Por Camilo F. Cacho
Hablar de la trayectoria de la mexicana Angélica Santa Olaya podría llevarnos un día entero, porque además de ser licenciada en Periodismo y Comunicación Colectiva, maestra en Historia y Etnohistoria, egresada de la Escuela de Escritores de México, trabajar en radio y televisión, haber participado en 61 antologías y publicado varios libros de su autoría, esta escritora además es una ferviente defensora de los derechos de la mujer y ella misma nos cuenta que a los 11 años sufrió un intento de violación y secuestro del que pudo zafar por su fuerte carácter y que luego sufrió casi todas las violencias de género. Por eso cree que “la literatura debe tocar las cosas que están mal en el mundo”.
Además, su obra ha sido traducida a varios idiomas: “Saber que eres leído, incluso, en una lengua que no es la propia es como saber que tu comida le ha gustado no solo a tu familia sino también al vecino”.
–Los que conocemos tu trayectoria, sabemos que sos una ferviente luchadora por la igualdad y los derechos de la mujer. ¿Qué opinás del movimiento feminista en América Latina? ¿Cómo creés que desde la literatura se puede aportar algo para visibilizar y darle mayor fuerza a este movimiento?
–El movimiento feminista es un proceso imparable. Milenios de dominación patriarcal no pueden perpetuarse más. Aun cuando en la historia antigua hubo mujeres que desafiaron el statu quo, fue apenas hace casi dos siglos que las mujeres tomaron una conciencia más clara de la lucha por sus derechos. A esto ha contribuido la ola de femicidios en todo el mundo. Pareciera que la idea de que la mujer es un objeto usable y desechable por algunos hombres despiadados se ha esparcido de manera escandalosa debido, también, a la impunidad rampante que reina en muchos lugares y que tiene su origen en gobiernos corruptos con ideologías machistas que protegen a criminales porque ellos mismos son, también, criminales. El crecimiento de la violencia contra las mujeres, no solo adultas sino también niñas y niños de edades impensables, ha propiciado que el movimiento feminista se empodere y se haga visible en acción y expresión de manera cada vez más contundente y rotunda. Es una consecuencia lógica ante el estado de las cosas en el mundo.
Desde este punto de vista, para mí es un compromiso personal y social visibilizar esta violencia que sufrimos las mujeres desde pequeñas. Yo sufrí un intento de violación y otro de secuestro a los 11 años, de los cuales salí ilesa gracias a mi carácter fuerte, que me hizo defenderme con uñas y dientes. Desde entonces, he sufrido casi todas las formas de violencia de género. Sería una incongruencia no atacar esta situación desde mi literatura. No es que solo me dedique a eso cuando escribo, pero, junto a otras injusticias sociales, es un deber para mí poner, ahí también, la letra en la llaga. La literatura tiene que tocar, también, las cosas que están mal en el mundo. Para seguir soñando e imaginando hay que señalar las garras que se tragan los sueños de la gente.
–Estuviste viviendo algunos años en los Emiratos Árabes. ¿Qué experiencia te quedó de aquellos años en medio de una cultura tan diferente a la mexicana?
–Fue muy difícil para mí. La enseñanza más grande que obtuve durante esos años es que, si vas a llorar, mejor es llorar en tu tierra. Es decir, me di cuenta de que en todos lados hay problemas y obstáculos, pero que no hay como pelearte y luchar en tu idioma y con tu gente. Sin embargo, a veces la vida nos lleva a caminos impensados y hay que hacer frente. Aprendí a amar a mi país y a mi continente tres veces más de lo que ya los amaba. Estuve seis años y hasta el cuarto logré visibilizar mis letras gracias a la ayuda de dos poetas árabes, uno egipcio y uno iraquí, Ahmad Yamani y Muhsin Al Ramli, queridos amigos que me empujaron y ayudaron a ello. En todas partes hay ángeles. Estando allá publiqué en España, a instancias de ellos, mi libro bilingüe español-árabe “69 Haikus”, que fue nutrido por el paisaje, la comida y algunas experiencias allá vividas, y que fue presentado en la embajada mexicana y en la Casa de los Escritores de Abu Dhabi con gran éxito, convirtiéndose en el primer libro de literatura mexicana presentado en UAE. Esa satisfacción me hace sentir que valió la pena todo. De ahí fui invitada a la Feria del Libro de Abu Dhabi para participar del primer recital representando a México, en Dubai. Son momentos que atesoro porque me costaron mucho y porque fueron atizados por el cariño de mis amigos.
Por otra parte, fue una época muy productiva, literariamente hablando, pues yo tenía necesidad de que en México no me olvidaran. Así que cada verano que visitaba mi país, traía un nuevo libro. Me dediqué a trabajar y corregir libros que tenía en proceso desde hacía tiempo. Además, la soledad y la falta de actividad social allá me hizo escribir más. Hay también un libro de poesía inédito que escribí durante el primer año en Emiratos. Todavía lo estoy revisando. Está, también, muy pincelado de mi tiempo allá.
