Por Eliana Soza Martínez
Roberto Almendáriz, sociólogo y minificcionista ecuatoriano, tiene una amplia experiencia en el ámbito público de su país y pudo constatar que en muchas de nuestras naciones “la vorágine de torpezas y malas decisiones que toman quienes están en el poder afectan hasta al último conserje y a su familia”. Algunas de estas situaciones las ha plasmado y plasmará a través de su verdadera pasión, la escritura de minificciones, cuentos y novelas.
Bastante autocrítico al momento de la revisión de sus textos, comenta que “solo cuando ha pasado mucha agua bajo el río vuelve a sus textos y ve que se hayan alienado a él en tanto autor”.
En su experiencia como parte del colectivo internacional Minificcionistas Pandémicos asegura que “tener tiempo para la escritura y conocer gente tan bacana de otros países no tiene precio”.
Su incursión en la política de su país también está relacionada con las artes, ya que trabaja en una propuesta orientada a “sumar un enfoque que permita el desarrollo de las industrias creativas en Ecuador”. Mientras llega a esa posición, la literatura es en lo que se concentra, pues tiene varios proyectos de novela y un libro de minificción que siguen en proceso de revisión.
–Estudiaste Sociología y trabajaste durante varios años en el sector público de tu país. ¿En esa experiencia te encontraste con historias que merecían ser contadas?
–Sí, la verdad encontré muchas, que espero me sirvan para desarrollar una novela de corte distópico. Mientras trabajaba en el servicio público fui a dar con la Navaja de Hanlon, que en su versión simple reza: «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez…». Toda la vorágine de torpezas y malas decisiones que toman quienes están en el poder afectan hasta al último conserje y a su familia, no solo en lo económico, sino principalmente en su humor, en las expectativas que tienen de la vida. Allí hay demasiadas historias que contar y que se cruzan unas con otras de maneras insospechadas, además.
–Eres bastante crítico y autocrítico. ¿Cómo es tu proceso de revisión de los textos que escribes?, ¿cuándo sabes que terminaste?
–Dejo madurar mis textos por meses (años, a veces) y no tengo miedo de compartirlos. Asisto regularmente a talleres de escritura creativa con creadores reconocidos en mi país (Huilo Ruales, Andrés Cadena, Juan Carlos Cucalón, Santiago Peña, Cesar Chávez) y les presento los textos que sé que aún no están listos. Solo cuando ha pasado mucha agua bajo el río y vuelvo a mis textos y veo que se han alienado de mí en tanto autor, es decir, que los puedo leer como si alguien más los hubiese escrito, siento que algo he logrado (y me temo que sea muy poco).
–¿Cómo ha influido en tu proceso de escritura el trabajo en el Instituto de Cine y Artes de Ecuador?
–Muchísimo, porque he podido ojear obras fílmicas que vieron la luz sin haber estado maduras; obras que nacieron mal porque su guion era defectuoso… guion que no se releyó ni se sometió al ojo crítico de otros creadores.
–Tienes entre manos varios proyectos, no solo de minificción, sino también de novela. ¿Cómo manejas el proceso creativo de diferentes géneros?
–Cuento y minificción nacen de una imagen onírica, de un sueño, de una impresión, de una ensoñación. Apenas la tengo, la garabateo. Una novela es diferente, exige un esquema mínimo, un esquema por cada capítulo o sección. En mi caso, las novelas en las que estoy trabajando (y que no sé si verán la luz) nacieron como cuentos, pero a medida que los escribía fueron expandiéndose de maneras que nunca sospeché. Cuando tuve la historia a grandes rasgos, desarrollé unos esquemas e incluso investigué los temas que topaba para darle mayor verosimilitud a la narración.
–¿Cómo llegaste a formar parte del colectivo Minificcionistas Pandémicos y cuál ha sido tu experiencia en estos meses?
–Gracias a un amigo común que tengo con la chilenísima Patricia Rivas. La experiencia ha sido increíble: en medio de tantos problemas que he tenido en este año, reconectarme, tener tiempo para la escritura y conocer gente tan bacana de otros países no tiene precio.
–Estás presentando tu candidatura a la Asamblea Nacional del Ecuador. Si ganas, ¿qué proyectos impulsarías en el ámbito de las artes en general y de la literatura en particular?
–Mi propuesta se centra en las reformas a la Ley Orgánica de Cultura y a la Ley Orgánica de Comunicación. En lo referente a Cultura, planteo sumar un enfoque que permita el desarrollo de las industrias creativas en mi país, además de facilidades para la inversión en el sector por parte de actores privados y empresarios nacionales e internacionales. La Ley Orgánica de Comunicación debería hacerse eco de la legislación en cultura y deshacerse de todas las disposiciones antitécnicas (sobre asuntos como la producción de publicidad y la asignación de frecuencias) y que vulneren la libertad de expresión.