Por Humberto Márquez
Nada como una revista hecha en Argentina para recrear estas historias que hemos venido armando con Julietnys Rodríguez, quien ilustra con tanto tino estos tangos que se hicieron libro en Venezuela y ahora buscan con afecto el lugar de sus orígenes. Una manera hermosa de fortalecer esos lazos indestructibles entre el Sur y El Caribe. Brindemos por eso.
Buscando esas letras que puedan conmover a una mujer amada jurungaba “Quiero verte una vez más”, de José María Contursi, alias Katunga. Al fragor de la indagada, me encuentro con su vida sentimental, tan parecida a cualquiera de nosotros en el Caribe. Como a muchos nos solía suceder, se enamoró de una muchacha que le inspiró el tango “Gricel”; en realidad, Susana Gricel Viganó, a quien dedicó tangos como “Cristal”, “En esta tarde gris”, “Si de mí te has olvidado”, “Quiero verte una vez más”, “Cada vez que me recuerdes”, “Vieja amiga”, “Bajo un cielo de estrellas”, “Garras”, “Tabaco”, “Tú” y “Y la perdí”, que relatan la misma historia —que Manuel Adet adereza con sus comentarios— contemplada desde diversos puntos de vista. “A la lista muy bien podría agregase ‘Sombras nada más’, un tango que fue expropiado por el bolero”.
Cuenta Manuel Adet que “la responsable de la relación con Gricel —se decía en broma— fue Nelly Omar. Para 1935, Gricel era apenas una adolescente que vivía en Capilla del Monte, sierras de Córdoba, y viajó invitada por Nelly a Buenos Aires. Allí conoció al amor de su vida. Fue en un programa de radio o en un bar. Contursi, para entonces, sumaba al prestigio de su apellido el encanto de su inteligencia y la seducción de su estampa. Según dijera la propia Nelly Omar, Katunga era considerado uno de los hombres más lindos de Buenos Aires”.
En el artículo “José María Contursi, ‘Gricel’ y sus amores de larga duración”, Manuel Adet echa el cuento completo… y dejo constancia temprana que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. “Dicen los que saben que la relación entre Katunga y Gricel fue un amor al vuelo o a primera vista”. Contursi se ganaba la vida escribiendo en los diarios críticas arte y crónicas de carreras de caballo, una de sus debilidades principales. Más adelante, y gracias al favor de un amigo, entra a trabajar en el Ministerio de Agricultura.
Manuel sigue perfilando tan bello e inmenso amor: “Después de ese primer encuentro, Gricel regresó a Córdoba y todo pareció quedar en un inocente amor de verano, de esos que ocurren en ciertas ocasiones y luego el tiempo los deshilacha en el olvido. Además, había un serio inconveniente para avanzar más allá: Contursi estaba casado y era uno de esos que les dice a todas las mujeres que se va a separar, pero siempre encuentra una excusa para no hacerlo”.
No terminaban allí los problemas. Como a su padre, además de gustarle la noche, las mujeres y ser un hincha de San Lorenzo, le gustaban los burros y el naipe. Con esos atributos ninguna niña provinciana bien criada podía, o debía, hacerse ilusiones. Sin embargo, la historia, que parecía haber llegado a su fin en 1935, recién comenzaba. Una enfermedad de los intestinos fue el pretexto para continuar lo que en Buenos Aires quedó inconcluso. Contursi viajó a Capilla del Monte y allí no solo recuperó la salud, sino el amor de su vida.
De esa relación, signada por la contrariedad, nació el tango “Gricel”, pero también varios dedicados a ella. Él decía que “Gricel” fue su mejor poema, pero ya se sabe que los creadores no siempre son los mejores jueces de su obra. “Gricel” es un buen tango, pero Contursi escribió cosas mejores: “Cada vez que me recuerdes”, “Quiero verte una vez más” o “Como dos extraños” tienen momentos poéticos mucho más logrados. ¡Gracias, Manuel!
Ustedes me van a perdonar, pero esta historia de amor me atrapó gracias a Manuel Adet, de la web El Litoral, y calza todos los puntos para una serie de Netflix. “De todos modos, las dificultades persistieron. Contursi era encantador, brillante, pero era casado…”.
Sin embargo —acotando al cronista—, habría que decir que la historia del tango no se ajusta exactamente a la realidad. “Dice Contursi: Tu ilusión fue de cristal, se rompió cuando partí, pues nunca, nunca más volví. ¡Qué amarga fue tu pena!… En la vida real todo fue más o menos complicado, pero no igual. Contursi volvió y volvió, pero nunca pudo dejar a su primera mujer”. No quisiera especular, pero pudiera ser que el cronista no advierte que, de ser eso cierto, que no pudo dejar a su esposa Alina Zárate, no se habría ido solo a la sierra cordobesa a temperar sus dolencias intestinales, ¡y mucho menos que Alina lo habría dejado ir solo! ¿Será verdad que la costumbre es más fuerte que el amor? ¡Se han dado casos!
Entre aquellos ires y venires de aquel hermoso amor, del viejo bardo y la bella muchacha, las cartas de amor iban y venían hasta que Gricel puso el drama de lado y no hubo concurso de belleza que no ganara. “Comenzó a frecuentar los bailes del hotel Victoria, donde se disputaban el privilegio de bailar con ella. Hasta que un día, en la clásica Confitería del Plata, de Córdoba, conoció a Jorge Camba, se casó y tuvieron una hija, pero por ‘puto’, también, todo se derrumbó”.
Y como nunca falta un celestino en toda historia de amor, un día llegó el bandoneonista cordobés Ciriaco Ortiz con la noticia de que Contursi había enviudado y estaba perdido en el alcohol en la confitería El Molino. Y allá lo fue a buscar Gricel para decirle: “Nos volvemos a Córdoba, pero el whisky se queda en Buenos Aires”. Ya era un poco tarde: se casaron en 1967 y él murió el 11 de mayo de 1972, a los 61 años. De las versiones que me encantan: la de Roberto “el Polaco” Goyeneche, las de “el Pichuco” Aníbal Troilo y la de los roqueros Spinetta y Fito Páez.