Por Yurimia Boscán
Ella, poeta de las aguas, se vale de la memoria para invocar y conjurar. Desde su poesía, armada en una particular “prosa poética”, nos advierte de esos días grises que van a repetirse eternamente. Sabe de la nostalgia interior de las fotografías, donde las voces otoñales surcan los labios silenciosos de la infancia ida, y los sueños vienen envueltos en su camisón de niebla a bañarnos las mejillas… Aun así, sus duendes insisten en lanzar señales de humo desde el sótano de la existencia, donde el tiempo viste zapatos de charol rojo y lleva un astrolabio colgado en el pecho… Ella, la poeta de agua, recoge entonces sus nenúfares; sabe ─y así lo dice─ que no hay espacios para la redención. Y como la Pizarnik, también escribe poemas…
Reminiscencia
No comas frutas verdes, te va a doler la barriga.
No pruebes frutos que no conoces, pueden ser venenosos…
Colosales locuacidades, repiqueteante austeridad,
profunda y sistemática incomodidad poblando los días grises de la niña
y de las futuras generaciones.
Por los siglos de los siglos…
Resumen
Las fotos amarillentas, colgadas en la pared de la memoria.
Allí, donde el otoño es eterno.
La infancia: ahogada para siempre en los sollozos.
Las canciones favoritas: quedaron como tema de fondo.
La única certeza: que nunca hubiera sido de izquierda.
Los libros predilectos: enmarañados entre títulos y autores
que jamás me importó recordar.
Los trasgos: olvidados en el sótano.
Lo único que existe: ese momento.
Alejandra
En memoria de Alejandra Pizarnik
El tiempo se acumuló desde la infancia triste hasta lo que quedaba de los días. Los miles de pedacitos que poblaban sus días y noches, tenían nombre y apellido, se llamaban tristeza y miedo. Pudo verlos frente a frente en la habitación cuando estaba sola. Escurrieron del techo por las paredes y fueron todos hacia ella como hormigas disciplinadas. (Hasta fue enternecedor su paso lento). Cuando la alcanzaban, hacían temblar su pequeño cuerpo, erizaba su pelo corto y abría más sus ojos alucinados. Entonces, ella buscaba la forma de escapar… Y medio paralizada, sintiendo que ya no podía más, consciente de que el dolor consumía lo que le restaba de cordura, ella escribía un poema.
Tal vez, para salvarse.
Doña Felicidad
Quería un astrolabio cuando era niña, entre otras cosas, como un par de zapatos de charol rojo y una bola de cristal. Le regalaron un caleidoscopio y un par de zapatos de charol blanco ¿La bola de cristal? La bola de cristal nunca llegó. Doña Felicidad siempre rondaba. Siempre vivió cerca… Vino a tomar el té cuando tenía dos años y dejó una muñeca que hablaba, después ya no volvió. Merodeaba, pero, ya no quiso tomar el té con la niña ni con la muñeca que hablaba.
Descripción del paisaje
Nenúfares flotando silentes en aguas salubres en la tarde amarillenta que deja inscrita la soledad en el alma.
La pálida lumbre un poco extinta. No hay una caverna para ingresar, para protegerse y salvarse. No hay un espacio para la redención. Nadie. Piedras caídas. Lo demás carece de sol en medio del tiempo amodorrado.
Márcia Batista Ramos nació en Brasil, en el Estado de Río Grande do Sul, en mayo de 1964. Es licenciada en Filosofía por la Universidad Federal de Santa María (UFSM) – RS, Brasil. Desde hace más de 25 años está residenciada en Oruro, Bolivia. Es gestora cultural, escritora y crítica literaria. Es columnista de la revista Inmediaciones, de la ciudad de La Paz; y del periódico binacional Exilio, en Puebla, México. También colabora con la Revista Dominical y el periódico La Patria, en Oruro, y aporta artículos a varias revistas culturales en diferentes países.
Su trayectoria como escritora es muy amplia y multifacética, pues ha publicado cuentos, novelas, poesía, crónicas, ensayos, crítica literaria y dramaturgia. Entre sus obras destacan las novelas La muñeca Dolly (2010) y Tengo prisa por vivir (2011), esta última de corte juvenil. Igualmente parte de su obra poética, narrativa y ensayística se encuentra recogida en diversas antologías, blogs y revistas literarias.