Pequeña llama bajo el hielo

Por Claudia Pussetto
Ilustración: Lorena Pussetto

Silencio. Una pequeña llama escondida en el interior del cuerpo inerte y frío. Una apatía infinita.

Por momentos quería romper ese hielo que parecía recubrirme.  Entonces sentía que en la superficie podía ser peor y las ganas se escapaban.

Alguna vez fui feliz. En algún lugar de mi mente la llama iluminaba apenas el recuerdo de manos y abrazos, de labios y risas, de ilusiones y sueños.  La evocación asomaba cuando dormía, cuando me distraía. Porque si quería pensarla se alejaba, se confundía y se borraba.

Permanecían nítidos los otros recuerdos, los de seres oscuros que insultaban, laceraban, humillaban. Alguna vez sufrí, eso estaba claro.

Una mujer viene cada día, me cambia la ropa, me sienta y me obliga a comer, me da una pastilla, me vuelve a acostar y se va. Sólo dice hola y adiós. Y yo bajo el hielo, junto a la pequeña llama.

Hasta ayer. Mientras ella me forzaba a comer, entró él. Al verlo, el terror me apretó la garganta.  El corazón latió con fuerza, la sangre fluyó violenta y se quebró el hielo. No me moví, creo que en ese momento nada delató ese flujo interior.

Él inclinó la larga vara del torso y le dijo unas palabras al oído a ella, que se levantó y salió del cuarto. Quise pedirle que no me dejara, pero mi boca pareció sellada. Él sentó esa enorme humanidad en la silla junto a mi cama. Un par de ojos fríos me miraron con curiosidad, asco y disfrute. Mi cuerpo empezó a temblar, incontrolable. La bruma de mi cerebro terminó de disiparse y el dolor se me encarnó. Cuando él me acercó una mano a la cara se me escapó un gemido.

No tengas miedo, dijo, mientras bajaba la mano. Sólo queremos que nos cuentes.

Recordé. Ellos querían que les hablara. De mi mundo, de mi especie. Querían saber si otros habían sobrevivido al ataque. Yo había visto caer destrozados a mis padres y hermanos. Me encontraron en mi escondite unas horas más tarde, cuando volvieron para saquearlo todo.  Y él les advirtió a los otros que con vida yo sería de mayor utilidad. No entendían por qué éramos tan pocos, ¿dónde estaban los demás y los tesoros que buscaban? No dije nada. No se los he dicho, a pesar de que ya lo han intentado todo para sacarme una palabra. Como respuesta yo me había encogido hacia adentro.

Él esperó un rato y después se marchó. Ella entró nerviosa, me dio la pastilla que simulé tragar y volvió a salir.

Ahora sé quién soy. Tuve la noche entera para pensar. Durante milenios nuestra especie se mantuvo pacifica en una realidad alterna. Los dejábamos evolucionar sin estorbar, después de todo, ellos no podían acceder a nuestro portal.

Pero un día lo cruzaron.

Ya sé lo que tengo que hacer. Conduciré a los humanos a la fuente que buscan, la que no podrán dominar, la que los eliminará.

Ha llegado el momento de detener tanta sinrazón, salvar a mi especie y al planeta entero.

Hoy, voy a hablar.

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