Por JP Carballo
Profesor de Lengua y Literatura
Cuenta la anécdota que Diógenes, el filósofo cínico, estaba panza arriba, al lado del tonel en el que vivía, y el soberbio Alejandro Magno, conquistador de Grecia, atraído por su fama, se puso delante de él y le dijo: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y Diógenes le contestó: «Que te corras, porque me estás tapando el sol».
Para los filósofos cínicos, la virtud y los valores eran un mito: todos los seres humanos son unos miserables y no se les debe respeto. Esto puede llevarnos a pensar que Marcelo Torrez es un cínico. Su forma de ensuciar la educación (el único ámbito en que el capitalismo se permite depositar alguna esperanza de mejorar el mundo) conduce a una visión de la realidad donde todo es escoria, lucro, ventaja, egoísmo. Los maestros, que deberían enseñar valores, son unos vagos que quieren plata de arriba.
Pero el caso es que el cínico no se presenta como adalid de los valores. Al contrario, repudia la hipocresía y públicamente provoca porque él mismo no tiene nada que perder. No se propone como modelo de nada, es un linyera, come las sobras, es la imagen misma del desprendimiento material y la autonomía, no tiene patrón, es capaz de decirle a Alejandro Magno que no le tape el sol. En cambio, cuando las corporaciones y el Gobierno se paran frente a Marcelo Torrez y le ofrecen su protección a cambio de su servicio, él se arrastra, se acurruca a la sombra de los poderosos, se convierte en cortesano, se viste de gala para salir en televisión, escupe a los que desafían la bendita mano que le da de comer, lo viste y lo perfuma. Así que Marcelo Torrez será un hipócrita, un miserable, un alcahuete del poder económico, un operador mediático, un gangoso, un cobarde y un farabute, pero no es un cínico. Para eso le falta integridad.