–Tus letras han sido traducidas al rumano, portugués, inglés, italiano, catalán y árabe. ¿Qué sentís al pensar que en este mismo instante en algún rincón del mundo hay alguien de una lengua muy diferente a la tuya que puede estar conmoviéndose con algo de lo que escribiste? ¿Creés que esto le ha dado sentido a tu camino como escritora?
–Es una sensación muy hermosa. ¿Qué queremos los escritores sino que nos lean? Y saber que eres leído, incluso, en una lengua que no es la propia es como saber que tu comida le ha gustado no solo a tu familia sino también al vecino. Saber que lograste conseguir la atención de otras culturas y de otras personas allende los mares es una gran satisfacción. Umberto Eco decía que lo único que escribimos para nosotros mismos es la lista del supermercado. El sentido de la literatura se completa cuando alguien pone sus ojos en ella. Sin embargo, con traducciones, o sin ellas, yo seguiría escribiendo porque es lo que amo hacer.
–Alguna vez dijiste que hay que aprender a escuchar a los maestros, ¿A quién escuchó Angélica Santa Olaya para ser quien es ahora?
–A muchos escritores y escritoras que han dejado huella en mi corazón y mi inteligencia. De todos los géneros, de muchas nacionalidades. A los 11 años, Pablo Neruda me hizo desear ser poeta con su poema 20. Luego llegaron Horacio Quiroga, César Vallejo, Saúl Ibargoyen, Elena Garro, Enriqueta Ochoa, Rosario Castellanos, Juan José Arreola, Eduardo Lizalde, Augusto Monterroso, Amparo Dávila, Marosa Di Giorgio, Olga Rivero Jordán… Pero, de manera personal, debo agradecer a Dolores Castro Varela, que fue mi maestra de Retórica en la Escuela de Escritores de SOGEM y me dio valiosísimas herramientas literarias. Y a mi amado maestro, ya fallecido hace no mucho, Saúl Ibargoyen, que fue mi gurú desde 2006. No solo como escritor, sino como amigo entrañable, me dio importantes lecciones de vida y de congruencia. Por sus ojos pasaron varios de mis libros antes de publicarse. Siempre agradeceré su amor, su compañía, su mano siempre dispuesta y todas sus enseñanzas desde el último día del Diplomado de Creación Literaria SOGEM, cuando me dijo: “Te quiero el sábado en mi casa”. Comenzamos un pequeño taller que pasó a la amistad y que duró hasta inicios de 2019, cuando murió. Un gran escritor y una persona con un corazón gigante. Lo extraño mucho.
–A menudo confundimos catarsis con literatura. ¿Creés que son aspectos opuestos o en definitiva tienen algún punto en común?
–La literatura nace, a veces, de la catarsis. No siempre. Pero no debe quedarse ahí. Catarsis es cualquier cosa. Yo les digo a mis alumnos que distingan entre el vómito y el trabajo. Es un craso error publicar lo primero que nos sale. O creer que eso es ya lo publicable. Si eres ya un maestro tal vez lo consigas, pero generalmente es necesaria la revisión, la autocrítica, el trabajo, la corrección. Precisamente he leído a grandes maestros decir que sus libros han tenido años de cocimiento. Hay que saber qué es la literatura para no confundirse. No todo lo publicado es literatura. Hay que recordar que la literatura es una de las bellas artes. Y muchas veces eso se olvida o se ignora. Intentar ser escritor es una responsabilidad muy grande. Para uno, como posible escritor, para la literatura de tu país, para la literatura misma. Para hacer tacos debes saber qué ingredientes llevan los tacos, cómo debes cocinar y disponer los ingredientes. La comparación puede parecer burda, pero trato de presentarla simple. El gran avance tecnológico ha traído consigo una facilidad de difusión nunca antes vista. Eso es bueno, pero hay que ser responsables y saber que la literatura es un manjar, no un bocado cualquiera. Es un bien común y podemos saborearlo como lectores o como escritores, pero hay que comprometerse y trabajar. Saber tirar a la basura lo que no sirve y seguir intentando. La literatura es una cosa de necedad y compromiso.
–Un mensaje a aquellos que están comenzando a escribir, algo que los impulse a seguir por el apasionante camino de las letras…
–Si verdaderamente desean, desde lo profundo de su corazón, intentar ser escritores, comprométanse, responsabilícense, lean mucho, sobre todo a los maestros, trabajen, autocritíquense, no sean complacientes consigo mismos. Si no saben, investiguen. Si no conocen, busquen, pregunten. Y sean fuertes para no desistir. La literatura puede ser, si eres un hijo de vecino, una carrera de resistencia. Cuando comencé el diplomado en Creación Literaria, que duró dos años, éramos casi setenta alumnos. Al mes había la mitad. Al siguiente semestre veinte. En el tercero dieciocho. En el cuarto doce. Recibimos el certificado de estudios ocho. Hoy en día, solo dos personas estamos publicando. Lectura, escritura, compromiso y mucho trabajo de revisión y corrección. Terquedad.