Texto y fotos: Mayrin Moreno Macías
–¿La solidaridad? Yo te diría que es contagiosa. Después que empecé a donar el hígado con el pan y la lavandina, vi mucha gente que donó viandas, sándwiches, barbijos, pan, ropa. No debe ser grato pasar necesidad, pero sí debe ser lindo que en el medio del apuro alguien te ayude.
A José Quispe todo el pueblo de San Rafael lo conoce como el Achurero Solidario. Desde que inició la cuarentena, hace casi nueve meses, se le hizo un hábito sacar del furgón de su chata un kilo de hígado para donar. Aunque otros lo señalen y le digan: “Ah, pero así es fácil ayudar, si el Municipio te da todo”. Y no. De su bolsillo sale el hígado, vende otros productos y por día le entregan pan para 20 familias y 100 litros de cloro.
–Ellos me abrieron las puertas de trabajo desde que inició la pandemia. Informan de los lugares que voy a visitar, y en cada delegación que asisto me echan una mano. Si me preguntás cómo tengo todos los días los kilos para donar, es gracias a la gente que me compra. Estoy contento con la gente de San Rafael porque me han ayudado a ayudar. Una vez una señora se acercó y no quiso el hígado ni nada, pero me dio a escondidas 1.000 pesos arrugaditos. “Para que siga donando”, me dijo, y se alejó entre la multitud.
En el camino a su casa, en Salto de las Rosas, cayó un aguacero. El lugar está rodeado de verde. El viento agitaba los álamos, los arbustos y una palmera gigante. A un costado de la casa están estacionadas las dos chatas que usa para sus recorridos. Con ellas ha cruzado todo San Rafael. Ha visto de cerca la necesidad en los ojos de la gente y también ha tenido que llevar mercadería a familias que enfermaron de Covid-19. Fue uno de los primeros en entrar a Real del Padre. También en el barrio Cruz del Sur, después de terminar de vender, se le acercó una familia completa con un montón de niños y le preguntaron: “Señor, tiene algo de desperdicio que le haya sobrado y que nos dé para comer”. En la delegación de El Molino la gente solo pasa a buscar el hígado, el pan y el cloro. En Goudge, El Toledano, El Escorial, Monte Comán se repite la situación.
–Son lugares críticos. Hay una necesidad impresionante. En La Nora tengo una familia a la que considero como mis hijos. Les aparto su hígado, pan y cloro. Esto no solo se trata de ser una buena persona o de vender. La gente te cuenta su situación, también te dan 100 veces las gracias. Quizás uno no le dé importancia a un kilo de hígado, pero cómo ayuda a quien no tiene nada de comer. El año que viene no sabemos qué vendrá. Hay gente que perdió su trabajo, todo. Yo antes pensaba y decía ‘esos planeros’, mantenidos, pero hay que estar en la calle y hoy digo que con esos planes la gente pudo aguantar un poco, porque no hay laburo, andá a buscar en este momento…
Un viaje a El Sosneado
El pueblo de El Sosneado ya se había enterado por Whatsapp de que iba el Achurero. Ese día, como todos, se levantó muy temprano, se puso sus zapatillas, arregló y limpió la chata, fue al Municipio a buscar el pan y el cloro, pasó por el matadero, se le rajó el pantalón y arrancó un viaje de más de dos horas. Por más lejos que esté el lugar, hasta ahora José no ha dicho que no.
–Está raro el día –no dejaba de repetir José mientras conducía.
Avisó por radio de su posición. De repente, el cielo gris, cayeron gotas grandes, luego granizo, sopló el viento con todas sus ganas y la chata quedó limpiecita. Por la carretera a José se le hacía agua la boca solo de pensar en el sándwich de jamón crudo con pasta de aceitunas y una coca cola bien fría.
–José, ¿cómo fue tu niñez?, ¿has pasado hambre?
–Me crié muy mal. Mi familia era muy pobre. Mi mamá nos había dejado en un orfanato, después me sacó mi padrastro y viví como hasta los 8 años con él. Muy mala la vida y cosas que no quiero recordar. Como a los 10 me adoptó la familia Pastern, de El Tropezón, soy su hermano de corazón. Costó cambiar mi vida, porque ya venía golpeado, pero gracias a Dios caí en esa familia hasta los 21. Muy buenos. Siempre digo que en mi juventud cometí 20 mil errores, créeme que con los errores no se puede hacer nada, pero sí te puedo asegurar que si querés cambiar, estás a tiempo. Elegí cambiar, me costó, y hoy tengo una bella familia.
En la delegación de El Sosneado lo esperaba la delegada, más conocida como “la Chana”, una mujer fuerte, que se pone a disposición y que no alardea del cargo. Cuando el Achurero estacionó la chata, ella puso manos a la obra: sacó una mesa y se colocó unos guantes para entregar el pan y el cloro.
De a poco iba llegando la gente, José conversaba, les sacaba una sonrisa, ellos se llevaban su hígado, pan y cloro, y también mondongo, parrillada, milanesas, lengua, chinchulines y más. Así hasta las 6 de la tarde. En el camino entró en un paraje a ver si compraba chivo. No les quedaba pero José aprovechó y les dejó el hígado, el pan y el cloro.
–Justamente nos habíamos quedado sin pan –decían tres mujeres. A ellas además les preocupaba “el bicho”. –Ojalá el viento se lo lleve y no vuelva nunca más.
–Miren, en estos casi nueve meses que llevo recorriendo San Rafael no nos hemos enfermado de Covid, será que a Dios le gusta lo que hago, me ha cuidado, no encuentro otra explicación.
De regreso sonó por el parlante: “El centro de parrilladas está en su barrio”, algo de cuarteto y “Brother Louie, Louie, Louie” como tres veces. Ahí iba el Achurero al volante sin perder la motivación, con las defensas altas, esperando regresar a la Feria Franca, recordando cada rostro, hablando de una nominación que le hicieron al Premio Solidario por el portal http://www.serargentino.com.ar, con sus supersticiones y compartiendo el sándwich de jamón crudo. Es su forma de hablarle a la vida.