Por Mayrin Moreno Macías
El taller de Pato Pinto es un lugar de ideas. Apenas se abren sus puertas, se poetiza la tarde y el resto de los días. Un caballo alado te da la bienvenida, los quijotes quieren contarte sus historias, una libélula desea abrir camino y unas mujeres muestran sus cicatrices sin perder su belleza.
–Maestro, me han hablado mucho de usted, pensé que era más… –¿Viejo? Ah, sí, me dicen así porque son amigos nomás.
Hacía buen tiempo. Los rayos solares se amontonaban por la ventana. La radio sonaba y quiso bajarle el volumen. Se sentó y con la mano izquierda tocaba su pelo.
Pato aún no se desprende de lo que sucede en su natal Chile. Antes de ver el pronóstico del tiempo en San Rafael, ya ha revisado las noticias del país vecino. Ve lo que pasa y le da bronca. “Sí, te puedes comprar un televisor, pero hay que entender que la gente lo compra a crédito. El 70% de la población está endeudada. Por ende, no hacen protestas para mejorar los salarios, porque si protestas, te despiden en dos días y en un mes, si no consigues trabajo, te empiezan a quitar todo, la casa, el auto… Es muy agresivo. Por ahí si tienes la suerte de pegar en un buen trabajo, sí puedes llevarlo”, dice.
Comenta que de los chilenos que conoce, que emigraron a un país con mejor calidad de vida, la mayoría no piensa en volver. “Y no estoy hablando de quienes se han ido a Europa. Los que vivimos acá entendemos que la vida no es comprarse cosas baratas. Uno empieza a valorar el tiempo, sus actividades. Más allá de que este país tenga sus altibajos, se vive diferente. A mí me pasa, a veces me dan ganas de volver, yo soy de Santiago, pero no regresaría allí, ir a Chile es como entrar en un mall gigante con nombre de país, si yo no consigo trabajo y mis hijos se enferman, no tengo dónde llevarlos, todo está arancelado, es muy violento eso”, lamenta.
Él se considera un exiliado educativo. A los 18 años subió a un bus y llegó a Mendoza para estudiar Artes Visuales en la UNCuyo. Estudiar en Chile hubiese provocado una hecatombe económica para su familia. Muy de vez en cuando habla con ellos. Una de los temas que discuten es por qué Argentina sí tiene educación gratis. “En Chile la plata está, lo que pasa es que no la quieren soltar, además lo pintan como un país al que le va muy bien. La comunicación puede dibujar cualquier cosa, hay una frase que dice de una persona que se come dos panes y la otra nada, el promedio es que cada uno coma un pan, y sí, en el dibujo tenemos el per cápita más alto, nada más que no explican que eso se lo queda el 5% de la población. Si haces el ejercicio de comparar los salarios mínimos en la región, me da gracia. Por ahí veo que acá, que se quiere instalar la minería, se escucha ‘a Chile le va bien con la minería’. Bueno, en Chile se robaron el agua gracias a la minería, el dinero no cae a ningún lado, los mineros son bastante humildes, exceptuando a aquellos que tienen cargos jerárquicos. Es fácil, si te acuerdas de los mineros que se quedaron atrapados, de cómo estaban vestidos quienes los esperaban en la superficie, automáticamente te das cuenta de que no están bien económicamente, por una cuestión visual rápido”, explica.
–Hace unas semanas se reanudó la campaña para la reforma de la Constitución. ¿Cómo ves ese proceso?
– Es un reclamo viejo. En realidad, ha estado taponeado por el Gobierno. En Chile, después de la dictadura, nos criaron para obedecer la escala de mandos en todos los ámbitos y que alguien desafiara eso era prácticamente que le cayera una lluvia de palos. Han dejado a la gente con mucho miedo, digamos, a los adultos de hoy. Desde 2008, 2010, esos jóvenes iniciaron algunas manifestaciones. Los estudiantes del secundario todavía siguen siendo la fuerza, además de los universitarios, que se empezaron a cuestionar por qué no pueden romper esa barrera de los estudios. Estando acá me di cuenta de que la intención de todo esto es segregar a la población y por un lado queda la gente que no tiene recursos, que quedará como obrero cobrando nada, con pocos elementos y todo lo que conlleva el no tener educación y hasta saber cómo reclamar. Eso fue un paquete muy bien diseñado por la dictadura.
Las casualidades de Pato
Pato siempre dibujó. Desde niño miraba una pintura en el museo y decía: “Ese tipo es un capo”. Aunque sus padres no tuvieron ninguna inclinación hacia los deportes o la pintura, él hizo todo lo contrario. Hacía deporte y dibujaba y pintaba mucho. Alguien que incidió en ese caminar fue un vecino. “Mi papá le alquilaba la casa a un señor que tenía una encuadernadora. Cuando le salían unas hojas mal cortadas, me llevaba cuadernitos para dibujar. Tenía acceso a papel ilimitado. Cuando se me acababa, me iba a su casa, le pateaba el portón porque no llegaba al timbre. Y a los saltos le gritaba a Don Bernardo que era yo. Le reciclaba los papeles. Fueron tiempos en los que dibujé mucho…”.
–¿Cómo te vinculaste con la escultura?
