiempo se prolongue en forma infinita.
Finalmente, en “Che bandoneón” (1950) de Homero Manzi –y puedo confesarte la verdad, copa a copa, pena a pena, tango a tango–, el alcohol ayuda a develar –y a enfrentar– la muerte que se ve cercana.