Rocky: un héroe de la clase obrera (que vota a la derecha)

Por Mariano Dubin

Rocky I es una película perfecta. El cine clásico está ahí: Capra, Huston, Kazan, Ford. Inclusive podría constituirse un díptico perfecto con Fat City. Chaplin y Capra, entre otros, le escribieron admirados por algunos de sus giros y escenas. Que no haya sido el director de la primera Rocky no impide reconocer que Rocky es un alter ego de Stallone. Los créditos, entonces, son de él.

De la serie Rocky está casi todo escrito. Señalemos pocas cosas. De Frank Capra, por ejemplo, se ha trazado un paralelismo con su clásico It’s a wonderful life. Hubo críticos que, inclusive, relacionaron Rocky con ese detestable tópico que el peor cine de Hollywood ha reproducido hasta el hartazgo (tanto que confundimos la noción de Hollywood que nos ha dado los grandes clásicos con estos pasatiempos que suelen hacernos ver en los viajes de larga distancia en los colectivos): rags to riches. La historia de esos personajes pobres, patéticos, feos, abúlicos, que se convierten por arte de magia en ricos. El discreto encanto del capitalismo: la redención por el dinero.

Rocky, digámoslo rápido, es otra cosa. Y sugiero ver de un saque las primeras cinco películas de la saga (sí, inclusive la inmunda propaganda imperialista de Rocky IV) porque en esa serie interrumpida podemos ver los dos grandes logros de Sylvester Stallone. Digamos: lo memorable de esta saga.

La primera cifra es semita. O si se quiere judeocristiana. Es una historia de redención. Que no haya  dudas: toda la serie comienza con la imagen de Jesús. Rocky V lo explicita: no hay redención sin comunidad, sin volver al origen. Todos esos personajes que vimos ahogados en alcohol y tristeza en los bares, fumando solos en la calle, deambulando por calles perdidas son Rocky. Volver al barrio no es una opción, es un mandato trascendental. Inclusive en contra de lo que se sienta o se piense. Digámoslo otra vez: no hay redención sin comunidad.

Hay una segunda cifra de Rocky que me interesa en particular. Y es en la que me voy a detener para hablar de bueyes perdidos: qué podríamos ver políticamente de Rocky. En principio, diría que Rocky I capta muy rápido la estructura de sentir del obrero postindustrial. Algunos podrán llamarlo los white trash. Pero es otra cosa. Es la vida del obrero lumpen, del cazador recolector de su mango diario. Stallone lo personifica perfecto. Es el obrero perdido en la ciudad moderna: buscando el orden, deambulando por todos lados. Sí, es el mismo obrero cantado por Discépolo en Cambalache o, antes, en Yira-Yira. Pero en una crisis más duradera, mas estructural, más despiadada que la del crack del 29. Porque es la vida del obrero sin comunidad, sin clase. Donde sólo tiene una última institución para sujetarse que comienza a destruirse: la familia. Una película que debería ser de “lectura obligatoria” a una izquierda más preocupada por su “valores progresistas” que por los obreros reales y sus luchas concretas.

La locación, en este caso, es perfecta: Philadelphia. Donde se redactó la Constitución de los Estados Unidos y la Declaración de Independencia. Y hoy parte del llamado Rust Belt. El cinturón de óxido donde proliferan las ciudades y pueblos de obreros sin fábrica, sin trabajo, sin futuro. Lugar clave en el año 2016 para el triunfo de Donald Trump. Porque la derecha ha podido leer más inteligente, más salvaje, más temeraria, esa violencia radical de la vida en las periferias contemporáneas.

Las Rocky hay que verlas una y mil veces: ahí está el mito proletario. Pero también está ahí la confusión ideológica. Me permito en medio de una nota de cine, una fuga ideológica: necesitamos, otra vez, una izquierda con obreros. Digamos: una izquierda que pueda ver Rocky y pueda emocionarse.

Recuerdo que Spike Lee decía que en su clásico Do The Right Thing, luego del cine, los espectadores blancos terminaban preocupados por la propiedad privada y los espectadores negros sufriendo con el destino de uno de los protagonistas. Volver a reponer esa sensibilidad proletaria: una izquierda que sienta con el trabajador. Que sienta y pueda entender el levantate de Mickey a Rocky. ¡Levantate! Pero lamentablemente tenemos una izquierda que nunca se cayó. Que ve los golpes a Rocky desde la platea y dice: qué espectáculo desagradable.

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