Por David Cepero
Lic. en Ciencia Política y Administración Pública
La casa de la política
La casa o lugar de la política es la construcción del bien común, lo cual requiere transformar realidades y por ende superar resistencias que se explican en el sostenimiento de algún privilegio. Pensemos en procesos de reformas como la ley del voto femenino en la Argentina. Ahí la resistencia vino de un grupo que planteaba que la mujer tenía un rol muy importante en sostener la crianza, “los afectos”, el hogar, por ende, no debía inmiscuirse en la “cosa pública”. ¿En dónde estaba la resistencia en realidad? En sostener en un grupo de varones el privilegio de intervenir y decidir los destinos de la cosa común. La resistencia era un privilegio propio de la cultura machista.
Lo que aparece en común en todo avance hacia el bien común es la resistencia de una minoría (poderosa) por no perder un privilegio. Lo escribo de otra manera: la existencia de privilegios en una comunidad es la expresión del camino de bien común que resta transitar.
Aclarado que todo proceso de transformación genera resistencias, tensiones y conflictos, decimos que la manera de resolverlos en una democracia es a través de la política, y también decimos que cuando no hay política, o se la suprime, aparece la violencia, y ahí desaparece la democracia. Pensemos en el golpe del 76 en la Argentina. La política supone formas y modos reglados en una Constitución, supone que de forma institucional y democrática se resuelven los conflictos.
La política en el sentido común
Hanna Arendt afirma que “Misión y fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio”. Si decimos que la política asegura la vida humana, estamos diciendo que pocas cosas pueden ser más importantes para la humanidad. Pero en “la casa” hay voces que dicen que está prohibido mencionarla y finalmente no se la menciona. Hay otros/as que le adjudican todos los males existentes (y por existir) y ello es asumido como verdad por una parte importante. Podríamos coincidir que en el sentido común, la política tiene cierta connotación negativa.
Pero si es tan importante para la existencia misma de la humanidad (lo podríamos ver claramente en estos tiempos de pandemia), ¿qué ocurre entonces en el sentido común? Lo primero que decimos es que el sentido común es una construcción, no es un reflejo de la realidad, no es su espejo; es una construcción intencional sobre la realidad que expresa “una” verdad posible dentro de muchas. En su construcción, de largo plazo, intervienen infinidad de instituciones, actores sociales, medios de comunicación y hoy fuertemente las redes sociales. Con esto también decimos que no todos/as influimos de igual manera en la construcción del sentido común: algunos tienen más poder que otros.
Y dejo la pregunta en la casa: ¿quiénes tienen hoy mayor influencia en la construcción del sentido común y qué relación tienen con la política y el bien común?
La renovación política: la emergencia de un nuevo concepto de “dirigente”
La dirigencia política tiene su peso en la construcción del sentido común, pero es claramente mucho menor que otros. En línea con lo que venimos reflexionando en esta columna que llamamos La Casa Común, pensamos que la política es la herramienta fundamental para impulsar nuevas utopías, para rediseñar el Estado y para fomentar una nuevo ejercicio de ciudadanía. El desafío de la política es tan inmenso como la complejidad que se evidencia en nuestras realidades, potenciadas por la pandemia de COVID-19. Tal es el desafío que tenemos que renovar la política. Ya no son efectivos como antes los modos, las formas, los discursos y las prácticas propias de la modernidad, y esto es así porque al mundo le sucedió y le sucede una revolución (las TIC) que configuró de otras maneras todo, incluidas las problemáticas sociales y, sobre todo, las desigualdades, pero también la formación de las subjetividades (el sentido común).
La renovación es actualización, porque la historia es clave y no se niega, al contrario, de ahí partimos. La renovación también es situada, localizada, heterogénea, federal, multifacética, pero sobre todo debe ser el resultado de un proceso de interacción permanente con ciudadanos y ciudadanas que en general no están en las mesas que definen la agenda del Estado: estamos hablando de una ciudadanía que casi nunca, por casi ningún lado, participa de la definición de algún asunto público, una ciudadanía que tiene “su ejercicio” apagado, o a lo sumo en modo pausa.
El punto central de la renovación no es lo etario, que también es; el punto central está en la noción misma de “dirigentes”: ya no funciona (ni se espera) aquel que trae una verdad o una certeza y nos invita a recorrerla: no es dirigente hoy aquel que “trae”, sino aquel que construye “con”. Y la manera de hacerlo viene dada por la práctica y ejercicio de la “escucha” de los y las nunca convocados/as a la mesa de la cosa pública. La escucha que planteamos acá no es una foto, una reunión, una mesa de trabajo; es eso y mucho más, es redefinir el perfil de los y las dirigentes, al punto de llamarlos/as “los y las dirigentes de la escucha” creando “la política de la escucha”.
La Democracia, impactada por la última revolución mencionada, llama de modo urgente a que se incorporen en su devenir a los y las ausentes (aquella ciudadanía con su ejercicio en pausa) y para ello la política de la escucha podría tener un rol clave.