Por Bautista Franco
Hace 132 años nacía en La Habana un genio sin precedentes en la historia del ajedrez. José Raúl Capablanca veía jugar a su padre y sus amigos y a los 4 años de edad se reía y corregía los malos movimientos de esos pésimos jugadores.
En 1901, con solo 13 años, enfrentó al campeón nacional cubano Juan Corzo, al que derrotó con un impresionante nivel que nadie sabía de dónde había obtenido. Capablanca enfilaba a ser rápidamente un fenómeno mundial y tras viajar a Estados Unidos, supuestamente a estudiar, venció al gran Emanuel Lasker, quien tomó la mano del campeón diciendo: “Es notable, joven, usted no ha cometido errores”. Era notable porque el cubano no gozaba de un entrenamiento ni una formación estricta en el tema, era un iluminado.
En 1909 logró jugar un gran torneo internacional en España, que ganó, y allí se enfrentó a Nimzowitsch en un “duelo” de partidas rápidas en donde triunfó ampliamente y obtuvo una fama de genialidad y rapidez que supo conservar hasta su muerte.
Fue condecorado en 1914 con el título de Gran Maestro (GM) por el Zar Nicolás II junto a cinco figuras mundiales: el alemán y judío Emanuel Lasker; el adinerado ruso Alexander Alekhine, que supo escribir luego contra Lasker; Siegbert Tarrasch, padre de la defensa Tarrash; y Frank Marshall, combinador sagaz. El título de GM se mantiene hasta la actualidad y es encabezado hoy, en amplia diferencia, por el noruego Magnus Carlsen.
Una de las características de Capablanca y que lo hacen merecedor de su mención en la historia es que era un jugador absolutamente nato. Sus aperturas, es decir, las primeras jugadas, no eran precisamente de gran calidad, pero en cuanto avanzaba el juego era capaz de demostrar un talento que no se encontraba en los libros. Muchas de sus jugadas son estudiadas en la actualidad para ilustrar a los estudiantes con elementos teóricos, como por ejemplo, la simplificación: Capablanca tenía una extraordinaria capacidad para simplificar el juego y dejar en el tablero solo las piezas que servían para ganar, una premisa que se mantiene hasta hoy y es palabra santa para los aficionados.
El 1920 Emmanuel Lasker, entonces campeón mundial, renunció a su título en favor de Capablanca, quien lo ostentó hasta 1927, cuando se enfrentó con Alekhine en Buenos Aires y perdió en uno de los enfrentamientos más largos de los que se ha tenido registro: 34 partidas, de las cuales 25 fueron tablas (empate), y el ruso ganó con 3 puntos de diferencia. Sucede aquí una anécdota relatada luego por un espectador: tras la suspensión de una de las partidas (en ese entonces, cuando una partida superaba las cinco horas de juego se podía aplazar hasta el día siguiente), los grandes maestros se retiraron a sus aposentos, donde generalmente estudiaban con sus equipos todas las variantes posibles para ganar al continuar. Pero, a diferencia del ruso, Capablanca se fue de parranda a un hipódromo y volvió al día siguiente con la sorpresa de que su contrincante, que había analizado la partida toda la noche, le espetó que ganaba en todas las variantes. Ante la particular situación, se le permitió al maestro cubano que analizara unos minutos la posición en una habitación contigua para luego dar comienzo a la partida. Luego de unos minutos, se continuó la partida y el joven cubano logró hacer tablas. Al firmar el empate, Alekhine exclamó: «¡Analicé 101 variantes y ganaba en todas ellas!», ante lo cual el cubano respondió: «Se le olvidó la 102, maestro».
Hoy en día Cuba cuenta con 27 jugadores que ostentan el título de Gran Maestro de ajedrez y es el país con más “normas” GM en toda Latinoamérica. Solo se le acerca Argentina con 23 jugadores en la lista.
Capablanca, que era uno en millones, estaría orgulloso del renacer del juego ciencia.
“Puedo adivinar en un momento lo que se oculta detrás de las posiciones y qué es lo que puede ocurrir o lo que va a ocurrir. Otros maestros tienen que hacer análisis para obtener algunos resultados, mientras a mí me bastan unos instantes”