Ana Luisa Blanco

Por Yurimia Boscán

 

Como habitante del agua (aunque también de la niebla), Ana Luisa es una aguerrida tripulante de la canoa de la vida. Ella, chamana de mundos circulares y enamorada de la fuerza de las miradas, encontró en el pueblo warao la otra punta de su cordón umbilical, esa que la une con la oralidad y la esencia indígena.

Artesana de la belleza y la sencillez, hermana barro, agua y fuego, y los combina magistralmente en piezas que exhibe orgullosa dentro y fuera del país. Me atrevo a asegurar que, de vuelta en vuelta, ha conocido los secretos esenciales, los cuales desde su memoria ancestral activan la luz de maga que la envuelve.

Además de alfarera, artesana y narradora, Ana cocina haciendo pactos con la naturaleza, nutriendo su cuerpo-alma en una simbiosis perfecta que interconecta todos los afluentes de su Delta personal: mitad capín, mitad moriche.    

 

 

Credo de Ana Luisa Blanco

Creo en la cultura popular, en todas sus manifestaciones, como base y motor de la Historia.

Creo en el Orinoco, creador y dador de vida.

Creo en la luna colgada en el viento de Nicolás Guillén, saliendo de los labios de mi hermosa madre.

Creo en la maternidad como el evento más maravilloso de una mujer.

Creo en los chispazos de las miradas, detonantes de pasiones.

Creo en el Caliebirri Nae, árbol de todas las frutas, que conocemos como Cerro Autana.

Creo en la Gran Sabana como el paisaje más hermoso de la Tierra.

Creo que creo en Dios y creo en eso que llaman “amor para vivir”.

 

 

Ana Luisa Blanco es  antropóloga egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Es artesana, narradora oral y comerciante. Vive (o al menos eso hacía hasta la llegada del Covid-19) de las ventas de los productos elaborados en su pequeño taller de cerámica “Wanikú”, ubicado en Los Teques, Venezuela

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