Por David Cepero
Lic. en Ciencia Política y Administración Pública
El horizonte colectivo
En nuestra primera entrega, en este espacio de reflexión que llamamos “La Casa Común”, pretendimos decir algo, incompleto claro, sobre la necesidad de pensar, crear, imaginar o desear nuevas utopías. Para poder pasar de una especie de pandemonio actual, a un pandeluz, dijimos que es necesaria la utopía. Dicho sin metáforas, para salir del mundo actual, con tendencias distópicas, marcado por altos niveles de violencia y desigualdades, agravados por la llegada de la pandemia Covid-19, y entrar en un nuevo mundo, que imaginamos sustentable, más justo, vivible dignamente por la humanidad y en armonía con el medio ambiente, es necesario el espacio de la utopía. Como ya la definimos, la utopía nos sirve para armar nuevos horizontes, y caminar hacia ellos, y debe ser colectiva, de amplios consensos.
El Estado en el medio
Desde que apareció la pandemia ha sido el Estado el actor central en cada país. Lo era antes, pero la pandemia vino a demostrarnos de su tremenda vigencia y de sus limitaciones también. Quienes lo piensan, y/o lo actúan, no discuten ya sobre la necesidad del estado, lo que se discute es el cómo, el para qué, de qué forma, con quién, etc.
El especialista Oscar Oszlak (uno de “los maestros” argentinos que estudiamos en Ciencia Política y Administración Pública) nos trae algunas ideas para pensar el Estado [1]: Como punto de partida, señala la relación que en toda sociedad nacional existe entre tres dimensiones claves: gobernabilidad, desarrollo sustentable y equidad distributiva. Muchos coinciden, que a mayor desarrollo, mayor distribución, por lo tanto mayor gobernabilidad. Las tres dimensiones, con sus tensiones, son resultado de la fortaleza del Estado: a mayor fortaleza, mejor administración de las tensiones entre dichas dimensiones y mayor potenciación de las mismas.
Pero el Estado la tiene brava (si me permiten la expresión) y no sólo en la argentina, sino en todo el mundo y no sólo por la pandemia. Sobre el Estado operaron (y operan) un conjunto de situaciones que lo fueron debilitando. Oszlak señala el impacto del neoliberalismo en primer lugar que sabemos es por definición, anti-estado; también nos plantea la escasez de recursos (crisis fiscal); y dos cuestiones más que son importante mirar: lo que llama deformidad: áreas que aún existen en el Estado aunque perdieron su sentido por el paso del tiempo, y áreas que son fundamentales en el presente, pero que no tienen los recursos suficientes; la otra cuestión es el cortoplacismo, que se presenta casi como la única dimensión temporal existente, lo cual explica en parte la imposibilidad de políticas de Estado o de largo plazo.
Pero el problema no termina ahí, nuestro autor nos plantea que el mundo estará cada vez más impactado por la última revolución de la digitalización, inteligencia artificial y robótica que está provocando Internet. Lo que viene de ahí, viene con lógica mercantilista, el mundo es un mercado, y la ciudadanía consumidores y por ello también sabemos, que dicha lógica es contraria al Estado y sus regulaciones. El punto estará, nos dice Oszlak, en la fortaleza del Estado para anticiparse y enfrentar las consecuencias negativas de dicha revolución, y adaptar aquellas que puedan tener un impacto positivo en la siempre búsqueda del bien común.
Ciudadanía
Para pensar el Estado, y fortalecerlo de cara al futuro, es clave como sembramos nuevos horizontes, y para lograr unir Estado y utopía, es clave pensar en la ciudadanía. El problema y desafío principal creo está en cómo la ciudadanía forma parte de la definición de nuevos horizontes, cómo puede incorporarse a pensar y reflexionar sobre el rol del Estado. Y es un desafío, porque podemos afirmar que el ejercicio de ciudadanía se fue aflojando, por múltiples causas, desde décadas, incluso con preocupación podemos advertir que en algunos sectores circulan discursos anti-estado, anti-política, a-institucionalistas, no democráticos, etc.
No hay Estado fuerte, y no hay utopía, sin la ciudadanía. La convocatoria puede venir de las propias instituciones de la democracia. Pienso en las instituciones educativas, por ejemplo, que pueden convocar mucho más a sus estudiantes y docentes en la definición de caminos a transitar. Esa convocatoria puede generar “experiencias y hábitos de participación”. Cada institución del Estado puede convocar, puede abrirse mucho más a los y las ciudadanas, y generar experiencias y hábitos de participación.
La pandemia es una oportunidad notable para ello. Pensar y definir con la ciudadanía los caminos a recorrer, abordar la complejidad del momento, etc. forma parte del camino, de la construcción del nuevo Estado a parir. Muchas áreas del Estado ya lo hacen claro.
[1] En conversatorio organizado por el INAP. Abril de 2020. «El Estado después de la pandemia»