-En la Facultad. Fue una casualidad muy feliz. Tenía que rendir una materia de escultura y no le tenía mucho cariño al yeso, al modelado en arcilla. Sin embargo, muy cerquita de mi casa vivía Guillermo Rigattieri, un escultor de San Rafael, a quien le pedí que me enseñara a soldar, a ver si me salía algo para rendir. El flaco muy amablemente me prestó su taller, aprendí a soldar, lo observaba hasta lograr entender el proceso, soy obsesivo. Fui, rendí, me fue bien, nunca había agarrado una soldadora, una amoladora, y me gustó mucho la experiencia de construir cosas, me sentía como un niño, Guille me tuvo que aguantar un montón de días, le hice de okupa en su taller.
Otra casualidad fue que su suegro los visitó en Mendoza, y lo vio con los hierros, el montón de materiales y le preguntó si le gustaba lo que estaba haciendo. Lo vio tan entusiasmado que le regaló la primera máquina de soldar. “Todavía anda perfecta”, dice.
Luego de mudarse a San Rafael, todavía le faltaban un montón de herramientas, pero se puso a hacer. “Un amigo de mi mujer me dio un espacio en un taller. Un día el padre de los chicos de la Villa Bonita fue a pedir unos trabajos al taller y vio una escultura y dijo: ‘Che, querés exponer, vamos a inaugurar’. Junté todos los bártulos y se dio. Fue la primera muestra en escultura. Desde ahí no pinté. Vendí una obra”.
Recorrido por las piezas
En el taller reposa la primera escultura con la que aprendió a soldar y a tener un poco de volumen. Fue un regalo para su compañera Silvina, un segundo Pato con un ramito de flores. “Le dije: ‘Este soy yo te quiero mucho’”. También descansan algunos de los quijotes. El primero de ellos fue un regalo de cumpleaños para su suegro –por todo lo bien que se portó con él, dice–, quien era un fanático de los quijotes. Agarró de nuevo el libro y desarmó la idea del loco que se sale del sistema y va a enfrentarse al sistema. De ahí nació una serie. “En algunos aspectos, me decía, eso nos pasa todos los días. Empecé a tener recuerdos de distintas cosas y dije ‘voy a hacer el quijote sudamericano’. El que siguió tenía una guitarra en la espalda, luego el de La Pampa, el quijote patagónico”.
Señala otro de sus quijotes y dice: “Este fue un recuerdo de unas juntadas en el departamento de una amiga en Chile. Todos los días aparecía un linyera, con su carrito de supermercado, sus cartones, mantas, y se iba a un lugar donde se juntaba basura debajo del departamento, y el flaco aparecía a las 10 de la noche y lo esperábamos, se quedaba una o dos horas leyendo, justo se ponía a leer debajo de una farola y después me dije ‘ese es otro flaco que se salió del sistema’”.
A Pato le encanta el cuerpo, la figuración, pero sin llegar a copiarla exactamente. No hace bocetos. Dialoga con el material, lo siente. “Bueno cómo querés estar”, le pregunta. Así que decide sobre la marcha. Se plantea un juego de relaciones. “Entendí que el orden de los pasos los podemos modificar a cada momento y le podemos añadir, entendí también que ese sistema es para que salga una pieza igual que la otra, entonces empiezo a jugar con la idea del desorden, buscando una belleza especial”, dice.
Con la serie de “Mujeres” le entró todo el tema de lo que están reclamando, cómo han sido heridas, visibilizar sus cicatrices. “Dejé de contar una historia como la del quijote, más llena de elementos, y me refugié en la suavidad, en lo etéreo, menos líneas, pegué un salto plástico, la belleza no se trata de la cantidad de pavadas de las que nos rodeamos”.
–¿Esta pandemia te reafirmó en tu oficio?
–El parate cultural no es nuevo, acá hace un montón de tiempo que existe, no tenemos vías de progreso económico en San Rafael, viene complicado hace varios años, cosas que no funcionan, y creo que es a propósito, cuestiones políticas… Si yo lo pienso así es porque he pensado en capitalizar lo que hago, y sí me viene bien, obviamente, porque puedo mejorar en herramientas, en insumos y en mi vida. La primicia estaría en generar los recursos, pero la búsqueda que cargo encima no tiene que ver con eso, sé que me gustaría vender más, hacer cosas más grandes, que se valorara más, eso me permitiría estar más feliz todavía, pero la felicidad que yo veo en eso pasa por hacerlo y no por el recurso. Cuando uno decide estudiar Artes, tus viejos son los primeros que te dicen que vas a pasar hambre y hay un montón de preconceptos de eso, y debería ser al contrario, porque tiene muchos recursos para hacer bien a la gente, pero bueno, son parámetros que establece el capitalismo a la cultura, no es casualidad que la cultura sea pisada. Como ya me lo advirtieron, yo lo seguí haciendo. Estaba más feliz haciendo eso que comprándome cosas. Imagino que en algún momento alguien me lo comprará o no se venderá, yo no entiendo mucho el mundo de los músicos y los teatreros, pero me imagino que es parecido a cuando se regocijan con el aplauso de la gente, no importa si hay solo 10 personas. Obviamente si van muchos y te va bien, vas hacerlo mucho mejor y con mejores recursos. Es muy loco, pero ver la emoción de la gente porque de un pedazo de chapa salió eso, que de alguna manera movilizas cabezas, cuerpos, sin algo que no solo fue un intercambio económico, ¡guau! Tiene que ver con la sensibilidad y se te vuelve un vicio. Eres el dueño del ingrediente x y si tengo que hacer una reja para llevar el sostén a mi casa, lo hago, y si voy a hacer la reja, la voy a tratar de modificar porque mis ganas tienen la búsqueda de una belleza, que sea bonito, la paso bien haciendo eso. Como me dijo una vez una señora: “Para qué la vamos a hacer fácil si la podemos hacer difícil”…