Por Carolina Elwart
Brisa va a la secundaria, ese espacio que se llena entre la infancia y lo que llaman adultez, ese espacio que además de ser una edad, se ha vuelto un estado de ánimo, una exigencia del mercado para hacer lo que sea, y también una edad en la que parece que la pausa está puesta para lo que vendrá.
Nos cuenta que la escritura es su amiga desde muy pequeña, que nunca la ha abandonado. Leo a Brisa y pienso en la necesidad de quitarle la pausa impuesta a la juventud. No se «harán», en una conjugación de un tiempo verbal: «hacen», leen, escriben, se cuestionan, preguntan, se vuelven a leer para volverse a escribir ya no en sus singularidades sino en la potencia de un verbo en presente y con la persona en plural.
Abandono
Te alejaste, te marchaste de mí. Omití las palabras que te pude llegar a decir.
El silencio habló en mi lugar, mientras que te alejabas cada vez más.
Dejé de creer en ti, y en los demás.
Porque después de tantas pérdidas no me permití sentir algo más.
¿Por qué dejar entrar a alguien? Si después se va. Deja el vacío y uno sufre sin parar.
Se supera sin dejar de deambular, se saltan los obstáculos sin mirar atrás, es la frase típica pero la pura realidad.
Si es necesario corre, para que no te puedan alcanzar.
Enciérrate en una cueva, vence a la naturaleza de la soledad. Porque al final no estás tan solo, si estás con vos y nada más.
No estás tan solo, si el sol proyecta tu sombra.
No estás tan solo, si oyes los pájaros cantar.
No estás tan solo, no, no lo estás.
Pero ¿por qué te permites amar? Si en verdad allí sentirás la verdadera soledad. Cuando crees que no estás tan solo, pero en realidad lo estás.